lunes, 19 de noviembre de 2007

EL SI DEL NO*

Por RAFAEL LARREA INSUASTI

(1942-1995)

O Sobre como el poeta administra sus bienes;

y de lo cotidiano, alma y forro de la literatura.

El ojo rojo de la máscara liego a la aldea.

El ojo rojo de la máscara es un ojo de sol.

El ojo rojo de la máscara es un ojo de fuego.

El ojo rojo de la máscara es un ojo de lanza.

El ojo de la máscara es un ojo de flecha

El ojo de la máscara es un ojo de hacha.

Es rojo.

Introducción para golpear (u oír golpear) en las Mil Puertas



Quien estime obligatorio conocer al menos dos de los lados, como pirámide previa, como regla del mortal juego de pelota azteca, antes de soltar en flauta de pan sus cosas interiores (camisetas, cal­zoncillos, piernas caminadas, angustia metafísica pura, poemas, ver-sitos, textitos literarios, o cansancio natural y lógico de pie de atleta), anima su espíritu, legítimamente, con un buen poema, como el que da inicio a este texto. Que el ojo rojo de la máscara, resplandeciente en este poema Fogón, antiquísimo discurso nacido en Malí, África, en tiempos en los que la lengua, que sí comunica era respetada, nos sea útil ahora, tanto para golpear (como para oír golpear) y entrar en las Mil Puertas.

Aquí no hay esfinge más interrogativa que tu propio ojo, el del fondo, tu ojo que oye, el que está siempre preparado para condenar y a veces (ave César, los morituri te saludamos) para salvar la vida, pero que jamás perdona la vida horizontal, desperdiciada, la vida confusa, la porca vita.

Yo pasaba por aquí. En mi viaje he sido detenido por tu ojo. Debo responder o verme morir. Y no es solamente por salvar mi vida que estoy listo, sino porque no me resigno a morir de manera tan pri­mitiva sin levantar un juicio argumental en mi propia defensa. Además, porque tú eres yo. Y bajo cierto sol, según cierto calentado cráneo, siendo un caldo de sesos y piedras lo que yo pienso, resulto ser yo mismo el ojo rojo, la necia esfinge interrogante que necesita del agua de una respuesta para mojar sus labios y seguir preguntando al que sigue.

Jamás tuve mil y una noches. Siendo la noche tan bella, aún voy por la primera, aún tengo mil. Cada noche comienzo la cuenta. Y espe­ro que nunca llegue la última de ellas, siempre estaré pendiente de los labios de mi Sherezada, ágil de seso, que dejará otra vez el cuento por terminar, abriéndose como una rosa de muchos otros cuentos. Más no por ello temo menos al diente de la muerte que pende sobre mí con su hacha maldita que corta la cabeza en dos tajos, cabeza y cuello, ojo y murmullo, pestaña y beso desangrado, nariz y sin sabores, dejando un pespunte de pasos desnudos sobre la nuca, pasos como de los dedos de un verdugo (a).

La vida, para la inmensa mayoría, es una travesía insólita, cuyas peripecias y acontecimientos se van sumando de manera geométrica, y uno verdaderamente no sabe como llegará al puerto final, si entero o de huesos o con una gran duda en la palma de la mano. Lo cierto es que emprendemos el viaje, echamos a nadar, y en esto nos encuentra la esfinge y espera preguntas cabalísticas, capciosas, como aquellas de que se le explique de qué materia prima se hace la poesía, la literatura, aunque ella, simplemente, se guarda, para sorprendernos, toda la cabal respuesta, y se ríe calladita, mirando nuestra torpeza, nuestra ingenui­dad, nuestra ignorancia.

Así que el viaje por entre ojos de sirena y comentarios mortales,

es algo común a los seres que quien no lo ha realizado no sabe lo mucho que se ha perdido.

En un viaje así fantástico partió, hace ya lunas varias, Aladino, el de la mágica lámpara, llevando bajo el brazo, como salvando de un incendio de una futura biblioteca para adivinos, los legajos sagrados de Jakobson y Goldman, los incunables de Teodoro Adorno y las citas enfebrecidas de Luckacs y tantos otros estetas, individuos cuyos ros­tros se encuentran pegados a los dedos, tal y como el Pensador de Rodin.

Remaban, el bote que lo llevaba, fornidos marineros semióticos, lingüistas y estructuralistas. De su fuerza, de su saber dependían el feliz desenlace de las argucias y los esfuerzos de Aladino por volver a encontrar la lámpara perdida, aquella maravilla que su joven y bellísi­ma esposa creyó que no vaha un maravedí y simplemente la cambió por una waflera a un charlatán Harekrisna, primo hermano de un masón que, para mala suerte pasó por su casa, un día de verano.

Algunos, claro está, sostienen todavía el argumento de que la esposa de Aladino actúo no solo de buena fe (lo que supuestamente ya es un mérito) sino en los términos de la más alta lucidez conceptual, puesto que la técnica debe reemplazar la técnica, y los del siglo debe­mos estar con el siglo y no con remembranzas. Pues, como os imagi­náis esto es un intríngulis, en el que pueden suceder roturas de cabeza, ya que Aladino insiste que si alguna vez hubo un milagro éste provino de la vieja lámpara, y asegura que la sigue buscando. A menos que se dedique a trabajar. Entonces tal vez Aladino descubra finalmente que el genio es él mismo.

Y el problema consistía en que Aladino se interesó de pronto por la literatura y pretendió unir su nombre al de los escritores anónimos que han hecho de la magia literaria árabe un bocado de los dioses. Y quería convertirse en el gran poeta persa de todos los siglos, simple­mente frotando la lámpara y haciendo trabajar a otro en su lugar. Error craso que le costó, como todos sabemos, el haber pasado a la historia de la literatura únicamente como el personaje que sale de sus aventu­ras ligado a la pata de una enorme ave Roe. Pues, de versos. Aladino no llegó a escribir uno. El era la poesía.

Si a Platón o a Aristóteles, a Thales de Mileto o a algún otro colega filósofo les hubieran preguntado respecto de la relación entre lo cotidiano y la literatura, habrían fundado, sin duda, otra Academia. Y más tarde que temprano habrían dado una respuesta abrumadora, clá­sico griego- europeo- centrista, que siguiendo los trámites normales, hubiera significado cicuta, cárcel, o gloria universal. Tal vez hasta se hubiera perdido la respuesta entre los múltiples legajos coloreados en rojo y azul con que pasaban el tiempo los monjes benedictinos.

Pero no. La Esfinge me ha hecho la pregunta a mí. A mí, Demócrito, de la era del átomo. Y se espera que responda con una docta disertación, que partiendo del tronco de la reflexión personal (de la práctica personal, mejor) busque dar significación al significado de estas categorías en su multilateral interacción. ¡Una respuesta paradig­mática!

No hay otra originalidad que ser uno mismo.

Que extrañamente complicado es el ser uno mismo.

No es igual a estar solo en el mundo.

Jamás uno sólo es uno, uno es multitudes.

Soy un contenido y una forma específica de lo cotidiano.

Yo, como vosotros, soy universal.

Pero, particularmente, no soy otro que yo. Soy yo mismo.

Es decir tú.

Restemos un poco. Respetables son todos aquellos estetas, seria­mente interesados en desenredar esta madeja. Muchos que empezaron de niños genios están pidiendo ayuda a sus vecinos. Otros han perdido el pelo. Algunos han pasado a la vida del recuerdo. Las obras de algu­nos de ellos, mientras sostengan una verdad útil para el lector, serán leídas, copiadas a mano o en copiadora eléctrica, repartidas, comparti­das. Más si dieran por sentado que todo está dicho, entonces no nos quedará otro recurso que ir a las librerías, y subrayar con un marcador de textos los teoremas finales e incontrovertibles con un lapidario va de retro, y acentuar con rojo la variación constante de los precios, ele­mento básico demostrativo de que nada permanece fijo.

Ya lo sé. Ya lo sé. Tal barbaridad no será necesaria. Ninguno de nosotros, querido lector, sostiene que todo está dicho. Sin embar­go es bueno siempre tener en mientes tal relatividad, gozar viéndo­nos en posición de filo de navaja, detenidos a medio vuelo para refle­xionar, con el dedo del juicio en la otra dimensión, que es como nos sentimos cuando pensamos, imaginamos, inventamos, jugamos y tal y tal. Es un gran estímulo sentirnos creadores. Aunque nuestros pro­ductos finales sean a veces tan lamentables. No sacamos nada alen­tando la impotencia. Queremos enriquecernos descubriendo y entre­gando nuevos universos, subir peldaños de conciencia, abrir la ven­tana para apreciar la belleza, pues así como sentimos andamos.

Únicamente de este modo de ver, que es el más generalizado espejismo, podemos aspirar que un rato de esos brote de la jungla espesa de lo ignorado, un puño negro, bien negro, bien puño se estre­lla vigorosamente sobre la nariz de Tarzán, y el África Mía pueda volver a reír con sus cocodrilos y rinocerontes, con las poéticas gace­las de Malí, Togo, Dahomey, Congo, Sud África, Saharaui, Marruecos, Sudan, Somalia, Etiopía, Costa de Marfil, etc., y que los pueblos canten su cotidianeidad de liberados dátiles en los labios de las mujeres bereberes, que los pigmeos recuperen su tamaño de pro­verbios, y los verbos swahiles sigan bailando con máscaras su insu­perable multivoz.

De este modo y de ningún otro modo, el Illimani peinará su sobrecogedora nieve en el lago Titicaca, millares de zamponas renaci-das florecerán y estremecerán con sus ritmos líquidos la columna de Los Andes, relatando con ansiedad, con sed, con ganas de ser escucha­dos, su cotidianeidad aymara, quechua, mishu.

Lo cotidiano es todo, todas partes. Y para el hombre de oficio, escritor, albañil, ebanista, pintor de brocha gorda o gordo que pinta, todos, monos contemporáneos, lo cotidiano es magna, savia, leche, carbón, primera piedra, rueda recién descubierta, fuego en cueva, fue­lle, espuma, necesidad, destino, lenguaje, símbolo, mito, espíritu, materia, carne, hueso, compromiso, tarea ineludible, para ser, para poder ser, para pretender ser.

Cotidiana es la vida misma

Y esto es válido tanto para el oriental que medita sobre las equi­vocaciones de Buda, como para el occidental conosurista, aquellos que defendemos Galápagos, como para los que dominan la tierra parándo­se en medio de la línea equinoccial.

Lo cotidiano se vierte adentro desde fuera. En la totuma, tiesto o testa -como se quiera llamar a lo que otros denominan terraza- es donde se resuelven los estímulos de la realidad, de esta y de la otra, de esta que parece tan tangible como inasible, excitante como peligrosa, debutante como la más anciana, extraña conocida, dato anómalo, sin­gular, como aquella otra, de otra dimensión, del juego, del topo, del lobo, de la piel pegada a la piel amada, la realidad sorpresiva, la ima­ginativa, la que es como cintura de bailarina árabe, la que tiene los dedos sugerentes de largas uñas que pican al cielo como las bailarinas tailandesas, y bien, toda aquella realidad no soñada, dicha, escrita, no constante en el cuaderno de bitácora de ningún navio. Esto y esto otro, como suma un apresurado: Él "pásame la ésta que está dentro del éste", como diría una amada esposa a su marido.

Allí, en ese crucigrama sin solución, es donde se atropellan los proyectos, se hacen y deshacen los mundos íntegros, donde exhala oxígeno vítreo el conjunto de volcanes que encunan terremotos instantá­neos, sociales, económicos, políticos, estéticos deslizamientos de masas, de los cuales a veces percibimos su exterior en la forma de un poeta fumando un tabaco, a las seis de la tarde, frente a unas moribun­das nubes moradas al filo de la montaña.

Chupemos, Extraigamos con fruición más tuétano, de este huésano.

Lo cotidiano instantáneo

El ojo rojo toma una instantánea, de revelado inmediato, una panorámica con traveling sobre lo de todos los días, la realidad, la vida.

He aquí la primera fotografía móvil, cuatridimensional. Pero, ¿qué es esto?, ¿qué champús de narices, ojos y piernas flacas es esta mezcla? Aquí están ustedes, y no están. Esta foto no miente, al menos no tanto como los presidentes. Están las lágrimas de anteayer, la nariz con que vinieron al mundo, sus palabras de amor prendidas con pinzas en las orejas vírgenes de las muchachas. Los calvos no evitan exponer sus preocupaciones. Desaliñados y furibundos iconoclastas reciben un honoris causa de algún presidente de república sudamericana. ¡Chicha, este ojo! ¡Es un ojo e" chícharo, en su vaina, un fuelle subversivo con lente de contacto a largo alcance!

Y, ¡que tal esta otra¡ Se alcanza a ver -acerqúense, no muerdo-una superposición incesante de paisajes típicos, montañas nevadas, montañitas dormidas, lagunas con patos, patos tristes, tungurahuas, toctiucos, cotopaxis, imbaburas, una sábana blanca sudando pepas, el Chimborazo tomando el sol, calles de subida, de bajada, de retro, de lado, suburbio oculto en basuras, Guayaquil de mis amores, riobam-bas, duranes, un niño nada en una nata verde, los paisajes se mojan, llueve, llueve pájaros, páramos, pasamanos, pensamientos, zancudos, cólera, dengue, paludismo, difteria, regalos sangrientos de los populis­tas, graniza.

Truena. Hay gente enterrada en un bus.

Ahí vienen los escritores, los literatos. Con supersensibles y pro­fesionales ganzúas -bisturís (que parecen tijeras de hojalata y hojas de afeitar usadas) toman a su cobayo, su guinea- pig, su cuy (depende de la tradición, de la extracción, de la sumisión, de la formación y de otros ción que me abstengo a nombrar, como comi- ,condi-, posi- etc.) e incursionan tras los pensamientos, los comportamientos, las dudas, actitudes, tesis, crisis, recogen sentimientos, sentencias, frases hechas, locos arrebatos, términos absurdos, vocablos vulgaris populorum pro-gresio, pacen in tenis, ternísimos rincones, manos apretadas de amorío, besitos bajo las sábanas, irrefrenables deseos inconfesos, pretextos, pre-textitos, sorpresas, asombros, distancias, ángulos, primera voz, relatos en off, secuencias subsumidas, entrecruzadas historias, el tiem­po va de regreso, esguinces, escapes y cuantimás. ¡Los diez rostros de cada yo! ¡Ojala salgamos en verso, en prosa, en texto, en pie de foto, en cuento, en novela, en reportaje de Dinners!

Los hay también, honestos.

Pero, dejemos este ángulo de la postal. Miremos la firma.

Al lado de mi nombre de persona, como diría cualquier siglo-ventino y con el cual, de tarde en tarde, cobro un cheque pálido por mi modestísimo trabajo de maestro, está algo así como mi rostro propio. La barba oculta o resguarda otra preocupación en la imagen del suso­dicho. Es una preocupación cotidiana: la de comer.

Y al filo tridimensional del órgano que lleva el nombre de nari-zonda, el poeta se ve las manos, tras habérselas lavado, dejando los sonidos, las palabras y otras arcillas sobrantes, en el mismo sagrado sitio donde las descubrió como huaquero. Y levanta la vista para ver si es que pasa -por algún lado- ese dolor de espalda que lo mata. Son los horizontes de anteanoche. Son las nubes de cobre que le pesan en los ojos. Y sensualmente sube por su garganta, inunda con su saliva toda su boca, la loba del hambre. La puta hambre. Aparecen, las palabras chamuscadas, las ermitañas de vino hervido, las heridas de sed, las gra­ves, las esdrújulas, las nuevadas que quedan clavadas en las Zarandas, como decía mi siempre querido y recordado hermano poeta Alfonso Chávez, y con las que nunca ningún imaginador de tropos y metáforas se ha separado de la vida, del universo, del foco del vecino, de todo eso que ni se alquila, ni se presta, ni se vende, sino que se regala riendo, esa que es, en suma, la pata con que se anda y cojea, renguea y corre­tea, la que da la mano y no pide nada, esa que se llama, conciencia, conciencia crítica.

No hay nada de misterioso en todo esto, nada de esotérico. Es como abrir las conchas de un verbo, o darle respiración artificial al que camina, al pez que nace; son apuros de nácar, rubíes de piedra pómez, que hay que aprender a guardar celosamente, no vaya a venir la Defensa Civil y confisque lo que es de valor para los damnificados del verbo. No me miren así, sorprendidos. Topen con sus dedos esta parte llena de guaguas, de casas de arriendo, de cuentas de luz, de cuentas de aire, y digan no más, ¿a qué puede aspirar uno en estos tiempos que no sea a pájaro? Si comiera bien, seguiría siendo pájaro, pero gordo.

Esas palabras cotidianas

Las palabras cotidianas son muy decidoras. En toda su dialécti­ca, expresan al máximo de sus opciones las tendencias centrales de la época. Tomemos, por ejemplo, la palabra tortura, o la palabra secues­tro. Recuerdo como si fuera ayer cómo unos pulguientos enmascara­dos a la orden de algún Gobernador de Tungurahua, secuestró a Gabriela, una bella, bellísima niña, bija de un luchador revolucionario, y amordazada la arrojaron horas después, al vuelo de su automóvil blanco, cerca de un viejo puente. Felizmente llegó a los brazos de su padre. Este secuestro, o aquel de los hermanos Restrepo, cuyos cuer­pos se perdieron, y por ello no hay supuestamente delito ni delincuen­tes son, aunque nadie razonable lo imagine, cotidianidades. Y de este tipo de novedades diarias sírvase el interesado preguntar por casos y detalles a Elsie Monge, cuya libreta crece con las anotaciones de desaparecidos, torturados, agredidos, en una larga cuenta que ten­drán que pagar sus responsables cuando llegue el día.

¿Otra palabra? Qué tal la palabra chip. Ni siquiera terminaban de nacer los chips, cuando ya los japoneses los estaban produciendo más pequeños, más bonitos y eficientes y hasta más baratos que los chips yanquis o europeos. Los antecesores del chip no son otros que el resorte, el diodo, el bulbo, el transistor. El chip infalible que mueve hasta las mandíbulas del chochogenario presidente.

El lenguaje cotidiano, el de todos los días, inconmensurable, inabarcable, irrepetible, es más, siempre más. Se parece en algo a los supermercados que tienen desde un alfiler hasta un elefante. ¡Que no puede inventar el ser para comunicarse!

La inagotable cantera

Estamos rodeados por la misma realidad, y no todos ni siempre nos damos cuenta de ello. Pero, la realidad es necia, terca, exigente, terminante, piedra de toque.

Los seres humanos pájaros extraemos de esta inagotable cante­ra todas nuestras referencias vitales, desde los enanos que se enamoran de la Blanca Nieves dormida o despierta, hasta las mínimas nomina­ciones con las que nos hacemos entender; vemos las cosas y les llama­mos: cucarda, morito, ojo de agua, pata seca, zurumba, tumbaíto, alen-tao, abombao, y así y todo nos comprendemos unos a otros.

En esta tierra generosa que es la realidad, cada uno siembra su choclo azul, cada cual sabe como y hacia adonde rema su bote; cada cual se apropia de los bienes de la tierra y los administra a su criterio, actuando como que fuera el primero que viera estos campos, estas sel­vas, estas costas, y que las inaugurara en sus funciones con cinta de alcalde, tijeras, aplausos y todo. Después de tanto esfuerzo, cualquiera exige un yaguarlocro, un caldo de treinta y uno, un plato de tortillas.

El todo cotidiano no está presente siempre en nuestra concien­cia. Existe, claro está, late en las esquinas, silba, llama, respira. La rea­lidad dice como el Hombre Elefante: "I am not an animal. lama man". Por eso, los seres que a veces se enceguecen, deben dejarse crecer la red de la sensibilidad (y no solo ellos, sino todos los seres) e ir al cen­tro, más allá del centro de la ciudad, a pescar. La red es supersensible, recoge todo lo que vibra, lo de acá y acullá, unas cotidianidades caen al fondo, otras quedan al filo de la red, en el rabo del ojo, luego rumia­mos, camellamos, dromediamos, movemos la lengua de cantor y, a veces, nos sorprendemos haciendo versos.

Sigamos a Julio Verne hasta el centro de la tierra.

El pasado, cualidad de lo cotidiano

¿La realidad cotidiana incluye el pasado? ¿Tal vez sea posible que miremos a Espartaco desclavándose de la esclavitud a punta de inauditos esfuerzos colectivos? Y, Don Quijote ¿entra en esta historia? ¿A dónde se fue la bella Dulcinea con sus escuálidos besos fantasma­les? Tan llena de chanchos y porquerizos, ¿cederá al ultimátum del ardoroso caballero de La Mancha? Y su escudero sazonador de razo­nes, ¿seguirá esperando pacientemente a la puerta de la ínsula? .Véalo mañana -diría un publicista- a la misma hora y por el mismo canal. Mientras tanto le ofrecemos algunas escenas del capítulo siguiente:

En su cuarto aparte, arrendado, Einstein insiste en su loca pre­tensión de dejarlo todo en estado relativo. En una habitación de hotel de mala muerte. Darwin deshoja margaritas petrificadas, teniendo como fondo a la Isla Isabela con sus inigualables atardeceres prehistó­ricos. En el primer piso de su casa, tras haber cenado frugalmente, Bolívar llora su delirio otra vez. En un rincón del infierno, Dante se calienta las manos mientras piensa en el amor de Beatriz... y en una buhardilla con arreglos de alquimista, Fausto suspira por su jovencita flor. La telenovela se llama: "el pasado siempre vuelve", subtitulada "La cotidianeidad pervive a pesar de todo", actores venezolanos, músi-ca incidental, fondo natural del Caribe.

¡Ah, la multifacética cotidianeidad! Aún no me extingo, dijo el muerto, y se dio la vuelta en la cama buscando la pierna cálida de su mujer, quien a su vez soñaba con un helado en La Alameda, junto al puente de piedra, donde un timador de la bolita decía muy rápidamen­te no la ven, aquí está, ¿La ven?, ¡ahora no la ven¡, ¿quien va cien?, ¡levante la tapa y le doy cien¡, pero la bola de nada sirve, porque la cabeza está por otro lote de la realidad.

Seré astronauta, soñaba un soñador, y aunque viaje en pijamas de madera subiré, al cielo azul iré, y al fondo negro y estrellado, dejan­do vapores de oxígeno quemado, subiré despacio para que no se des­pierten los niños, los que se quedan abajo en la tierra.. .hasta que el locutor de radio lo volvió a la puta de vida de zapatero remendón y se le clavaron unos chinches en las encías. Enseguida, sintió otro escalo­frío en el ombligo, cuando el tiro le dio en plena cara, este cuarto frío, sino me caliento los pies, no llegaré hasta mañana, y apagó la televi­sión a ver si así podía dormir, pero que va, aquí uno botado, en este espacio, con tanta estrella, tanta galaxia, soles negros, huecos inmen­sos sin memoria, aullaría si con ello enterneciera a la tierra, soy un lobo para adentro, oyes la noche pelada como se abraza a tu pecho, con sus uñas de diamante se atrinchera en las pestañas, sin piedad, con su run run que no deja en paz. Si al menos se fuera a buscar amor en otra casa, al lado hay enormes distancias, llegaré a viejo, tengo que construirme una chimenea en el alma, ojala pudiera irme a vivir en Esmeraldas, aunque fuera para volver enseguida, ¡Ay, quien pudiera vivir sin que­jarse!.. Y apagó la luz del cuarto y se quedó con los ojos abiertos y el silencio nocturno dando vueltas al mundo. En fin de cuentas, soñar no cuesta nada.

Tomar lo cotidiano como materia prima literaria no es cosa del presente. Ha sido la fuente germinal de los mejores cantos.

En el tiempo en que se vive hay estímulos, respondemos a ellos con talento o sin talento, esto es el cuento.

Lo cotidiano es humano, vegetal, animal, mineral

¿Podría argumentarse que los literatos contemporáneos han ganado en fantasía, en imaginación, en profundidad? Hemos ganado otros tiempos.

Lo cotidiano está en todo lo humano, lo animal, lo vegetal, lo mineral. Cuando asesinan a mi hermano negro Moloise, en Johannesburgo, por el delito de pintar las paredes con sus poemas revolucionarios, yo, sangro, tú sangras. Así también como cuando vemos a la ama de casa, doña Lupe, golpeando su olla vacía por las calles, gritándole al uniformado, a través de los gases lacrimógenos, ¡yo te conozco, desgraciado! ¡Te llamas Gonzáles, vives en el barrio La Tebaida!, ¡ya vas a ver, animal!, ¡¿no ves que hay guaguas?! Y las demás mamases pasan limpiando sus lágrimas con las manos cansa­das, pero poniéndole gasolina a la llanta del vecino para darle calor a la manifestación contra el gobierno y sus medidas hambreadotas, una llanta, cuyos alambres se levantan y andan, cual Lázaro mecanizado, uno siente el llamado.

Son cosas de este fin de siglo. Todos los días una nueva realidad y aparentemente la misma. Y los literatos buscándole sentidos, altura, significación, significante. Y pensar, que este es todo el tiempo que tenemos. Y luego, chinflún No hay más.

Miro a Pizarro, el pintor impresionista, frente a la Catedral de París, pintando, su cambiante realidad, hora tras hora. Cuántas catedra­les, con otras sombras y otra luz. La misma Catedral, pero nunca la misma. Veo a Picasso, descomponiendo la figura en muchos ángulos, y luego una paloma de paz. A Vallejo, arrepentido de haber nacido por­que ahora se toma un café que de no existir él lo tomaría otro pobre. A León Felipe, absorto ante la solemne soledad de una piedra como tú. A Kafka, anulado por una puerta que se toca y jamás se abre. Y tantos otros artistas y literatos, cuya impronta se basa en la cotidianeidad, y que nos dejan atónitos, conscientes, lúcidos, comprometidos. Esta es una conquista, una alegría inenarrable. Es la libertad.

Nos corresponde también luchar contra el peso de la roma rea­lidad, de la chata y mentirosa exposición de una supuesta realidad, contra la cara del cinismo, de la demagogia populachera, del robo a lo humano, a mano armada y criminal, todo el mundo de chatarra con que se esconde la verdadera esencia de la cotidianeidad.

Lo más trascendente es su devenir

Lo más trascendente de lo cotidiano es su devenir. Lo que hoy es no será. Que sencilla e inapelable sentencia. Todo lo que nace, mere­ce morir. Cada muerte es vida nueva. Lo nuevo no es totalmente nuevo. El automovimiento es la clave. Nada permanece, todo cambia, de forma, de esencia, de sentido. Como dice Brecht, cuando hayan hablado los que dominan, hablarán los dominados. Lo firme no es firme. Lo débil se hará fuerte. Todo presente tiene historicidad: raíz, causa, fuente, perspectiva.

Nuestros verbos, por ende, tienen que ubicarse en el plano de esta concepción de la realidad, de la cotidianeidad. No pueden ser que­jumbrosos, tristes tonos, palabras estáticas, eternas, solemnes con olor a muerto. No pueden podrirse de suspiro, de anonimato, de agonía, de beso lívido. Cada palabra es un mensaje. Un reto. Un ser y su camino. El paso de lo inferior a lo superior.

No podemos quedarnos con lo superficial, pero no podemos quedarnos sin lo superficial. Tocad las piedras, son de vidrio. Tocad al hombre, es mundo nuevo. Toda la capacidad para comunicarnos es insuficiente. Nuestras intimidades son nuestras y son las cotidianeida-des de los otros. Estamos hechos de una trama que demanda contacto, mezcla, relación. Que suenen todos los instrumentos a la vez para que empiece una nueva etapa de lo humano, un capítulo nuevo en la his­toria de la humanidad.

Me quedo corto, Esfinge cuestionadora, lo sé. No importa. A mis verdades a medias estoy seguro que las estáis completando, querido lector, con sabiduría y originalidad. Con vuestro perdón, sin embargo, me falta entresacar otros elementos.

El poeta inaugura otras cotidianeidades

De lo cotidiano, el poeta hace lo nuevo cotidiano.

Lo cotidiano le toma de la oreja al poeta y le sugiere: oye, ¿por qué no hablas de mí en este tono distinto? Búscame una arista que los otros no ven a simple vista. ¿Por qué tomas de mí tan manido argu­mento? ¿No soy acaso, compleja, rica, abundante? ¡Búscame las cinco patas! No seas cursi. Guárdate los lugares comunes bajo el sobaco. Yo soy tú. Cada vez que penetras en mí, yo te transformo. Nunca serás el mismo después de hacer el amor conmigo. Soy la realidad. Soy revo­lucionaria.

Tu verbo vale oro. Tu palabra pesa. Tu argumento es luz. Serás joven tras quinientos años. Cuánta libreta de apuntes sobre mí, se ha perdido. Cuánto libro no se ha escrito. Escribirás con el sudor de tu frente. Y una vez metido en este saco infatigable, estás comprometido con tu pueblo, la historia, el presente, el futuro, con tu tiempo, así como con la literatura. Ya lo dijo Bertold Brecht: "El artista da forma a algo según una imagen de la realidad, o una 'expresión' de lo que la realidad, fuera de él, produce en él".

Bien, esfinge preguntona, ojo multidevorador, tu pregunta, un día, la respondieron Aristófanes, Vallejo, Neruda, Bretón, Mallarmé, Joyce, Gorky, Li Po, Guillén, Arguedas, Pablo Palacio, De la Cuadra, Gallegos Lara, Nazin Hikmet, y todos los que se detuvieron ante ti, antes de ingresar en las Mil Puertas. Ellos pasaron. Otros pasarán. La última respuesta que te doy, lo hago con palabras de un anónimo poeta africano Susu. Lo hago en su nombre.

Hay un pozo

Que tiene cinco clases de agua

Hay agua dulce

Y agua salada

Hay un agua insípida

y agua amarga

Es roja la quinta agua

Roja como la sangre

Ese pozo

Es la cabeza.

Y que cada cual levante su testimonio, administre sus bienes, escoja su camino, en bien de la humanidad, de la tierra, del espacio y de todos sus proyectos.

Rafael Larrea Insuasti, Escritos políticos, PCMLE 2005

Javier Heraud *

El Grupo Ultimatúm, inicia entregas periodicas de la Poesía Revolucionaria Latinoamericana, con el poeta ecuatoriano Rafael Larrea y el poeta peruano, Javier Heraud.


El río




1

Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el viento.
Hay arboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
mas violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.

2

Yo soy un río
un río
un río
cristalino en la
mañana.
A veces soy
tierno y bondadoso. Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de
día,
y de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.

3

Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte,
pero a veces
no respeto ni la
vida ni la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor,
golpeo contra las
piedras mas y mas,
las hago una
a una pedazos
interminables.
Los animales
huyen,
huyen huyendo
cuando me desbordo
por los campos,
cuando siembro de
piedras pequeñas las
laderas,
cuando
inundo
las casas y los pastos
cuando
inundo
las puertas y sus
corazones,
los cuerpos y
sus
corazones.

4

Y es aquí cuando
mas me precipito.
Cuando puedo llegar
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
mirarlos desde
adentro.
Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra,
y callo como una
rosa sin espinas.

5

Yo soy un río.
Yo soy el río
eterno de la
dicha. Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
lagos y praderas
se torna inacabable.

6.

Yo soy el río que baja en las riberas,
árbol o piedra seca
yo soy el río que viaja en las orillas
puerta o corazón abierto
yo soy el río que viaja por los pastos
flor o rosa cortada
yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
yo soy el río que viaja por los montes
roca o sal quemada
yo soy el río que viaja por las casas
mesa o silla colgada
yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados.

7

Yo soy el río que canta
al mediodía y a los
hombres
que canta ante sus
tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.

8

Yo soy el río anochecido.
Ya bajo por las hondas
quebradas
por los ignotos pueblos
olvidados,
por las ciudades
atestadas de publico
en las vitrinas.
Yo soy el río,
ya voy por las praderas
hay arboles a mi alrededor
cubiertos de palomas,
los arboles cantan con
el río,
los arboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.

9

Llegara la hora
en que tendré que
desembocar en los
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar.
El día llegara,
y en los mares inmensos
no veré mas mis campos
fértiles,
no veré mas mis arboles
verdes,
mi viento cercano,
mi cielo claro,
mi lago oscuro,
mi sol
mis nubes,
ni veré nada,
nada,
únicamente el
cielo azul
inmenso
y
todo se disolverá en
una llanura de agua,
solo serán un canto o un poema mas
solo serán ríos pequeños que bajan,
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas.

(Lima 1960)

* J
avier Heraud Pérez nació en la ciudad de Lima, Perú, el 19 de enero de 1942. Poeta, pertenece a la estirpe de Bolívar y el Che Guevara: hombre de letras, tuvo que ser también hombre público. Su limpia voz juvenil (cantor de la vida, profeta de su muerte, leyenda viva en el Perú), su sarcasmo antiburgués y sus parábolas alimentan aún hoy una literatura americana que busca su identidad.

MANIFIESTO Movimiento Tzántzico



REVISTA

DIABLO HUMA

Centro de Arte Nacional

Junio 1981



Rafael Larrea*

El Movimiento Tzántzico fue eso, revolucionario, y sus conteni­dos no han caducado, sus grandes objetivos aún no han sido plenamen­te cumplidos. Entre las múltiples causas que motivaron su diáspora, probablemente, es en relación con la consecuencia, o no, frente a sus postulados que podremos encontrar la razón de la división de las aguas. Pero ni ello anula su valor real. Mi criterio personal es que éste se ha dinamizado y ha ingresado en otro estadio y tiempo. Por ello insisto en formular un nuevo Manifiesto Tzántzico:

MANIFIESTO

Nosotros, los de este lado de la raya, nos negamos a redactar el testamento que, tan acuciosamente, solicitan todos quienes anhe­lan un respiro de irresponsable tranquilidad.

Mientras estemos vivos, hablaremos. Y muertos, también. No hemos nacido para morir. No hemos remado sobre arenas move­dizas, ni hemos desintegrado nuestro ser. No hemos bebido la luna de Li Po en vano.

Somos los gestores y partícipes, los responsables de los actos y las palabras, de los sueños, de la actitud y el pensamiento, los pro­ponentes y los jornaleros, los poetas que damos testimonio.

Espartaco, el primero de los Tzántzicos, nos enseñó a erguir la espalda adolorida de todos los esclavos y a luchar por la dignidad del hombre.

Nuestra misión en la tierra es crear, no sobrevivir. Nuestra tarea es transformar.

No hay una sola dimensión del ser. Se es un instante y también el resto de la piedra. Cada cual es su propia sombra.

Los hombres somos tercos, porque somos realidad.

Seguiremos cuestionando la eternidad de las esfinges, arrebatán­doles su sacrosanta justificación de la propiedad privada que man­tiene en las huachimanas a los desposeídos y humillados.

La mañana es grande, más que la tarde, pero sólo la noche del creador recoge la dimensión del universo.

Muchos sentidos tiene la vida, algunos, como la memoria o la capacidad de valoración, son como los innominados cometas que, tras largas vueltas elípticas, retornan con sus colas maravillosa­mente iluminadas y nos sobrecogen de emoción desacostumbrada, sólo parecida a aquella primera vez que tomamos conciencia de la dimensidad del hombre, del futuro de la sociedad humana.

Asumimos el poder de lo irreverente, elemento vital de los poetas y los pueblos, sustancia de lo nuevo, manto protector contra las erosiones, fuente inagotable de potencia creadora.

No habrá jeques ni alfombrazgos si no hay poetas que se inclinen ante el rey de pacotilla.

Tras los diluvios y los sismos, este otro tiempo. Tras una etapa de crisis, otra más general y profunda, y así en adelante porque los factores que la generan son los mismos. Pero, son los otros, los opresores, los que están en crisis. Los poetas y los pueblos la resolverán a su favor cuando asuman las riendas de sus destinos.

Este otro tiempo exige respuestas. Debemos dárselas. Unámonos.

Siguen vigentes la palabra nueva, el hombre y el mundo nuevos.

*Conferencia dictada durante el encuentro “Cultura entre dos crisis”, Municipio de Quito, 1988.- Revista Diablo Huma, 1981 (segunda parte)

EL PODER DE LO IRREVERENTE


Rafael Larrea*

Testimonio

"Desde el primer grito, insulto o patada que dio nuestro

movimiento, estuvimos contra los consagradotes los que

se dejaron consangrar, contra las consagraciones".

Tzánzicos Revista Pucuna No. 8

Esporádicas incursiones seudocríticas, libelos de articulistas de segunda, especuladores y tergiversadores de contenidos y de hechos, que relatan fábulas anecdóticas sobre un grupo de barbudos anarco nihilistas, rebeldes sin causa dedicados a las guayusas, proba­dores de estupefacientes que se cruzaban sus mujeres en un bodevil intelectualoide, y que asustaban a las buenas gentes con unos dizque versos, abruptos y desaliñados, empanizando la tranquila melcocha de los años sesenta, es todo cuando han pretendido trasladar a las nuevas generaciones acerca de los Tzántzicos.

Estos nada encomiables esfuerzos reaccionarios, el hosco y lapidario silencio oficial se han dado, sin embargo, con la piedra en la boca.

Tocando su violín de fino pelo blanco sobre su locomotora de árboles que pasan, el tiempo corre por entre los seres y los aconteci­mientos, dictaminando el valor de cada cosa.

Contradictoriamente a sus esperanzas, es siempre más vivo el interés de intelectuales y no, jóvenes y no, por conocer acerca del movimiento tzántzico. Es tal la estimación real, que hay escritores que reclaman el reconocimiento público de haber formado parte de él, o de haber estado por sus alrededores; que lo ponen, en primer lugar de su curriculum vitae. Otros, jóvenes, habrían querido nacer antes para integrarse a él. Para los más, es un aliento vivificante entre tanta ari­dez, mediocridad y oportunismo. Para algunos de nosotros sigue sien­do vida viva. Los lineamientos estéticos fundamentales, su espíritu irreverente, esencia, básica del arte revolucionario, son ahora correc­tamente utilizados y desarrollados por las nuevas generaciones. Definitivamente, el movimiento tzántzico es un hecho ineludible y trascendente, digno de reflexión y apropiación.

Sí, el movimiento tzántzico dio una respuesta auténtica, creati­va, movilizadora a la demanda ideológico-estética de nuestra literatu­ra en un momento histórico concreto; una propuesta estimulante y multiplicadora cuando la producción poética había entrado en un esta­dio de estancamiento y retroceso.

Se había abandonado el terreno ganado por los escritores de los años treinta, que develaron una de las grandes cortinas de nuestra rea­lidad. Lo hicieron sin detenerse a pensar en sus limitaciones histórico-estilísticas, con la irreverente actitud y la urgencia del encargo social silente pero conminatorio; como verdaderos creadores, de libre pensa­miento comprometido con su pueblo; sin miramientos, contemplacio­nes, academicismos, repudiando los cánones establecidos y apropián­dose con pasión de lo que constituía su esencia vital, su tiempo, sus seres, su paisaje, sus problemas, angustias existenciales y metafísica, para mostramos -y al mundo- un algo desconocido en la literatura hasta ese entonces, un rostro de lo que éramos, brindándonos más con­ciencia de nuestro ser como pueblo, y un tipo de expresión estética sor­prendente.

Maestros del uso del poder de lo irreverente, generaron un nuevo lenguaje con incomprensibles signos y símbolos para algunos, incorporando el vocablo popular ennoblecido a la literatura ecuatoria­na, por lo que fueron negados y silenciados largo tiempo por los deten­tadores del sistema.

De esta tradición se nutre nuestro movimiento, de sus grandes lecciones que aún perviven, todavía no plenamente asimilados por la

gran mayoría de nuestra gente: valioso material humano y estético para quienes estamos interesados en hablar con voz propia.

Un poco de "¡qué tiempos aquellos!"

No siendo historiador, sociólogo, economista ni fotógrafo de parque, no tengo intención de aburrir a nadie con una larga enumera­ción de datos sobre la situación que nos tocó vivir. Tampoco les diré que en aquél tiempo las gallinas costaban veinte sucres, porque los jóvenes pueden imaginarse que los Tzántzicos aparecimos a principio de siglo. Pero sí les recordaré, estimados contemporáneos, que nos tocó vivir la época de los Pareja- Shoes, Marilyn, Elvis, Nixon, Kennedy, El Tío Ho, etc. Hubo una cadena de golpes de Estado, pero del gobernante que más se recuerda era de aquel alto y flaco caballero andante, que tenía pinta de sastre sin trabajo y un dedo descomunal para frenar a las multitudes, y cuyo nombre no me llega a la memoria. Lo pintoresco de este personaje era su constante juramento de que tenía el corazón en la izquierda y a la izquierda en la cárcel. Su más notable declaración fue aquella en la que prohibía la lucha de clases en el Ecuador. Era el tiempo en que URJE encendía los corazones con escenas de montañas y boinas. El petróleo era un mito y, en síntesis, una típica Banana Republic semifeudal, con un pueblo pobre, analfa­beto, enfermo y oprimido, pero siempre rebelde.

Pequeña, intrascendente vida literaria había por aquellos tiem­pos. El criterio aristocratizante del estilo del Conde Jijón y Caamaño, el espíritu feudal de amplias expresiones oscurantistas, junto a la des­interesada información del diario "independiente" y un hálito de auto-conmiseración, conformismo, derrota frente a la vida; la vista al cielo y las rodillas al suelo, formaban a grandes rasgos la sofocante atmós­fera, muy parecida a la cortina de humo que dejan los escapes de los buses en la actualidad:

Como instrucción oficial, se enseñaba la pasta y el nombre, el lugar natal de pocos autores nacionales, particularmente se exigía la lectura de Cumandá y una referencia a las artes marciales de doña Dolores Veintimilla de Galindo. Para los Ministros de Educación del tiempo aquel, la literatura y la poesía ecuatoriana simplemente no exis­tían. Aunque había maestros que se esforzaban por dar a conocer a Jorge Icaza y cuantos más pudieran, como el caso del ilustre profesor don Atanasio Viteri.

Contados escritores podían publicar su obra, y la cola en la Casa de la Cultura crecía tanto que aún en nuestros días no ha terminado de satisfacer la demanda. Los tirajes eran mínimos y el escritor era muy conocido por sus familiares.

Los "poetas" habían convertido a sus declamaciones en telón de fondo de la elección de reinas, en diversión durante las fiestas privadas de algún aburrido mecenas, de condumio para las auto alabanzas y mariposa muerta en las torres de marfil. Como pasas amargas, los ver­sos eran construidos con el lenguaje más académico posible, con la rima consonante en boga. Abismal abismo se había establecido con el ritmo, el color y la cotidianeidad de la vida del pueblo. Un envaneci­miento delirante, homenajes, medallas, títulos, reconocimientos públi­cos, seminarios exclusivos, honoris causa, premios y embajadas para los vates, llenaban el irrespirable reino de la mediocridad. Ya podrán imaginarse; cómo eran aquellos tiempos!

Salvo, claro está, excepcionales excepciones como la del poeta César Dávila Andrade y su verbo catedral.

Tal era el medio que exigía con urgencia el aparecimiento del grupo de poetas de la palabra dura.


Las ideas que encendieron el fuego

¿Cuáles eran las ideas iniciales, las que encendieron el fuego que alimentábamos con impaciencia, noche tras noche, pegando los oídos al canto del acordeón ciegamente enamorado de su nuncajamás?

Evidentemente la nuestra fue, inicialmente, una respuesta bási­ca de sobrevivencia, una oposición vital a lo caduco y atrasado; ideas trasformadoras, radicales y bien orientadas que aparecieran más tarde en el primer Manifiesto publicado en la revista Pucuna:

"Como llegando a los restos de un gran naufragio, llegamos a esto. Llegamos y vimos que, por el contrario, el barco recién se estaba estructurando y que la escoria que existía se debía tan sólo a la falta de conciencia de los constructores.

Mientras pensábamos, nuestra vista topó a todo lado de ese pedazo de tierra con bocas hambrientas, dividido necia y ambiciosa­mente por alambres. Llantos y desolación, y a la vez, fertilidad y rique­za había.

Decidimos hacer algo...

Hoy, simplemente, acudimos -y con nuestro arte- lucharnos. Hemos sentido la necesidad de reducir muchas cabezas.

No decimos que encima de estos restos nos alzaremos nosotros. No. Se alzará por primera vez una conciencia de pueblo, una concien­cia nacida al vislumbre magnífico del arte.

Nuestro paso sobre la tierra no será inútil mientras amanezca­mos al otro lado de la podredumbre, con verdadera decisión de ser hombres aquí y ahora.

Nuestro planteamiento es de ruptura, porque creemos que sola­mente ella se puede apartar y sepultar a la blanda literatura y al arte 'artificio', dejando paso y dando paso robusto a la auténtica expresión poética que busca recuperar este mundo, mostrándolo tal cual es: des­nudo, trágico y, a la vez, alegre y esperanzado.

Sabemos que existe sólo una posibilidad para lograr una buena obra y una verdadera actitud: la rebeldía.

Sin plantear una norma estética, reclamamos una actitud del creador. No tenemos más que esta vida para vivir y tenemos que hacerlo en medio de esta revolución y por este mundo.

No teníamos legajos de noble origen ni apellidos altisonantes. Solo nombres. No teníamos posesiones, excepto la mente clara y las manos limpias. Pero teníamos todo. No había antecedentes, teníamos sed propia. No nos dieron haciendo ni pensando. No esperamos a que otros caminaran, caminamos. No había experiencia, la creamos. Ardientes de conocimientos, asumimos la responsabilidad de una for­mación ideo-estética severa; ubicamos y resolvimos problemas esen­ciales mientras avanzábamos. Partimos de nuestro propio impulso, frente a una realidad viscosa y difícil, atormentada de ídolos y menti­ras históricas, de miseria vergonzante y balas de los opresores.

No surgió nuestro movimiento al calor o influjo de movimien­tos literarios similares, a algunos de ellos los llegamos a conocer años más tarde. Tampoco nuestra presencia se debió al reflejo de la revolu­ción cubana. Cuando esta revolución hubo entrado en órbita signifi­có, por supuesto, un gran sacudimiento general para todo el continen­te. Nos identificamos rápida y correctamente con la suerte de todo ese maravilloso pueblo, con sus carlos pueblas, guillenes, wilfrido lams, barnets y el desfilar de montañas encendidas. Nos sentimos más ani­mados para seguir adelante. Se había quebrado, y para siempre, el mito del fatalismo geográfico. Asumimos esa nueva conciencia.

El movimiento tzántzico fue encontrando los elementos de su ideología y de su estética, en un proceso vital de cuestionamiento y revaloración de lo nuestro, del pasado, de la cultura universal. Desarrollamos el pensamiento crítico, adoptamos una actitud conse­cuente con las necesidades históricas de nuestro pueblo en marcha a su futuro de libertad, y pusimos todo empeño por dinamizar nuestra creatividad.

Ubicados dentro de una corriente ideológica y estética de izquier­da, sostuvimos la necesidad de una asimilación sustancial del Marxismo, así como la imprescindible asunción de una estética cohe­rente, para lo cual penetramos en la textura del naturalismo, el realismo socialista, del surrealismo, el dadaísmo y más corrientes renovadoras.

El estudio crítico de Nietzche, Kierkegaard, del existencialismo sartreano, la teoría de la enajenación de André Gorz, la experiencia de la premonición de los cambios evidenciada por Frantz Fannon en la revolución argelina, etc., también nos fueron útiles.

La tesis sartreana de que los pueblos colonizados y oprimidos "No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación ínti­ma y radical de lo que han hecho de nosotros", tuvo un gran valor para el encuentro de la autenticidad de la palabra. Este ser que dicen que somos es sólo una apariencia, una imagen falsa de nosotros mismos. Pero de las propias cenizas a las que fuera reducido nuestro ser, emer­gemos, negándonos. En nuestra historicidad como pueblo, en todo el proceso de lucha de clases y antiimperialista, está nuestro verbo, cada palabra golpeada, vilipendiada, acallada por el oscurantismo, es nues­tra, es el yo. Reconocer lo que somos, asumir esa conciencia, mirar en proceso y avanzar negando las "verdades eternas", irreverentes con­tra la opresión establecida, nos dará la fuerza para crear una literatura y una poesía verdaderas.

El nuestro fue un arte militante, conciente y claro de sus come­tidos. Esto marca una gran diferencia con movimientos, aparentemen­te similares, como el Nadaísmo colombiano. Trabajamos con espíritu de cuerpo, desplegada nuestra sensibilidad y creatividad vivimos, actuamos, sentimos, produjimos, polemizamos, argumentamos, removimos y potenciamos. Pasamos de la etapa de la denuncia a la protesta y de ella a la propuesta; al esto-bello que concebíamos en una estética probablemente no plenamente resuelta, pero nuestra.

Todo esto representó un peligro para la estabilidad de los dog­mas. Fuimos atacados con la lápida oficial del silencio, por cada reac­cionario, como pudo. Pero nunca esperamos otra cosa del enemigo. Recordamos al Quijote: "Ladran, Sancho, luego, cabalgamos".

Fuimos y somos enemigos de los opresores, de los falsos estetas, de los falsos poetas, de la mediocridad y el servilismo. No pedimos ni esperamos su respeto, su solidaridad, su consentimiento. Todo ello, y en abundancia, lo encontramos en los ánimos, el calor, la fraternidad sencilla y directa, en el cuestionamiento y apasionado interés por todos aquellos para quienes nuestro verso era una agua esencial, por todos los que tienen sed de grandes cambios.

Romper los esquemas para que surja lo nuevo. Quebrar el dogma para que brote la vida. Enriquecernos para enriquecer. Comprender y asimilar el mundo para llegar al individuo. El es arte un medio de inagotable complejidad, un medio para la comunicación ineludible, buscada. Encontrarnos en los otros. Proponer, inaugurar, crear. Mirar hacia adelante. Escritores populares porque presentamos la causalidad y la alternativa, y no populistas. No a los recursos de los vocingleros demagogos, sí a la espectacularidad necesaria para rom­per la inercia. Cuestionadores, irreverentes, revolucionarios en todo cuanto el inmenso ser que somos y anhelamos pueda expresarse. Esas son algunas de las ideas motrices.

Sobre algunos aportes formales

Dejando de lado la decadente consonancia sin esencia, la des­gastada y cursi imagen que nada aportaba, la concepción académica de la metáfora, el tímido tropo, las conjugaciones verbales arcaicas, las voces elegantes pero vacuas, marcadas por un uso de clase tan eviden­te como rechazado, quebrantamos a las reglas de la concordancia con una sintaxis figurada diferente, rompimos la monotonía, recuperamos múltiples otras voces provenientes de varios ambientes nuevos: del pueblo y sus distintos estratos, de la nueva teoría estética, de la cien­cia, de la cultura mundial, las nuevas palabras creadas y recreadas a propósito, dejamos de lado los viejos e inútiles recursos literarios en boga, batallamos contra el lugar común, contra sus apariencias más visibles y contra toda una expresión global; contra frases enteras, con­ceptos enteros, ideas enteras, imágenes, concepciones, series complejas del mismo lugar común; cuestionamos cada palabra útil, medimos su sonoridad, su trascendencia, sus facetas, sus aristas, sus posibilidades expresivas, trabajamos en el lado oculto de la luna; pasamos del adjeti­vo y lo adjetival, a lo sustantivo, hasta dar con el verdadero motor de un poeta que canta: el verbo que acciona, se apasiona y está; buscamos la síntesis y la claridad, recuperamos un nuevo color, otro paisaje urbano, otros ritmos, un referente ambicioso, universal, un contexto vital.

La recuperación de lo cotidiano popular, así como nuestro pro­ceso ascendente de comprensión de los fenómenos nos condujo, claro está, a toda una temática diferente: desarrollamos nuestros sentidos corporales y humanos, afinando y extendiendo nuestra sensibilidad para que todo encuentro alcanzara, conciente e inconcientemente, una valoración poética; buscamos conocer al hombre en todas sus conexio­nes, estímulos y respuestas, aquellas básicas y naturales y las más pro­fundas y desconocidas: las fuentes de las costumbres, los hábitos, los pensamientos y reflexiones cuya expresión, para otros, era tan insóli­ta, desenfocada, irreverente, despectiva, de una crítica sin tapujos ni amaneramientos; asumimos el castellano-quechua, fruto de la fusión de las culturas y los aportes de la riqueza espiritual negra. Cada una de las relaciones y contactos directos, vivenciales, estéticos con los dife­rentes públicos de intelectuales, de estudiantes universitarios, de la juventud secundaria, de la población barrial semiproletaria, de los obreros industriales, de los trabajadores de servicios, de los empleados públicos, de los campesinos indígenas y no, de los maestros, de las variantes regionales, etc., nos brindó nuevo y rico material de análisis y reflexión y una posibilidad expresiva más rica y compleja, más exi­gente, que nos obligó la dirección de nuestra poética, y junto a ello, a variar el tono, la ubicación, la experimentación, el juego, la utilización de los nuevos sonidos, ritmos, la vida y el aliento diferentes. Esta tarea, claro está, aún no termina.

Por la necesidad de la comunicación como un fin, desarrollamos una poética oral, coloquial, no vertical exclusivamente; nos apoyamos en recursos humorísticos, en el sarcasmo, la farsa, el humor negro, la caricatura. Incorporamos expresiones de la sabiduría popular acumulada en siglos, en los refranes, proverbios, dichos; utilizamos elemen­tos didácticos complejos, teniendo siempre en cuenta la necesidad de la elevación conciencial, vital, de los valores espirituales, y a un públi­co que quiere y sabe pensar y sentir.

La ruptura, la violencia, formaron parte de nuestro trabajo poé­tico. Lo caduco no cae, hay que echarlo abajo. Lo nuevo debe impo­nerse sobre lo viejo. El verso, libre en tantos sentidos, lo trasladamos a otras formas: al grito, al carácter ofensivo, a los elementos teatrales novedosos y estimulantes de la imaginación, al collage propagandísti­co, trabajamos la voz para la entrega oral de la poesía, la escenografía, con elementos esenciales y significantes para la multilateralidad, el movimiento, la puesta en escena, la gestualidad, los textos político-lite­rarios, etc., que dieron a los ACTOS TZANTZICOS su forma concre­ta y particular.

No se puede separar unos y otros elementos, pues todos ellos conformaron el lenguaje nuevo con que enfrentamos la cursilería, la mediocridad, la superficialidad, los prejuicios y la ignorancia; así como fue útil para entregar conciencia crítica, irreverencia, espíritu trasformador; amor por lo nuevo, por la verdad, por lo auténtico, en descargas y mutua relación con el público, de alta calidad estética, de aquella que fuimos capaces.

Ello nos exigía una actitud creadora permanente, una acumula­ción minuciosa de recursos muy variados, un estudio específico del detalle, de la particularidad, una vida audaz, de ruptura contra toda ten­dencia a la comodidad y al conformismo, la búsqueda de lo nuevo, la delicada pero no siempre paciente elaboración del hecho poético.

El método de trabajo colectivo que intervenía antes, con la refle­xión, en el proceso de la resolución y creatividad individual, con la consulta, en la conjugación, unidad y diversidad para la construcción de los actos, en la valoración, con el sondeo de opiniones sobre los resultados. El afianzamiento de un agudo sentido autocrítico y de una crítica sin miramientos pero creativa, positiva, potenciadora, exigente

en la búsqueda de siempre más, más profunda, más altura, más auda­cia. Este método sumamente útil nos permitía aplastar la vanidad en nosotros mismos, superficialidad, autoelogio, conformismo, y no dar paso a la conmiseración y otros rezagos. Cada descubrimiento indivi­dual se convertía en propiedad colectiva, en afirmación, apertura y aplicación múltiple.

Parricidas. Sí. No reconocíamos padre ni madre. No éramos hijos de nadie. Éramos nosotros mismos. Los descubridores que abar­cábamos todo el universo, no los epígonos que se satisfacen con las hojas de los árboles que quedan por el piso. Quemamos las naves para no volver, para tener siempre ante nosotros el camino que había que hacer. Porque así lo quisimos, aprovechamos las lecciones de Bertold Brecht y su distanciamiento que nos permitió llegar directamente a la conciencia; de Maiacowsky, su verbo duro, intransigente, cortante, conminativo; la ternura y la sencillez expositiva de Nazim Hikmet; la angustia metafísica, el humanísimo mundo y los recursos poéticos de César Vallejo; la cadencia, el ritmo, la melodía de Guillen; el valor uni­versal del hombre de Walt Withman, y lo que cada uno pudo y supo encontrar en Cortázar, Carpentier, Asturias, Neruda, etc.

Sí. Fuimos apropiándonos de todo: de Pío Jaramillo Alvarado, Peralta, Benjamín Camón, César Dávila y Gallegos Lara y del resto del mundo. La pasión de Vang Gogh, su color inigualmente sol, de lo clásico europeo y norteamericano, de lo nuevo latinoamericano, del arte y la poética orientales, de la música más elaborada, de Piazola, del jazz, de la samba argentina y la demás música y riqueza poética popular de América Latina. En cada cosa y ser, un encuentro, un apoyo, más horizonte, más solidaridad humana, un punto nuevo. Todo ello junto al esto que somos, estimuló nuestra imaginación, creativi­dad, en un proceso infatigable, particulares y universales. Todo ello no para establecer otra normatividad, que fuera a terminar en códigos dogmáticos, no; si alguna tesis quisiéramos que fuera asumida es la del poder de lo irreverente, de lo revolucionario, esencia de todo tra­bajo creativo, para nombrar lo innombrado, para derrotar la enajena­ción, para unir los espíritus para las grandes batallas hacia el mundo nuevo y el hombre nuevo, hacia el socialismo.

Bien. He aquí que cuando uno se pone muy solemne, hasta los pájaros dejan de cantar y se aburren. Lo bueno de lo que comienza es que alguna vez termina.

No quiero dejar de decir que el nuestro fue un verdadero movi­miento, crecimos vertical y horizontalmente, y al inaugurar otra forma de pensar, actuar y concebir la creación artística, al romper el estatis­mo mental y cuestionar los supuestos eternos, este aliento renovador influyó positivamente en el trabajo de numerosos artistas, poetas, escritores, músicos y teatreros. La lucha ideológica estética fue más profunda; organizamos la Asociación de Artistas y Escritores del Ecuador: revaloramos el sentido y la función de la Casa de la Cultura; actuamos para cambiarle junto a muchos otros intelectuales, pero no con la suficiente fuerza y entereza; nos regamos por América Latina y volvimos siempre más conscientes de que formábamos parte del inmenso pueblo que cubre la faz de la tierra.

No he pretendido hacer la historia del Movimiento Tzántzico, ni justificar lo que, posteriormente, haya sucedido con sus componentes y adláteres, así como tampoco ocultar nuestros errores y limitaciones, pues este no es el juicio final. He revelado algunos puntos de lo que ha sido negado, aquello que ocupó nuestro tiempo más importante. En la poca obra publicada se encuentran partes de estos esfuerzos, pero nuestra producción no se circunscribe sólo a libros, sino a un hecho literario colectivo, vivido con toda pasión poética y revolucionaria.

*Conferencia dictada durante el encuentro “Cultura entre dos crisis”, Municipio de Quito, 1988.- Revista Diablo Huma, 1981 (primera parte)