Vengo de ti, de tus cálidos abismos, no reconocerlo es cosa de necios e ignorantes obispos. Soy apenas una partícula que se maravilla de tu vastedad y perfección. ¿Cómo una partícula se maravilla?
He recorrido tus tortuosos caminos, pero quedan por explorar los más insondables todavía. Me he detenido de vez en cuando en tus transitorios aposentos y siempre tú, dándome el aliento vital del que me nutro, como el regurgitar de un ave que alimenta amorosamente a sus polluelos.
Camino en medio de una multitud zigzagueante y extraviada. Junto a otros, me empeño en no perder el estrecho chaquiñán que nos llevará al final del arco iris. Veo nuevamente esa multitud y distingo a algunos rengueando solitarios, codiciosos e iracundos; esqueléticos y encorvados; manos demasiado largas; rostros sombríos propicios para la traición, la vileza se arrincona en sus ojeras y de esos vacíos cuencos se disparan chispas perversas de avaricia. Son los dueños de las humeantes chimeneas y de las actas de patentes que les dan la propiedad sobre la vida...
Aquellos seres encorvados actúan como guías extraviados y colocan innumerables obstáculos; sin embargo cuando el tropel de carcajadas los supera, ordenan a sus sicarios silenciar la alegría. Pero es inútil. Esas zancadas que retumban sonoras, allá en la bóveda de la historia como redoblantes con pingullos, como guitarras y acordeones -esas zancadas- son más poderosas que cualquier criminal, tirano o genocida. La certeza de llegar alienta a millones. Es la esperanza. Solo la esperanza, lo que mueve sus corazones erguidos y perseverantes.
Pero cuando te presiento, sólo la soledad nos comunica y no se como describir las sensaciones y el vértigo, cuando situado quizá en tu ombligo o en la puntita de tu dedo gordo, contemplo tus ojos-estrella y me veo diminuto como un quark, al que le brota la alegría a rafagadas.
Nuevamente los encorvados te clavan cuchillos y te deshilachan la piel, pero no es tiempo de detenerse, porque veo allá adelante, que la puerta de la casa está abierta. Allí nos repondremos y mi soledad junto a la tuya me revelará totalmente tu carita, querida naturaleza.
Julio C. Enríquez Cevllos