lunes, 12 de octubre de 2009

En Ecuador Rafael Correa se pasa al bando burgués y la tendencia de cambio se depura

Existen gobiernos abiertamente de derecha; entre ellos están los socialcristianos y democratacristianos; los bipartidismos al estilo norteamericano; el liberal-conservador de Colombia, o los Estados monárquicos de tipo británico. Los fascistas al estilo de Berlusconi y los fundamentalistas de tipo musulmán. Los moderados de centro derecha, como los de la socialdemocracia internacional; los Estado de bienestar de los países nórdicos. Los moderados de izquierda del Socialismo del Siglo XXI latinoamericanos y los autoproclamados socialistas europeos; por supuesto las economías de monopolio de Estado tipo China. En saco aparte Cuba y su Estado socialista. Este listado está sin duda incompleto, pero es útil para los fines reflexivos que persigue.

Bueno, ¿en cual de todos estos modelos encaja Rafael Correa?

Antes, creemos muy necesario anotar que para enten
der y descifrar a Correa no es necesario meterse en su cabeza de “curuchupa” salesiano y jesuita, sino situarlo en el contexto político del que surgió. Veamos.

En la transición hacia el siglo XXI el Ecuador pasaba por una crisis política
e institucional de las más profundas. Sus pueblos y nacionalidades habían derrocado tres presidentes, Bucaram, Mahuad y Gutiérrez, todos gobiernos pro imperialistas de corte neoliberal y profundamente anti populares.

Fue el derrumbe precipitado de tres alternativas burguesas, que despertó al ingenuo votante del sopor en el que se había sumido producto de las infinitas promesas de cambio que hasta ese entonces todos habían hecho y nadie cumplido. Esto alejó a las masas de las vertientes oligárquicas y burguesas de tipo ultraconservador. La gota que derramó el vaso del escepticismo fue el gobierno inútil, inconsecuente y perverso de Alfredo Palacio que remplazó a Gutiérrez, desde donde un joven y carismático Ministro de Economía forjaba sin saberlo su destino.

No debemos olvidar que son las masas las que forjan la historia. Ellas crearon las condiciones para el surgimiento de la figura de Rafael Correa. La esperanza se fue convirtiendo en corriente política y luego en tendencia de cambio claramente orientada a la izquierda, el combate popular había dejado claro el camino para una opción alternativa. Sin embargo la izquierda revolucionaria no encontraba el camino para liderar el anhelo popular. Cualquiera que quisiera representar a la tendencia de cambio, tendría que ser consecuente hasta el final con las aspiraciones de millones, cansados de tanta mentira.

En la casa del economista Alberto Acosta un grupo político de clase media sentó las bases para el futuro proyecto electoral y ahí mismo le propusieron a Rafael Correa la presidencia de la República. No tenían nada, solo el carisma guayaquileño de Correa, pero a tiempo detectaron que afuera el pueblo era escéptico con la derecha y decidieron lanzarse con un discurso izquierdizante (canciones patrioteras y alusiones al Che) de choque al neoliberalismo y a lo que Correa denominó “partidocracia”.

Hasta ahora han tenido éxito en varias elecciones, pero la soberbia de clase de Correa le ha hecho creer que puede prescindir del movimiento indio y de la izquierda que votó por él, repitiendo la misma fatal historia del derrocado Lucio Gutiérrez.


¿Correa es de izquierda?

Correa no es de izquierda, su pensamiento corresponde a un miembro de la clase media que se aburguesa, mira hacia arriba y se consid
era un cruzado obligado a humanizar a la salvaje burguesía neoliberal. Las masas deben ser incorporadas al sistema como propietarios, convirtiéndolas así en un grosero remedo del ideal de los grandes propietarios.

El pensamiento ecléctico de Correa es consecuencia de la transición que experimenta la clase media cuando ve satisfechas sus aspiraciones en el poder y pierde paulatinamente su ímpetu de cambio, se acobarda y se enmascara de izquierdista en el camino.

Sí, Rafael Correa se está pasando velozmente al bando de los intereses burgueses y estamos acumulando pruebas de ello de manera vertiginosa. Ya ha cumplido con las tareas que un liberal progresista, tecnócrata de clase media como él, se autoimpuso para sacar al Ecuador de la crisis política que ya mencionamos. Estas tareas comprendían reinstitucionalizar al alicaído Estado burgués y ponerlo en marcha; establecer políticas de subsidios a los más pobres para generar una amplia base social de apoyo; desprestigiar a los grupos económicos más conservadores y atacar sus nichos de influencia política, expresado en la tenencia de medios de comunicación y, finalmente; diseñar una política e
conómica de amplio beneficio burgués y transnacional, que establezca la oportunidad de un nuevo momento de acumulación y concentración de capitales posibilitando la emergencia de nuevos grupos económicos con los que se pueda generar un nuevo pacto social burgués.

Correa promete libertades restringidas para el pueblo y toda la del mundo para el capital, al más puro estilo de las libertades que impone el mercado. El gobierno de Correa es una Mesocracia orientada para satisfacer a los de arriba. De hecho Correa cree en el “mercado humanizado”, en el emprendimiento privado, en la gran propiedad privada capitalista y en honrados empresarios que pagan justamente a sus esclavos. Ese es su ideal de sociedad perfecta, el marco perfecto para la reedición de las superadas democracias restringidas neoliberales. A todo eso llama Correa “socialismo del siglo XXI”.

Como vemos, ahora Correa si encaja en algún lado. El suyo es un régimen de transición de la clase media –supuestamente progresista–, al conservadurismo, hacia el aburguesamiento. Correa prefiere ser un liberal moderado, lejos incluso del radical Eloy Alfaro al que dice admirar. Correa se está desentendiendo de la tendencia de cambio como un espacio que generó la lucha desinteresada de millones de trabajadores y pueblos indios en contra del neoliberalismo. Correa se está bajando del tren del cambio y se bajó en la estación que lo lleva al pasado o por lo menos a establecer un nuevo estado de cosas en beneficio del aparecimiento de una nueva clase dominante que garantice la gobernabilidad capitalista.

La tecnocrática clase media que lidera Correa está lejos de vislumbrar un sistema socialista en el Ecuador. Con una relativa recuperación del empleo para su clase y con subsidios paternalistas para los descamisados duerme tranquila; para ella el cielo es su parcelita de propiedad privada, su auto privado y fines de semana con placenteros asados. El resto que siga el ritmo; al que le tocó algo que coma callado y al que no, se le respeta el derecho al pataleo. Democracia para todos.


La terquedad de Correa
Cumplida sus tareas de cruzado salvador del capitalismo, que incluyó la expulsión de los gringos de Manta (¡!) va camino a la reconciliación, a cambio de convertirse en pieza clave en la política de yunque y martillo de Uribe y Obama en contra de la guerrilla colombiana. Cumplido esto, ahora se apresta a combatir la principal amenaza al sistema; la izquierda revolucionaria y los pueblos organizados. Quiere desactivar a la izquierda y derrotar a las organizaciones populares como la UNE y el movimiento indígena que lo apoyaron desinteresadamente y sin reclamar nada que no sea la profundización de las transformaciones democráticas que de Correa la tendencia de cambio esperaba.

La terquedad de Rafael Correa y su negativa al diálogo y al debate democrático con los actores directos de la educación como son los maestros y los campesinos pobres usuarios del agua que r
echazan su privatización, no es ningún problema patológico de su personalidad. Es una clara señal hacia el conjunto de la clase dominante y el imperialismo para que se la jueguen por él, en este momento en que la derecha no tiene con quien remplazarlo. Ya les cerró temporalmente el camino del golpismo con una oficialidad joven y tecnocrática; está invirtiendo el la lealtad de las FF.AA., ecuatorianas y ahora veremos el aburrido espectáculo del aburguesamiento acelerado del carismático presidente del “socialismo del siglo XXI”, mientras se eleva la intensidad del combate popular por el socialismo y la patria nueva; la unidad popular avanza y la tendencia de cambio se depura y se califica.

Al mismo tiempo, el pueblo con su lucha debe elevar a nuevos niveles su unidad, en un momento muy propicio para explorar caminos nunca recorridos, especialmente entre los pueblos indígenas y las más comb
ativas organizaciones populares. Que se cuide Correa, no sea que por su aburguesamiento y terquedad vaya a engrosar la lista de los presidentes derrocados en el Ecuador.

Por Julio Enríquez