miércoles, 21 de febrero de 2007

SÚCUBO

Como un oasis me llegó el reflejo de un sol que apenas pude distinguir en la lejanía de mis recuerdos, pero su luz huía de mi mente. Fue difícil captar esa imagen. Aquel lugar era desolado; esa noche estaba solo y no supe como llegué hasta ahí. Sin poder acordarme de nada, sentí mucha debilidad, dicho ambiente me trajo impotencia, miedo y derrota.

¿Quién soy? Era la pregunta. Era solo yo, nada más. Vino un grito tan devastador que me hizo estremecer, miré a mi alrededor y no hubo nada; al comienzo fue como un extraño gruñido que poco a poco se fundió en el silencio.

Todo ese estruendo, me llegaba de todos lados y en pleno centro. Muy cerca oí unos pasos; lentamente apareció una sombra, avanzaba como en cámara lenta y era inmensa pues tenía más de cinco metros. En mi interior sentí algo de alegría, el miedo iba desapareciendo al ver que no estaba tan solo. Aquello caminaba sin mirar a ningún lado, se detuvo y suavemente volteo hacia mí. Su cara estaba cubierta por un cabello oscuro. Me llamó y me acerque. Luego observe mi cuerpo y estaba todo desnudo. Su vestido de viento se alzaba y se veían al descubierto sus piernas de una tez blanco-amarillenta. El resto lo pude imaginar.

Era asombroso. Despertaba mi instinto masculino. De repente se escuchó una tenebrosa música y descubrí de donde llegaba. Ella se puso a danzar en mi entorno y al mismo tiempo se desvestía. Cada vez era mayor mi excitación, despacio iba reptando por mi cuerpo. Intente varias veces penetrar ese sitio, pero fue imposible, porque totalmente hermética, lucía llana y asexuada. En la mano sacudía un recipiente de piel que tenía forma de botella y gota a gota derramó en mi vientre un líquido blancusco y pegajoso.

Recorriendo su cuerpo con mi vista, llegue a sus pechos y eran demasiado arrugados, al ver su rostro descubrí una mujer octogenaria. El viento desvanecía su rostro para luego tomar otras formas. Di un grito de terror que me traslado a un lugar más oscuro y desolado que el olvido; lentamente fui limpiando esa parte humedecida de mi cuerpo que me daba asco.

Francisco Galvez