miércoles, 9 de mayo de 2007

Texto de Antonio Machado, en el 1ero. de mayo de 1937

Salvador López Arnal
01-05-2007

Fue hace setenta años. Casi un año después del levantamiento militar contra la República española, Machado seguía creyendo que un cristianismo laico, sin Dios por supuesto, era el futuro para un mundo en paz. El amor fraternal propuesto por el cristianismo era totalmente incompatible con los ideales fascistas de aniquilación de etnias, pueblos y personas. El Juan de Mairena póstumo ya había revisado el viejo y practicado dicho romano, Si vis pacem para bellum, por un “si quieres la paz, prepárate para vivir en un mundo en paz”. Estaba en línea Machado con el viejo Marx, quien había comentado a su hija Laura la que consideraba principal virtud del cristianismo: “Nos ha enseñado el amor a los niños”. De hecho, para el autor de Proverbios y cantares el marxismo era la praxis política que más aproximaba a las enseñanzas de Jesús. Quizás por ello, el 1º de Mayo de 1937, en el congreso, celebrado en Valencia, de las Juventudes Socialistas Unificadas, pronunció Antonio Machado un discurso en el que al mismo tiempo que exponía sus diferencias con alguna tesis del marxismo, con el peso otorgado a los asuntos económicos en la marcha de la historia humana, señalaba su defensa del socialismo como esperanza para la Humanidad. Estas fueron sus palabras1:

Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la ideal central del marxismo, me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera caridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a la que todos de algún modo debemos contribuir.

Otro grande, Albert Einstein, doce años después, finalizada la segunda guerra mundial y poco años antes de su fallecimiento, se manifestaba también en términos similares a favor del socialismo, no reducido a simple planificación económica, como forma de convivencia de la humanidad2.

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1 Extraído de: Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Madrid, Aguilar 2006, p. 573.
2 Véase Francisco Fernández Buey Albert Einstein. Ciencia y consciencia. Barcelona, Retratos del Viejo Too 200, pp. 259-268.

"Caminantes del Arcoiris"

(A propósito del nuevo libro de Atawallpa Oviedo)

Por Diego Velasco Andrade*

La tierra sagrada que hoy llamamos Ecuador, tierra del paralelo ecuatorial, de Qui-to o tierra del centro o mejor del “Aqua d’or”: fértil territorio de las aguas áuricas, ha constituido desde tiempos ancestrales no solo lugar de encuentro para los pueblos y culturas andinas, amazónicas y del Pacífico, sino también para los pueblos de la misma Amaru-ka o “tierra de la serpiente sagrada”, aquel mágico continente que con su configuración física y sus cadenas volcánicas, representa el reptar simbólico de la serpiente Amaru y que hoy más que nunca, nos anuncia el retorno espiral del tiempo-espacio de volteo, el punto de inflexión de este nuevo espacio/tiempo Pacha.

Sí, porque el mítico “Reyno de Quito», en el necesario construir de identidades de Juan de Velasco en el siglo XVIII; de las “Tierras del Qui” para los visionarios esposos Costales a fines del siglo XX, o del “Reino de los colibríes”, en la bella acepción del poeta andino ecuatorial Carrera Andrade, siempre fue, ha sido es y será el asiento de una milenaria civilización, que hoy apenas comienza a ser develada…Y es en este nuevo tiempo, en este despertar, en este gozoso alumbramiento de una verdadera “nueva era”, donde ubicamos el sentido y valor de la última obra de Atawallpa Oviedo, nuestro hermano y amigo de búsquedas y de senderos en esta Pacha “tierra sagrada” ecuatorial.

Si todo camino es una iniciación y si todo caminante es de por sí un buscador, si todo buscador es ya de suyo un “iniciado” y un “iniciador” de miles y miles de hombres y mujeres que “hemos vuelto” como quisiera el gran Atawallpa, aquel saber lo vamos descubriendo transitando los caminos del “yachay ñan” y del “wak’ay ñan”, como el autor denomina a aquellos senderos físicos y simbólicos, que de algún modo deberían también ser los nuestros. En otras palabras, siendo Caminantes del arco iris e internándonos en aquellos cromáticos senderos será como podremos encontrar el recto alineamiento hacia una sabiduría del equilibrio; de aquel saber ecuatorial que estuvo escondido y que hoy está volviendo a emerger en nuestra mente y en nuestro corazón y también porqué no, en nuestro territorio y que estamos seguros va a devenir la simiente y matriz de nuestras futuras identidades.

Y no es por azar que nuestro autor lleva altivo y con honor el nombre del sabio gobernante y guerrero del Chinchay Suyu, aquel que se vio precisado a ocultar a los ojos del invasor el conocimiento y reflejo sagrado de la constelación de Chincha, aquella marka de equilibrio entre el hemisferio norte y sur; el mismo yachay solar que debió ocultar los secretos de la más grande y sabia unidad territorial, política y cultural precolombina: los secretos del gran TAWA-INTI-SUYU, de aquel ordenamiento de las cuatros direcciones cósmicas de Amaruka, antes de ser sacrificado en las “santas hogueras” del bárbaro inquisidor.

De este manera, en su libro Atawallpa Oviedo comienza a tejer y deshilar antiguos y nuevos relatos, mitos e imaginarios de las ancestrales Tierras del Qui, y persevera en el descubrimiento de su sendero real-imaginario: en el camino del yachay ñan ecuatoriano, aquel camino de dualidad y complemento al kapak ñan peruano-boliviano, cuya búsqueda constituye también la constatación de la mixtura y el palimpsesto que actualmente somos; el resultado de aquel feroz encuentro entre los hijos del sol recto con aquellos de la barbarie hispánico occidental de la época; encuentro después del cual -queramos o no aceptarlo- quedaron definitivamente impresas en nuestros genes y en nuestra sangre nuestras identidades andina, amazónica y pacífico ecuatoriales, las mismas que en una sabia y paciente espera renacieron y fructificaron desde las cenizas de nuestros abuelos, para luego retornar con la fiereza y la rudeza del huracán.

En cuanto a lo formal, nos atrevemos a decir que la obra que presentamos, constituye un gran collage, un trans-género literario, un intertexto de ficción, arqueología, historia, antropología, simbólica, poética y relato, a la vez que el pre-texto de un nuevo mito legendario por desentrañar; en suma, constituye un texto de impostergable toma de conciencia de nuestras múltiples identidades, donde el autor nos sitúa desnudos a elegir un sendero, aquel recto camino solar de sabiduría de nuestros ancestros primordiales Kitus- Shyri-Caras.

Y como su maestro imaginario Yokirami le aprende, nosotros somos caminantes del arco iris, de los siete colores de la wipala, de las siete notas del viento, de los siete puntos energéticos, de los siete grados del resplandor, de las siete dimensiones del espacio tridimensional, en suma de la “unidiversidad” todos aquellos elementos que solo se estudian en las “aulas solares” (no en las escolares) y nunca en la “uni-versidad”, pues hasta ahora el “el ser racional y cientificista” inventado y heredado del mundo greco-latino, ha estado orientado por la paranoica búsqueda del UNO no diverso, del uno absoluto y autoritario, en suma del uni-verso y nunca del “multiverso”; de aquel UNO feroz que rige en las tres belicosas religiones monoteístas del mundo actual: el islamismo, el judaísmo y un tergiversado cristianismo que hoy se ven enfrentados en una lucha capitalista, global y maniquea por la pretendida conquista del planeta, en una lucha mesiánica entre los supuestos “eje del bien” y “eje del mal”, que felizmente no nos competen y peor aún deberían pre-ocuparnos.

Por el contrario, el “unidiverso” andino ecuatorial como quisiera el autor, constituye entonces el cielo y el territorio “del otro” de la diversidad y de la variedad, del holon y de lo holístico, de aquella eufemística “alteridad” inventada por euro-occidente para sanar su culpable pecado capital, su brutal genocidio, su irrespeto por las culturas diferentes y a las que creyeron “civilizadamente” aniquilar, pero que hoy siguen encontrando su cuerpo y su cabeza, luego de haber sido descuartizadas como el shyri Daquilema o el inca Tupac Amaru, pero que perseveran siempre en la búsqueda de su íntegra totalidad. Aquella misma totalidad que ahora nos convoca para cargarnos con la fuerza femenina de la tierra, del agua y de la luna de nuestra Patria, no aquellos “patria” de los patricios grecolatinos, sino de la tierra sagrada horizontal que al fundirse con la fuerza vertical masculina y solar del puma y del jaguar en un abrazo de dualidad y reciprocidad, alcanzarán el Ayni tal como lo advierte el autor, retomando las sabias lecciones del arquitecto y amauta peruano Carlos Milla Villena.

En adelante, será el cóndor quien guíe nuestros pasos y domine nuestro cielo con su visionario volar; será el puma quien asuma otra vez con sus pisadas la reconstitución de los páramos y bosques andinos depredados para pastorear la gula carnívora del conquistador; será la serpiente cíclica que se escurre en lo celeste y en el agua de las cochas y los lagos de nuestra venerada Allpa Mama y, será en éstas y en otras páginas pioneras de una nueva simbólica que deberemos internarnos con nuestra propia creatividad para contradecir la “Historia” inventada por los pensadores de la “modernidad” y “el progreso”, por las enseñanzas de la historiografía occidental y las mismas y repetitivas ideologías euro centristas de una “novísima” post- modernidad quienes nunca supieron comprender lo que significaba una “cosmovisión”, es decir una visión cósmica del ser y del estar y del bienestar: aquella de nuestros ancestros, interesada en hacer tangible el mundo del cielo en el mundo natural y de los seres humanos; tal la meta inacabada de nuestros ancestros y en la cual persevera y pulsa sus flechas y pucunas el autor.

“Hoy la mayoría de personas no pueden mirar al sol y por eso no pueden ver lo sagrado” -dice el enigmático y misterioso Yokirami maestro y alter ego del autor-, y asentimos con humildad que igualmente hoy, casi nadie sabe situarse en su espacio/tiempo ni advertir el camino del sol durante los solsticios y equinoccios y por lo tanto casi nadie sabe hoy pararse en su propio centro. Así, la obra de Atawallpa Oviedo OMA, aporta también a develar nuestros mundos internos que están todavía por suerte ocultos a la faz de los inquisidores de ayer y de hoy, pero que si no les prestamos atención, permanecerán dormidos en nuestros genes y no se activarán en nuestra memoria, desintegrándose como el polen del ñachag hacia los cuatro vientos.

En una época en la que todavía el mal entendido shamanismo, aquel negocio comercial y floreciente de los embaucadores y negociantes de nuestras culturas, rinde sus últimas batallas ante el asombro de sus crédulos, incautos y encubridores, el verdadero camino del yachay andino ecuatorial asume su recta dirección, un alineamiento en el territorio y en el cielo, buscando el centro de nuevas y luminosas identidades; buscando el shungo corazón de la Pacha, así pues el camino del yachay o Yachay ñan constituye el motivo central de la búsqueda real y simbólica de este libro. Ahora estamos claros que si la experiencia de habitar el centro del mundo debió constituir para nuestros ancestros una experiencia primordial y sagrada, el conocimiento y valoración de las claves de nuestra habitación en el chakra corazón del mundo, aquello nos permitirá gradualmente la reconstitución de las identidades ecuatoriales primordiales y es en esa búsqueda que descubriremos el vector de nuestra organización social, política y territorial futura, es decir el estatuto ontológico de las culturas y pueblos del Ecuador del siglo XXI.

Es en medio de la fluidez amorfa de un planeta global en caos, es en estas tierras que constituyen el punto de encuentro entre las energías “del mundo celeste” y del “mundo terrestre”, es en este Ecuador nuestro, tangible y actual que podremos construir un nuevo mundo de acogida para los nuevos hombres rojos, amarillos, blancos y negros del planeta que deseen venir a crecer en pacífica, diversa y fructífera convivencia y, es precisamente en la búsqueda de este sendero que Atawallpa Oviedo nos invita a seguir caminando, siempre buscando en nuestro sol ecuatorial la “unidiversidad”, la dualidad y la complementariedad de nuevos y deslumbrantes arco iris.


Ki-To, Tierra del centro, abril 2007

* Arquitecto y escritor.
Profesor de la Facultad de Comunicación Social del Ecuador.
Coordinador del colectivo Gaia Tierra Inteligente

CONSTRUCCIONES

Sentada en el rincón,
tinieblas cubren

Una hoja en blanco
recoge voces en el viento,
titilan las palabras
y trato de alcanzarlas.

Mi pensamiento,
en brazos de la jornada
libera truenos, relámpagos, tempestades;

Aquí estoy
desafiando mares.

Como barca de recio timón
alas muy grandes son mis quimeras
metáforas rojas en vasos de vino.

Martha Ron Pareja
Miembro de Ultimátum

DESDE LAS TIERRAS DEL KI

Cuentan que hace miles de años, después del diluvio universal
que relatan los libros sagrados, una semilla de maíz pudo salvarse en la cima del Kápak Urku, -nombrado por los españoles: el Altar-, para germinar con el soplo divino y florecer en el triángúlo energético formado por la mamá Tungurahua, el Taita Chimborazo y el Jatun Altar.

Entonces, el primer hombre rojo hecho de maíz y, la primera mujer hecha de quinua, empezaron a crecer y multiplicarse con los ciclos de la tierra, el aire, el fuego y el agua. La mujer sería lunar y sujeta a los vaivenes del lechoso satélite; el hombre en cambio solar, cargado de la fuerza del fuego, más siempre vulnerable al agua... Los dos cíclicos y complementarios, como la noche y el día, siempre naciendo con el amanecer y muriendo en el poniente, para renacer otra vez de sus cenizas, con el alba.

Algo similar sucedería en otras épocas y latitudes, -y en otros diluvios-, en la China con el hombre amarillo y el sagrado cereal arroz y en Egipto con el hombre negro y la alimenticia cebada, o en Europa con el hombre blanco y el dorado trigo.

Desde entonces, en las tierras primigenias de KITO: ancestral país de los kindes o Tierra de la mitad, los hombres de maíz y las mujeres de quinua, se dedicaron a inventar nuevos alimentos para el bienestar de sus hijos. El fréjol lo desarrollaron los hombres del sur de los andes ecuatoriales, los abuelos de los paltas, bracamoros y zarzas; la quinua y el amaranto los andinos centrales, tíos abuelos de panzaleos y puruwayes, cuyos abuelos llegaron desde las lejanas costas de Caraquis, hasta la tierra de los míticos cóndores de nieve o Condorazos. La papa o batata la inventaron los cañaris hijos de la guacamaya y la serpiente, pero la aclimataron los pastos y killasingas, en la región más extrema del Chinchay Suyo, territorio sagrado de Chincha: constelación del mono. Y, siguiendo después las direcciones de la Tawa, se dispersaron a los cuatro vientos.

Por su parte, los Caranquis, aportaron con casi 200 variedades de maíz y deberían tener la patente de las palomitas de maíz o cereales voladores que comemos mientras vemos el Código Da Vinci en los Cines Marks y en el austro, los Cañaris aportaron a la humanidad con el mote, que se transformó en mote pillo, - claro está-, gracias al huevo de gallo y gallina que trajeron desde la Patria Madre nuestros padres putativos…

Por eso, al explorar nuestras identidades, mucho más que buscar en las “Señas particulares” que algún gurú despistado, pretende hallar en el fenómeno de “la hora ecuatoriana”, o en la planta del pie que nos hace plantillas, o buscar en el Museo Imposible de Latacunga, el fósforo con el que chamuscaron al pan quemado, deberíamos empezar por valorar nuestras identidades, desde lo que comemos hoy y desde hace siglos: el maíz, la papa, la quinua, el fréjol, el chocho, las habas, la mashua, el amaranto, el melloco...

Así tan simple, deberíamos empezar a buscar nuestras identidades en la natural cotidianeidad de nuestra vida y en nuestra alimentación diaria. Ahora sabemos por estudios genéticos, que las tierras ecuatoriales fueron el horno en donde se amasaron al sol y la luna, los principales productos de una alimentación sana y de otras tantas “comidas de indians”, que como tantos regalos de la Allpamama, luego se expandirían en las cuatros direcciones de Amaruka y luego a todo el planeta GAIA y que salvaron del hambre, en plena revolución industrial, a los racionalistas y carnívoros del norte, quienes en principio destinaron el maíz y la papa como alimento para su ganado, pero que luego se vieron obligados a sobrevivir a sus propias guerras y desastres, comiendo papas fritas, con “pop corn” y COCA cola...

En estas fechas del solsticio de junio o INTY RAYMY, que para la cultura judeo-cristiana anuncia el Corpus Cristi, aquel maestro solar, -como lo fue Tunupa Wiracocha para los andinos, Quetzalcoatl para los mayas o Sidartha Gautama Buda para los orientales, bien vale recordar y empezar a valorar nuestras más antiguas tradiciones solares y lunares; de sentirnos hijos del maíz y seguramente hijos de la papa y de la quinua y del amaranto y de la mashua; para conseguir como profetizó el inca Atahualpa: que pasados quinientos años de oscuridad asistiríamos al regreso de miles y miles de sabios amautas, de agricultores, de escribas o quipucamayoks, de poetas o aravikos, en fin de miles de astronautas de la Nueva Pacha, para iniciar el florecimiento de la humanidad en el “tiempo-espacio que vuelve” en este Décimo Pacha-kutik, que por cierto, nada tiene que ver con ningún partido político.

Por ello, ULTIMATUM estará interesada en mirar a nuestras literaturas en el contexto amplio de los pueblos y de las culturas ecuatoriales ancestrales y contemporáneas; desde múltiples perspectivas y desde numerosas entradas, pero sobretodo desde una “cosmovisión” y no desde cualquier y maniquea “ideología” al uso y/o abuso del “hombre blanco”…

ULTIMATUM aspira a poder mirar otra vez en el cielo, a las constelaciones del Puma, del Mono y de la Cruz del Sur; a guiarnos con el reloj ecuatorial del grano sembrado y florecido de la tierra; jugar en el caparazón de la verde tortuguita de Cerro Narrío o desovillarnos en la espiral de un spondylus ancestral, para comprobar que como pueblo sol-lunar, sí somos capaces de enterrarnos en el oscuro útero de Allpa Mama y de renacer al tercer día o al tercer mes, -eso poco importa-, con la utopía de saber que somos carne de barro, ojos de quinua, cuerpo de caña y manos de abierta mazorca...

Diego Velasco Andrade