miércoles, 6 de agosto de 2008

Fractales y Luz Lateral ya están por ahí

Como estuvo previsto, se cumplió con el lanzamiento de los dos volúmenes de recopilación de los trabajos de los talleristas literarios. Cumplimos con nuestros amigos y visitantes de nuestro blog, en darles esta buena noticia. Ya, la publicación de los dos libros “Fractales” y “Luz Lateral” estuvo bien por parte de la Casa de la Cultura y de su responsable de publicaciones, el Dr. Fabián Guerrero Obando, a quien se le agradece. Lo que en realidad es trascendente es el hecho de que podamos discutir los alcances y límites de nuestra obra, los contextos de su dimensión, la pertinencia de las temáticas y la profundidad y alcances del buen uso o no de la palabra. Seguimos discutiendo. Para nada estas publicaciones nos empalagan y nos suben el nivel del egonómetro. Por el contrario nos comprometen para seguir en la búsqueda inquieta, azorada y constante de las cosas que merecen ser contadas, poetizadas, en suma, literaturizadas. No nos sumamos al conjunto de escritorcillos fulgurantes o “Poetitas de mierda”, como llama Raúl Arias, a esos que sostienen al canon del literato “exitoso”, de profesión sufridor, al borde del suicidio y cuya soledad trágica lo martiriza y marca con fuego su superficial y poco creíble testimonio de rechazo a este estatus decadente del cual usufructúan como diciendo “Afuera está el circo” –ustedes payasos–, y declaran pidiendo conmisericordia (o que los inviten al más exitoso blog literario) que por Dios los detengan, por que se van a chantar un puñado de barbitúricos y que “Ya no pueden salvarnos” porque “los únicos que valen la pena recordar: (son) los animales”. ¡Dios! Odio a tus seres humanos, (qué patético intento de llamar la atención) “Por decir lo que nos pasa en el interior” se van a “tirar” al mar, “antes de ingresar, buscamos salvarnos, hasta erróneamente por la literatura. Efectivamente en ese intento de salvación están solos y tristes, poetitas de mierda, marionetas de facto de la fama; simuladores rabiosos de la nada; buscan justificar nada más su vaciedad y al final lograrán su recompensa; les lanzarán un hueso sin tuétano y serán los invitados de honor a un symposion triste de desprecio a todo lo humano.

Rafael Larrea solía decir nos burlamos de todo menos del ser humano. Y bueno, como las cosas al contrario de aclararse ya se enturbiaron –menos mal–, le pedimos a nuestros hermano Pablo Yépez Maldonado los derechos y reveses siempre agradables de escuchar su burlona voz, para acercarnos a descifrar juntos en que consiste el hecho de escribir y que mismo es esto de los talleres.

Atte. ULTIMÁTUM



















El taller literario:
ESPACIO PARA ESCRIBIR OTRA REALIDAD

Escribir no es una fantasía, es una necesidad primaria; es una forma de comunicación y para ello se escribe sobre la piel de las piedras al igual que sobre la coraza de las tortugas o en la trama del papiro o a través de los hilos multicolores y disímiles de los kipus, o se expresa el silencio y el asombro en los cuerpos mediante diversas líneas que representan animales sagrados; y se convoca a los espíritus y se redescubre que la vida tiene continuidad y los ciclos se repiten y que a la vez se fracturan, que los mitos no son aquellos que heredamos de los griegos o romanos sino que subyacen en nuestras máscaras y en nuestras fiestas, en nuestra manera tan ecuatoriana de enfrentar el destino embarcándonos en frágiles canoas a redescubrir aquello que ya habíamos inventado.




Pero cuando la escritura se vuelve pasión se convierte en el giroscopio que nos instala como viajeros en dos naves distintas: el tiempo y el espacio. Y logramos articular el espacio y conseguimos romper el tiempo para construir y demostrar que la vida sigue y está, y nos acecha con su temeraria cantidad de posibilidades, a las cuales, de manera constante y casi maquinal negamos. Entonces vivimos la literatura porque logra construir aquellos escenarios que soñamos y atravesamos las situaciones que alguna vez imaginamos. Si esto es así, y parece ser que se repite en el tiempo como una constante, ¿cuál es la función de los talleres literarios?; ¿qué los diferencia de los grupos de literatos que de una u otra manera se han formado casi siempre alrededor de la tarea de escribir?

Los talleres literarios surgen en nuestro país en la década de los ochenta, con la llegada de Miguel Donoso y su trabajo en la Casa de la Cultura con una metodología aprendida y a medias inventada en México; en esa década se crearon muchos talleres literarios, en muchas ciudades y con diversos nombres, no voy a repetir la historia para no cansarles (solamente déjenme decirles que los talleres hicieron su aparición conjuntamente con las guayuserías, que en el país mandaba Febres Cordero y en las calles se respiraba el olor recién inaugurado de los desaparecidos y los muertos por la ley de fuga); de esos talleres surgieron muchos escritores y escritoras que ahora facturan su fama bien ganada y su pose de poetas de élite.

En la década de los noventa esa misma metodología fue apropiada por aquel entonces por ciertos jóvenes que pusieron e hicieron de ese espacio una especie de círculo de iniciados y de club de fans para adorar la literatura y dar al país el premio Nóbel, Nadal, Herralde, Planeta, Copa Libertadores... en fin cualquier premio para que adquiriese talla universal; pero como verán, tampoco se dio a pesar de todos los intentos por denominarse poetas “feto”, “probeta”, “generación post desencanto”, de cualquier manera la etiqueta no ayudó mucho a proyectar en el mercado a los nuevos escritores y escritoras.

Y entonces, luego de este cortísimo viaje estamos de nuevo al comienzo, claro que han pasado ya 10 presidentes (sin contar un triunvirato y una presidenta) –es decir a un promedio de 2 años por período presidencial-; tres constituciones y una sola realidad verdadera, una revolución ciudadana, un puñado de forajidos satisfechos, millones de migrantes que se marcharon en busca del dorado, más o menos 6.000 millones de dólares entregados a los banqueros que están en Miami y otros paraísos del mundo. En fin que esta historia ya la conocen y no me voy a preocupar de recordársela. Total que estamos al comienzo, es decir con una nueva camada de escritoras y escritores, poetas y narradores y narradoras; pero, cuál es la punta que une el comienzo con el final, mágica serpiente ouroboros, que se recrea toda a partir de sí misma.

Un taller no es la reunión de amigos para definir al poeta más sensible, sublime o estratosférico, no es la camarilla de agitadores conspirando contra la academia y las buenas costumbres, no es la secta que elabora el canon y eleva al partenón a los ungidos con la victoria de algún juego floral, no es el grupo de bohemios que deambula en búsqueda de fantasmas ni las interminables discusiones filosofales que no conducen sino a la necesidad de un próximo reencuentro para seguir hurgando bajo la piel hasta despellejarse, tampoco es el sitio de los elegidos por algún dios dador de dones y virtudes –y alguno que otro pecadillo-, para desflorar la vida.

Un taller, creo yo, es un grupo de comunes y corrientes personas sensibles, que trabajan textos a partir del material dado, es decir seguimos en la construcción de un nuevo e inacabado hipertexto a partir de un palimpsesto que a la vez se constituirá en otro de los tantos y tantos trillones de textos que se acumularán en el espacio para devenir reflexiones en esa otra nave que es el tiempo. Clarísimo. O, trataré de entenderme yo mismo, un taller es la reunión de ciertos ingenuos que pretenden escribir otra realidad porque la que existe no es lo suficientemente compleja ni tiene la capacidad de abarcar tantos sueños. O un taller, puede ser, la reunión de doce discípulos con el maestro como eje central para que recorran el camino de la vida, lo llamen el enviado y posteriormente le saquen los ojos, renieguen de él y lo hagan papilla.

Bueno todo eso y mucho más es un taller, es la construcción paciente de textos que puedan comunicar aquello que de manera habitual no podemos hacerlo; para ello nos hacemos de las únicas herramientas que tenemos a mano: la palabra, la sensibilidad, la crítica, la observación, la realidad, el terror, el humor, la ironía, la soledad, la historia, el desarraigo, la imaginación, los sueños, la ingenuidad, el erotismo, los colores, el silencio, la literatura, la incertidumbre, la filosofía, la física, las precariedades económicas, las miradas entre compasivas y admiradas de los parientes –en especial de los respectivos compañeros o compañeras cuando se llega a la casa después de trabajar en el taller y decir, entre orgulloso y avergonzado, ésto es lo que hice y se saca una miserable hoja de papel con múltiples tachones y dibujos realizados por el resto de compañeros-; además usamos la sombra, los sonidos, la arquitectura, el agua, el aura, los mitos, la medicina. Es decir tenemos la posibilidad de reinventar el mundo sin necesidad de cobrar nada por ello, y eso nos recrea y nos reconstruye y nos encara y nos eleva o nos envía al abismo, pero siempre de frente hacia lo que constituye nuestra pasión, los textos, la imaginación, la valoración de uno frente a lo que se puede hacer con uno mismo; porque el taller no es una fábrica de escritores es un trabajo de grupo donde se aprende a escribir con paciencia y pasión, con terquedad para adquirir cierta seguridad, y comprender que la literatura no es el catálogo de los buenos escritores, que la poesía no es un decálogo para fabricar imágenes, que la literatura no es un fin en sí misma, es un medio para ser, hacernos y deshacernos.

La propuesta fundamental de un taller de literatura es (o debería ser) socializar los medios de creación, dar a conocer las técnicas que nos permiten crear para dar por terminada la división entre el arte y la vida. Esa fue una de las propuestas que surgieron hace ya más de dos décadas y creemos que hasta ahora mantiene su vigencia. Hacer de la literatura el ejercicio que nos posibilite romper y desprogramar nuestra rutina para asumirnos en nuestra condición humana. Nunca el taller como espacio de reproducción de vedettes, nunca el taller como factoría de profesionales de la palabra; el taller como espacio de crítica colectiva y de militancia sensible con la vida.

Eso es un taller o así al menos lo hemos concebido, inventado, soñado y recreado en estos años. Al leer los textos de estos nuevos poetas, narradores y narradoras ustedes sabrán juzgar si se ha conseguido el objetivo, y los que participaron en todo el proceso podrán dar testimonio si les permitió comprender la vida de otra manera porque la literatura al igual que la ciencia da cuenta de la realidad pero la literatura tiene la ventaja que puede crear otras realidades, otros tiempos y otros espacios, y, a la vez recrearnos como seres humanos sensibles, asombrados, creativos y críticos; soñantes y soñados, cuestionadores, suscitadores y lúdicos...

Que así sea

Pablo Yépez Maldonado
29 de julio del 2008