jueves, 20 de mayo de 2010

Hamilton Naki

GOZA FUTBOL, BEBE FUTBOL, 
COME FUTBOL, SUEÑA FUTBOL...

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas*
 

Dentro de unos días se cumplirá el quinto aniversario de la muerte –29 de mayo de 2005 a los 79 años–, de uno de los personajes más extraordinarios en la historia de la medicina, alguien cuya esencia sin duda está a la diestra de la de Hipócrates en algún templo del Olimpo. Me refiero a Hamilton Naki, un negro sudafricano que fue el verdadero héroe de la hazaña que en diciembre de 1967 conmovió al mundo: el primer trasplante exitoso de un corazón humano.

La noticia de aquella proeza catapultó a la fama universal al doctor Christian Barnard, jefe del equipo de cirujanos del hospital sudafricano Groote Schuur en donde tuvo lugar la operación. Lo que no se dijo fue que Hamilton Naki retiró el corazón de la donadora y lo preparó para ser trasplantado.

Y no se dijo porque Naki no era, digámoslo así, “médico de a deveras”. Al igual que la etíope Mamitu Gashe –primera autoridad mundial en el tratamiento de fístulas ginecológicas. Naki aprendió cirugía en la práctica. Peor aún: dejó la escuela a los 14 años para emplearse como afanador en la escuela de medicina de Ciudad del Cabo, y viendo cómo los estudiantes de cirugía practicaban en perros y cerdos, aprendió las técnicas y pronto superó a los jóvenes blancos e incluso a sus maestros.
Naki se hizo un cirujano excepcional, a tal punto que Barnard lo requirió para su equipo, en violación de la terrible ley del apartheid, que prohibía a un negro operar pacientes o tocar sangre de blancos. Pero el hospital hizo una excepción para él y lo convirtió en cirujano... clandestino. Esté usted cierto de que no fue por caridad cristiana. El sistema que tuvo a Nelson Mandela encarcelado durante 27 años y que oprimió a millones de personas sólo por razones raciales, sin duda necesitaba con urgencia los servicios del mejor para una operación que, además de su valor intrínseco, sería utilizada para lavar un poco la cara del sistema frente a una comunidad mundial que lo comparaba al nazismo y lo había excluido de los foros internacionales.

Y Naki era el mejor. Daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro. Vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente, en un gueto de la periferia. Enseñó cirugía 40 años y se retiró con una pensión de jardinero, de 275 dólares al mes.

El propio Barnard, quien guardó vergonzoso silencio cuando el mundo lo arropaba en honores como autor y líder de la empresa, reconoció poco antes de morir que Naki tenía mayor pericia técnica de la que él jamás tuvo. “Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido”.

¡Las condiciones sociales! ¡Válgame el señor del apartheid! Qué bella manera de esquivar una responsabilidad. Barnard era sin duda un enorme cirujano, poco menor a Naki, pero nunca leyó a Thoreau.

En el 2002, con el fin del apartheid, este héroe fue reconocido oficialmente. Se le expidió un título de cirujano honoris causa, y fue condecorado con la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica. Al recibirla dijo: “Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad". Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo sobrevivió con una modesta pensión de jardinero. El cine lo bautizó como “El cirujano clandestino”.

A mediados del 2004 visité el Museo del Apartheid en el barrio negro de Soweto. El recorrido, con un funcionario de la televisión pública sudafricana, fue espeluznante, tan doloroso como aquel que me llevó al Museo del Holocausto en Jerusalén. Pregunté a mi guía cuál era el sentido que el pueblo sudafricano daba a un lugar así. Respondió, con voz quebrada y la vista fija en uno de los testimonios: “Que nunca se nos olvide lo que aquí sucedió… ¡para que jamás ocurra de nuevo!”

Este mundo sería diferente si nuestra memoria histórica no fuese tan flaca y acomodaticia.


* Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.
Texto aparecido en Razón y Palabra, revista electrónica de comunicación
http://www.razonypalabra.org.mx/jojos/2008/sep08.html

martes, 18 de mayo de 2010

Correa y Samaniego los carceleros

Por Julio César Enríquez Cevallos

La lucha por demoler esta sociedad deshumanizante y sistema social oprobioso, demanda sacrificios y privaciones. Eso es lo que mantiene preso a Marcelo Rivera.
Por sobre la aparente inofensiva sociedad de consumo, se levanta el más radical proceso de opresión humano y la más peligrosa y amenazante depredación de los recursos del planeta. Esta situación repugnante convoca a millones de seres humanos enfrentados en lucha cerrada por enterrar al capitalismo. De esta lucha forma parte Marcelo Rivera. Y este ideal de Marcelo, no va ser detenido por dos errores históricos, R. Correa y E. Samaniego, sus carceleros

De una parte, el ascenso al poder político de un clasemediero como R. Correa ya muy tempranamente dejó ver de que costuras está hecho, cuando por la calle alguna persona le gritó algo, que él consideró atentaba contra su “majestad” lo metió preso. Después aclaró que lo hizo por que no podía dejar pasar ningún acto de “majadería” que afectase a la imagen de la “primera autoridad” del Estado y por eso, por decir algo en la calle en contra de este advenedizo, más de uno ha tenido que dar con sus huesos en la cárcel. Después y de analizar muy sesudamente con sus asesores, Correa aparecía con el rabo entre las piernas tratando de arreglar el embarre. Tretas, engaños y simulaciones para ocultar el creciente aislamiento de su gobierno, de la gente que esperanzada votó por él. 

Correa representa a una clase social en el poder. Esto configura lo que yo llamo “mesocracia”, pero en directa sintonía con los intereses de la “partidocracia” a quien desea reemplazar. Esa clase social se llama pequeño burguesía, esa que con eufemismos también es conocida como clase media. Esa clase social que en algunos casos en A. Latina, fue capaz de alzarse en armas llega, está gobernando el Ecuador. Pero también es conocida por su miedo a los cambios radicales y por eso se auto alinea con los intereses de las clases dominantes, anhelando ser parte de su mismo mezquino club. Sí, señores, la mesocracia es el gobierno de la clase media, con fuerte presencia de tecnócratas elitistas, con posgrados en el exterior, producto de estos relativos años de posmodernidad capitalista en el Ecuador.

Correa –aparte de tener la mala costumbre de meter presa a la gente–, se imagina también de manera ingenua, que con unas cuantas medidas económicas y leyes que reinstauren la institucionalidad oficial, podrida hasta la médula, podría relanzar el sistema capitalista y lavarle la cara de los crímenes cometidos en el inmediato pasado neoliberal, entre los que se cuenta la muerte de Jaime Hurtado. No lo va a lograr. La gente no quiere más capitalismo “a la siglo XXI”, pero esencialmente neoliberal. La causa por la que la gente lucha, es por el socialismo.

Este economista tecnócrata y petulante; este señor que ha devenido en grosero y autoritario, se equivoca. Cree que con insultos al movimiento indígena y amenazas a las organizaciones populares, estudiantiles y de izquierda revolucionaria, logrará hacerlos retroceder. Este “labioso economista de academia”, pretende hacer pasar reformismo por revolución; confirmando que vivimos esas paradojas propias del capitalismo camaleonesco; los conservadores (como él) haciéndose pasar por revolucionarios; sin escrúpulos; sin rubores; sin conocimientos mínimos de la historia; sin honestidad; sin principios. 

Sí, este economista-tecnócrata, que ostenta la presidencia de la República del Ecuador, como consecuencia directa de la lucha abnegada de millones de gentes que durante años de resistencia y lucha heroica en rechazo del neoliberalismo, logró se configure una creciente tendencia de cambio (para el cambio, no para el reencauche) que finalmente lo llevó al poder, este mismo economista, hoy desprecia la lucha del pueblo y es este sujeto el que mantiene en la cárcel a Marcelo Rivera. 

Sumado a este despropósito aparece el otro accidente histórico del que hable más arriba. Sí el otro, el de pequeñas fijaciones políticas enfermizas, que por estas fechas disfruta las mieles amargas de tener como todo logro de autoridad universitaria el haber asestado una derrota temporal al movimiento estudiantil universitario de izquierda en la Universidad Central del Ecuador, ese es el otro carcelero de Marcelo Rivera. Pero son tan cortos sus alcances y tan estrechas sus miras, que poco tengo que decir, aparte de su infinita fe en la policía para sentir un mínimo de seguridad en su butaca de rector.

La lucha popular y los ideales no se encierran en cuatro paredes. A esos hombres y mujeres que los portan, les podrán confiscar sus dientes y lengua, pero no su voz y palabra que viajará derrumbando todo obstáculo. Les podrán confiscar sus huesos, que ellos seguirán creciendo en la sombra cálida de la solidaridad de miles que desde cerca y desde lejos los piensan y los añoran. Les podrán confiscar pies y manos, como hicieron con Víctor Jara, pero la lucha decidida de sus actos impulsará la causa del socialismo siempre hacia delante.

Marcelo, se que tu voz y tu sonrisa, se agigantan en la cárcel. Se que tus huesos se mantienen cálidos a la sombra de la ternura de los miles que te quieren. Se que tus manos aletean como alas y tus pasos alentarán a otros en el camino de la ardua tarea de construir la utopía tierna del socialismo. Se que triunfaremos, de eso no tengo dudas.