miércoles, 14 de septiembre de 2011

11-S, el aniversario ignorado


La Vanguardia
12-09-2011

El principal asunto que evoca el aniversario del 11-S quedará seguramente marginado del informe mediático. Se trata de las guerras que la sombra del macro atentado de Nueva York ha venido justificando desde entonces. La “guerra contra el terrorismo”, subproducto del “conflicto de civilizaciones”, fue un mero pretexto para realizar las ambiciones de Washington que siguieron al fin de la guerra fría: completar el dominio de las regiones energéticas de Oriente Medio y Asia Central, las principales del planeta, algo que estaba en el programa y los planes de los estrategas desde el mismo momento en que la URSS dejó de existir en 1991, es decir desde diez años antes de los ataques de Nueva York y Washington, episodios, por otra parte, rodeados de todo tipo de incógnitas que se prefiere no remover. En el centro del evento está la cuestión del precio humano de esas guerras.

El estudio más serio realizado hasta la fecha sobre Irak, el de las universidades Johns Hopkins y Al-Mustasiriya publicado en la revista The Lancet estableció 650.000 muertes atribuidas a la guerra entre marzo de 2003 y julio de 2006. Cuando han sido mencionadas, esas cifras han sido calificadas de “polémicas” por muchos medios de comunicación que prefieren los números, mucho menos fiables, del Iraq Body Count, que reduce la cifra a 150.000 muertos, por la sencilla razón de que rebajan la enormidad de la responsabilidad occidental.

En 2008, una empresa británica de encuestas, el Opinion Research Business, estimó la mortandad de la guerra en un poco más de un millón. El problema es que antes de 2003, Irak sufrió doce años de sanciones y embargos que mermaron la sanidad pública, el suministro de agua potable y la adquisición de medicamentos, entre otras cosas. Unicef estimó que esa política fue responsable de quizá medio millón de muertes, en gran parte reflejo de una tasa de mortalidad de niños menores de cinco años del 125 por mil, que casi triplicó la anterior al bloqueo.

El Presidente Clinton, ninguneó ese informe y su Secretaria de Estado, Madeleine Albright, llegó a decir que fue el precio que hubo que pagar para deshacerse de Sadam Hussein. De modo parecido, el Presidente George W. Bush ninguneó el informe publicado por The Lancet. Pero eso cambia poco lo esencial: la presencia de un crimen espantoso y masivo, al que se puede aplicar el tan abusado término de genocidio, al lado del cual la matanza de las torres gemelas de Nueva York, fue un juego de niños. Si existiera algo lejanamente cercano a una justicia internacional, enjuiciar este crimen debería ser su primer cometido.


Pero las consecuencias del 11-S no se limitaron a Irak. Está Afganistán. El atentado de Nueva York añadió una década más a la guerra de los treinta años que el intervencionismo extranjero agravó y multiplicó por mil en sus efectos en ese desgraciado país, desde la intervención soviética de 1979. Al día de hoy, cuando se habla de retirada en el 2014, los planes reales sugieren una década más de presencia militar extranjera en el país. Afganistán añade a las cifras de Irak varias decenas de miles de muertos más. El último estudio publicado, “Cost of War”, de la Universidad de Brown, baraja un mínimo de 225.000 muertos entre Irak y Afganistán. Estas cifras, como la de los ocho millones de iraquíes y afganos “desplazados” por la guerra, raramente encuentran mención en las crónicas políticas sobre el 11-S, pese a que su relación con el atentado neoyorkino es manifiesta y evidente.

Lo mismo ocurre con la crónica económica, al hablar de los déficits de Estados Unidos y del “vivimos por encima de nuestras posibilidades” (¿quienes?) en general. El premio Nobel Joseph Stiglitz estima que las guerras de Irak y Afganistán le han costado al contribuyente americano 3,2 billones de dólares, por lo menos. ¿Tiene ese gasto algo que ver con los actuales déficits? ¿puede ser ignorado ese dato en la crónica de la “crisis financiera”? Si en Europa se habla de austeridad, ¿no habría que empezar por cortar los gastos en Afganistán y Libia? Es sin duda una pregunta ingenua.

Lo peor es que la ideología del 11-S puede recrear eternamente la guerra sin fin contra un oscuro enemigo “terrorista”, cuya génesis fue propiciada –por lo menos- por el propio belicismo. Bin Laden y su internacional fueron un producto de la cruzada occidental contra la URSS en Afganistán, la que potenció un radicalismo sunita enfocado contra el Irán de Jomeini y el laicismo afgano, lo que obliga a preguntarse qué tipo de desastres se están potenciando hoy, por ejemplo en Libia.

La situación de esta guerra sin fin instalada en nuestra cotidianeidad fue explicada con toda claridad en julio de 2004 por el entonces jefe del estado mayor del ejército de Estados Unidos, Peter Schoomaker; “las guerras anteriores fueron como contraer una neumonía, que podía dejarte unas cuantas cicatrices en los pulmones pero de la que te curabas, la actual guerra contra el terrorismo es como el cáncer: puedes estar bajo tratamiento, pero no se te va a ir nunca mientras vivas”, explicó el General. Lo que ha venido después de Irak y Afganistán, es decir las intervenciones noratlánticas en; Pakistán, Somalia, Yemen y Libia, confirman esa enfermedad incurable: la guerra convertida en rutina.

En Libia, el “ministro de sanidad” de los insurgentes apoyados por la OTAN, Nadshi Barakat, ha dicho que en los seis meses que llevamos de conflicto se han registrado 30.000 muertos y 50.000 heridos, mientras la OTAN desmiente, por boca de su secretario general, que haya, “ningún informe confirmado sobre muertos civiles” en las 22.000 operaciones y 8256 bombardeos que su organización ha llevado a cabo allá. La ausencia de cifras parece tomar el relevo a aquellos “daños colaterales” citados por aquel desvergonzado portavoz de la alianza en la operación yugoslava que fue Jamie Shea. La guerra ha sido siempre un recurso en tiempos de crisis. Su actual rutina, y la interesada confusión sobre sus efectos y consecuencias humanas, contrastan mucho con la fanfarra global alrededor del aniversario en el “Ground Zero”.

martes, 13 de septiembre de 2011

Del 11-S 2001 al 11-S 2011, lea A y B


(A) 10 años del 11 de septiembre

11-09-2011



“Si ves algo, di algo”. El mensaje oficial antiterrorista del gobierno estadunidense se repite en carteles, anuncios en las estaciones de metro, en los medios, mientras cada vez más cámaras graban los movimientos de ciudadanos, y en los aeropuertos los pasajeros son sometidos a múltiples inspecciones y una ley permite a las autoridades espiar a la población.
Pero a lo largo de estos 10 años después del 11-S, al parecer nadie vio ni dijo nada (oficialmente) de otra amenaza que ha causado más destrucción que ese atentado terrorista: la crisis económica. El “terrorismo” ha sido sustituido por la inseguridad económica como el asunto nacional de mayor preocupación en este país.
Sin embargo, poco ha cambiado en el discurso oficial (a fin de cuentas aún tienen que justificar varias guerras y medidas de seguridad). El clima de temor generado por los atentados del 11-S alcanzó toda esquina del país, nutrido por la cúpula política y por los grandes medios, y transformó el panorama político y social.
El 11-S justificó la creación de una nueva secretaría, tal vez la más grande burocracia federal después del Pentágono, que lleva el nombre ominoso de “Departamento de Seguridad Interna”. Su titular, Janet Napolitano, emitió un comunicado hace un par de días que resume la retórica oficial actual: “a medida que se acerca el décimo aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre, la seguridad de la población estadunidense sigue siendo nuestra principal prioridad”. Por ahora, reportó, aunque no se cuenta con información de que terroristas “estén planeando ataques en Estados Unidos para coincidir con el décimo aniversario del 11 de septiembre, seguimos en un máximo estado de vigilancia, con medidas de seguridad listas para detectar y frustrar ataques contra Estados Unidos, si surgieran”. Concluyó: “Les recordamos a nuestros socios locales, estatales y federales, y al público, que se mantengan atentos e informen de cualquier actividad sospechosa a las autoridades locales y agentes de la ley”.
Con el 11-S, el tema de “seguridad” se convirtió en el objetivo supremo de los gobernantes y se usó tanto para promover una política bélica internacional como para controlar, si no suprimir, la disidencia. La retórica oficial desde el 11-S hasta ahora es una combinación de convocatoria a “la unidad” patriótica con lo anunciado por George W. Bush: “o están con nosotros o están con los terroristas”.
Las consecuencias políticas del 11-S, dentro y fuera de Estados Unidos, fueron justo las pronosticadas por Noam Chomsky en entrevista con La Jornada tres días después del ataque, cuando expresó que los atentados son “un regalo a la derecha dura jingoísta estadunidense, y también a la de Israel... Ésta será una oportunidad maravillosa para imponer más reglamentación, más disciplina, promover los programas que desean aquí…” Y advirtió que los gobernantes “esperarán –tal vez fracasarán– poder aplastar a la disidencia interna. En general, las atrocidades y la reacción ante ellas fortalecen a los elementos más brutales y represivos en todas partes”.
En los primeros meses después del 11-S se atacaba a opositores de la política oficial casi como traidores. En ese clima se aprobó la Ley Patriótica, que otorgó nuevos poderes al Ejecutivo para espiar a la población y la FBI, entre otras agencias, empezó a usar esta ley para incrementar su vigilancia de diversas agrupaciones, sobre todo las musulmanas, pero también las que se oponen a la guerra. El llamado “gobierno secreto” multiplicó sus presupuestos y personal tanto para misiones internacionales como para la seguridad interna.
Diez años después, la opinión pública está dividida sobre las políticas antiterroristas que se impulsaron después del 11-S. Sólo una cuarta parte piensa que las guerras en Irak y Afganistán han disminuido las posibilidades de atentados terroristas en Estados Unidos; las mayorías creen que esas guerras han incrementado el riesgo de ataques terroristas o no han cambiado en nada ese riesgo, según un nuevo sondeo del Centro de Investigación Pew.
Con el paso del tiempo, cada vez menos estadunidenses piensan que es necesario ceder libertades civiles para frenar el terrorismo en el país; ahora el 40% piensa que sí es necesario, comparado con 55% de poco después de los atentados en 2001. Ahora, una mayoría, 68% contra 29%, se opone a la vigilancia de llamadas personales y correos electrónicos por parte del gobierno (www.pewresearch.org).
Pero todo está bajo vigilancia, o por lo menos ésa es la impresión que se quiere dar. Además de militares, policías y agentes del gobierno, hay más de un millón de guardias privados –muchos veteranos de guerra– en Estados Unidos, más del doble que hace una década, para vigilar desde campos de golf hasta malls y casas de ricos, reporta el Washington Post. Las videocámaras de seguridad están por todas partes (dicen). A tal grado que, una empresa de modas, Kenneth Cole, tenía una campaña de publicidad que sugería que como el ciudadano es fotografiado decenas de veces cada día, es importante vestirse y verse bien.
El temor como eje central de la vida política no es nada nuevo en este país, y la “amenaza” externa es columna vertebral del discurso estadunidense, incluida la “amenaza” de esos “otros” dentro del mismo país, donde juega una parte clave el asunto de la raza y los inmigrantes, como las “ideologías” ajenas. Ese temor se sigue nutriendo con menciones de “alertas máximas” repetidas hasta el cansancio.
Para el veterano comentarista Frank Rich, en un artículo en la revista New York, lo que sucedió después del secuestro de los aviones que perpetraron el 11-S fue “otro secuestro: el del 11-S por aquellos que lo explotaron por motivos grandes y pequeños, tanto ideológicos como abiertamente comerciales”, incluido el uso del ataque para lanzar una guerra contra un país que no había atacado a Estados Unidos, como para fines político-electorales.
Pero Rich afirma que al revisar la última década, “tal vez el suceso más consecuente de los últimos 10 años podría no haber sido el 11-S o la guerra en Irak, sino el saqueo de la economía estadunidense por los que están en el poder en Washington y Wall Street. Esto ocurrió a plena vista, o por lo menos así lo podemos ver ahora desde cierta distancia. En su momento, estábamos tan enfocados en la amenaza externa de Al Qaeda a Estados Unidos que no prestamos la atención apropiada a las amenazas más prosaicas dentro del país”.
Y es que una década después, otra amenaza ha sustituido a la del “terrorismo” como máxima preocupación nacional: la peor crisis económica desde la gran depresión que ha destruido las vidas de millones de familias en este país. La década que comenzó con el derrumbe de las Torres Gemelas, causado por el primer ataque externo a Estados Unidos, está concluyendo con los escombros económicos y sociales de una crisis económica que no fue provocada por “terroristas” extranjeros, sino por políticos y banqueros estadunidenses.

Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=3786:10-anos-del-11-de-septiembre&catid=3:en-los-estados-unidos&Itemid=4





(B) Torres Gemelas: el derrumbe
de las mentiras

08-09-2011


El presidente Bush recibe la noticia de la tragedia del WTC, sin embargo
permaneció impávido sin pronunciarce, algo poco usual dada la magnitud del evento
 

Cualquiera que tenga dudas sobre el colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 conoce el síndrome. Sus conocidos le preguntarán invariablemente: ¿entonces tú crees en la teoría de la conspiración?
Y aquí es donde no debe flaquear. Las dudas son sobre el colapso. No hay que moverse ni un ápice de ese terreno: el derrumbe de las Torres Gemelas y del rascacielo WTC 7 (de 47 pisos, que no fue impactado por los aviones) no ha recibido una explicación adecuada. Eso no hay que perderlo de vista. Y las discusiones sobre conspiraciones no ayudan en nada a aclarar la forma y velocidad de dicho colapso.
Este es el punto central sobre el cual se concentra el análisis de los miembros de la organización Arquitectos e Ingenieros por la Verdad del 9/11. Cualquiera puede examinar el voluminoso expediente de pruebas que ha reunido esa organización en su sitio, www.ae911truth.org. Ya son mil 549 ingenieros, arquitectos y físicos estadunidenses los que han firmado una petición para reclamar una investigación seria sobre lo ocurrido ese día en Manhattan. Nadie puede dejar de revisar el material en ese portal.
Todo esto merece una explicación más detallada. Los aviones que fueron estrellados contra las Torres Gemelas provocaron una fuerte explosión y un gran incendio. Los informes oficiales de las agencias estadunidenses se limitan a examinar qué pasó en los edificios en el lapso transcurrido entre el impacto de los aviones y el inicio del colapso. Una vez que comienza el desplome de las Torres Gemelas, los informes abandonan el relato.
Tal pareciera que al hablar de los impactos y el incendio que les siguió se hubiera agotado el tema y ya no fuera necesario seguir el análisis. Los informes del Instituto de normalización y tecnología, NIST, de la Agencia de manejo de emergencias, FEMA, y de la Comisión especial nombrada por el entonces presidente Bush tienen diferencias. Pero coinciden en que los incendios no fundieron la estructura de acero, y que el impacto y el fuego debilitaron los amarres de los pisos directamente afectados, haciendo que cedieran y que se desplomaran los edificios. Hasta aquí su explicación.
Pero esto es lo esencial: los informes no dicen nada sobre la forma en que se desenvuelve el colapso de las Torres Gemelas o del edificio WTC 7. Entre otras cosas, no explican por qué los tres edificios se desplomaron a la velocidad de una caída libre. La evidencia de las filmaciones de los tres derrumbes es clarísima. En los tres casos, el colapso se lleva a cabo como si entre los pisos superiores y la planta baja no hubiera nada que ofreciera resistencia. Eso es una anomalía que sorprende a cualquier arquitecto o ingeniero. Las estructuras de acero de los pisos inferiores están hechas para resistir y estaban intactas después del impacto de los aviones. Tuvieron que ofrecer resistencia. Los informes oficiales no dicen nada sobre esto.
Por otra parte, las dos Torres Gemelas se componían de varios cientos de miles de toneladas de concreto que fueron pulverizadas en el derrumbe. Los ingenieros, físicos y arquitectos que han examinado la evidencia después del colapso saben bien que, si se arroja un bloque de concreto desde una altura de cien pisos, lo único que se va a lograr es que se despedace. Pero no se va a pulverizar. Para ello se requiere una fuente de energía adicional. ¿Pudieron los pisos superiores comprimir y pulverizar el concreto de los pisos inferiores? La respuesta es negativa: si los pisos superiores hubieran comprimido los pisos inferiores, provocando la pulverización, la caída no se hubiera llevado a cabo a la velocidad gravitacional.
¿Cómo fue eliminada la resistencia de los pisos inferiores para permitir el colapso a la velocidad de caída libre? ¿De dónde salió la energía que permitió pulverizar los cientos de miles de toneladas de concreto de las dos torres? Esas dos preguntas carecen de respuesta oficial. Varios estudios serios apuntan en una dirección: explosivos.
No se trata de explosivos convencionales, como los usados en cualquier demolición controlada. El análisis de muestras de polvo y de fragmentos de las construcciones revela la presencia de microesferas de hierro fundido y aluminio, testimonio de reacciones con el explosivo incendiario termita. Varios estudios sobre muestras de polvo concluyen sobre la presencia de virutas con compuestos de nanotermita (partículas de óxido ferroso incrustadas en una matriz rica en carbono). Todo eso indica, según esos estudios, que estuvieron presentes explosivos no convencionales en los sucesos del 11 de septiembre y que podrían haber eliminado la resistencia de los pisos inferiores, explicando así la velocidad de caída libre del colapso.
El gobierno más mentiroso en la historia de Estados Unidos puso sobre la mesa tres informes para aclarar lo que había acontecido el 11 de septiembre de 2001. Lo que dicen es muy sencillo. Ese día es realmente histórico porque se rompieron las leyes más elementales de la física.