viernes, 19 de marzo de 2010

DEMOLICIÓN EN MOVIMIENTO: SERIE ENSAYOS 5




Por César Albornoz

(Primera parte, fragmentos)

De las grandes confusiones que muchos sufren de contactos con seres venidos de fuera de la Tierra, la historia nos recuerda una muy singular en el triste y sangriento episodio de la conquista europea de América.

Es sabido, al menos por múltiples testimonios escritos de la época, que en un principio varias sociedades indígenas creyeron que los conquistadores, por su tipo diferente ─blancos y barbados sobre todo, a más de su vestimenta y enseres militares eran supuestamente dioses,
seres venidos del cielo.

En el gran imperio de los Incas, a la llegada de los “descubridores” del Nuevo Mundo, también pasa lo mismo, si nos remitimos a las crónicas que se han conservado sobre los primeros sucesos del encuentro de dos mundos, que para muchos estudiosos resultó más un desencuentro.

En su Historia general del Perú el Inca Garcilaso de la Vega narra las impresiones de ese primer contacto entre europeos y habitantes del Tahuantinsuyo.

El comisionado de parte de los españoles era el griego Pedro de Candía, uno de los trece de la fama que en la isla Gorgona decidieron seguir a Pizarro en la aventura de conquistar el Perú, mientras los demás expedicionarios retornaban a Panamá para buscar apoyo para la descomunal empresa. Fue en la actual ciudad de Túmbez donde se presentó ante los incas causándoles la siguiente impresión:

Los indios, que con la nueva del navío estaban alborotados, se alteraron mucho más viendo un hombre tan grande, cubierto de hierro de pies a cabeza, con barbas en la cara, cosa nunca por ellos vista ni aun imaginada. Los que le toparon por los campos se volvieron tocando arma. Cuando Pedro de Candía llegó al pueblo, halló la fortaleza y la plaza llena de gente apercibida con sus armas. Todos se admiraron de ver una cosa tan extraña; no sabían que le decir ni osaron hacerle mal, porque les parecía cosa divina. Para hacer experiencia de quién era, acordaron los principales, y el curaca con ellos, echarle el león y el tigre que Huayna Cápac les mandó guardar (como en su vida dijimos), para que lo despedazaran, y así lo pusieron por obra.[2]

Notas

[1] Fragmento de: César Albornoz, Los grandes filósofos y la vida en el cosmos, Abya-Yala / Ministerio de Cultura, Quito, 2008.
[2] Inca Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú, segunda parte de los Comentarios Reales, t. I, Editorial Universo S.A., Lima, 1970, pp. 52-53.

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