jueves, 14 de agosto de 2008

EL SEÑOR GOLDBAUM

RELATOS DE DEMOLICIÓN

Bienvenidos, reciban ustedes mi sinceros sentimientos de pesar por esta pérdida irreparable, tanto para la familia como para nuestra comunidad. Gracias por estar aquí. Antes de continuar con los trámites que determinan las leyes en estos casos voy a cumplir en primer lugar, con abrir ante ustedes este sobre lacrado y dar lectura a lo que quiso contar de su puño y letra, el autor de este inquietante y revelador testimonio.

– “Me puedo ver sentado en mi poltrona favorita –como cuando siempre vi las jugadas de negocios con tres o cuatro movimientos adelante–; estoy con una pierna sobre la otra y con la pantufla colgándome del dedo gordo, no se me ve del todo mal, a no ser por ese ridículo habano de cien dólares que me cuelga del labio inferior; de los camarones desparramados; del pijama de seda color mandarina y la edición especial de “The Wall Street Journal” en mi regazo. Me veo con absoluta claridad, es que cuando la perspectiva es distinta, el temor es una vaga nostalgia.

Pero me veo raro. Los ojos de asombro, el ceño fruncido y el rostro lívido; quizá por eso me está recomponiendo la cara y acicalando con maquillajes esta señora desconocida. Más parezco presentador de noticias que el decente inversionista y discreto evasor de impuestos que siempre fui. Esto último lo confieso públicamente para que los buitres del SRI, “Sistema de Retaqueo Intenso” –como les digo yo– , se anoten un poroto a mi nombre. Ya a estas alturas ¿que más da?

Hace 27 años tuve que jugármelas al convencer a una azafata de Ecuatoriana de Aviación, nuestra finada aerolínea nacional de bandera, para que pasara un paquete por el control de aduanas y lo entregara en Los Ángeles, California, a un puertorriqueño con buenas conexiones.

Con lo que recibí de aquella operación pude pagar algunas deudas de nuestra familia e iniciar discretas inversiones en la bolsa de valores de Sao Paulo. Desde entonces, nunca más me arriesgué en negocios con azafatas y aduanas. Las buenas conexiones las mantuve hasta ahora que leí el newspaper neoyorquino, con su fulminante informe que me dejó seco.

Puedo decir que es desde aquella operación aérea, que soy un hombre decente. Digo, comparado con las costumbres empresariales “poco ortodoxas” del resto de amigos que frecuentaba en continuas reuniones sociales y en las cámaras a las que me había afiliado.

Todos estos años han sido negocios redondos para mí y para mis socios; el señor Johnston, la familia Wrigth, los Olsen, el señor Wells, Grunauer, Heinert, los Ponton, Schneidewind; los señores Chang, Barquet, Moeller, Farah, Tzarninsky, Gorbatin, Walter, Dassun, Chavarría, y tantos otros con los que me relacioné en “sociedades anónimas” y otras demasiado conocidas, que llevé adelante en Quito, Guayaquil, Cuenca y en los paraísos fiscales del caribe y los Alpes. En realidad el pastel nos alcanzó con generosas raciones para todos –que como se ve no somos muchos– aunque no faltó el inefable “rey del banano” con su incorregible costumbre de acapararlo todo.

Era curioso, mientras mejor nos iba en los negocios, más aislados nos sentíamos del resto de esa inmensa “sociedad anónima” –disculpen por el lenguaje empresarial–, que nos miraba de lejos y con recelo. Por eso mismo nos veíamos obligados a vivir en urbanizaciones ostentosas y exclusivas, con guardias armados al estilo “robocop”.

Ya lo advertía yo en las reuniones de las cámaras y en los tantos cócteles a los que se me invitaba. “Esa gente a la que atenazamos allá afuera ha demostrado tener mucha paciencia con nosotros, pero ¿hasta cuando nos va aguantar? Hasta cuando nosotros vamos a seguir elevando el muro que protege nuestras casas?” En realidad a nadie le importaba mucho mis preocupaciones…así fue como me dejé contagiar de la gran ola triunfalista globalizadora que creí duraría para siempre. Después de todo; jueces, diputados y presidentes de este país han trabajado muy dura y eficientemente por precautelar nuestros intereses, tanto; que incluso por eso derribaron al “loco”, al “armonioso” y al “dictócrata”, todos muy eficientes…con nosotros. Mientras estuvieron en Carondelet fue un triunfo de la libertad y la democracia, por cierto nada barato, tomando en cuenta que hemos sido generosos a la hora de engordar sus cuentas. ¡Ja! o que creían ¿que solo hay subsidios para los pobres en nuestra democracia?

Así es como la vida sigue mientras permanezcamos nosotros; organizada bajo un modelo de buenos negocios. Pero como dije, a estas alturas ¿Qué importa ya?

Sin embargo, déjenme decirles lo emocionante que resultaban, mis arriesgadas maniobras con bonos y acciones en el gran casino que es la bolsa de valores; nada se compara cuando se llega a sentir en el cuello el letal filo de los vencimientos y luego obtener más prestamos para sobornar a los que maquillaban mis libros para no pagar impuestos; todo por acumular más que los demás. Un juego de chicos grandes, que en realidad no alcanzó a cubrir los momentos que perdí por tanto viaje y tanta reunión con gente llena de avaricia, al no estar con ustedes a quienes más quería.

Fíjense, me vengo a enterar ahora –justo cuando me están haciendo la pedicura–, que en lo sencillo está realmente el goce de la vida. “Disfrutar de la vida es más importante que acumular capitales; la solidaridad, generosidad y austeridad son valores superiores a la eficiencia y competitividad”, nos decía aquel gurú de la autoayuda en una conferencia por la que pagué 250 dólares. Todos salimos de aquel sitio sospechando que aquel tipo era una especie de neo comunista, enemigo de nuestro modo de vida, por eso nunca en mi círculo le hicimos caso. Nada que hacer entonces querida esposa e hijos míos, las cosas se ven claramente cuando uno está detrás del telón.


Pero el triunfalismo acerca de la solidez de nuestro sistema nos siguió mareando el buen juicio. En realidad quienes más contribuyeron a llamar la atención sobre lo impúdico de nuestras ganancias fueron los banqueros. Nosotros levantábamos inmensos centros comerciales, que era lo que estaba cambiando el comportamiento austero de la gente sencilla, por el desenfrenado consumismo que le estábamos inyectando por los ojos con nuestras bien diseñadas vitrinas. Eso era un muy buen negocio para nosotros. Pero no, los señores banqueros tenían que echarlo a perder todo, le sacaron el jugo al buen momento que pasaron con absoluta indiscreción. “Banquero nunca pierde” les decía todo el mundo; arrasaron cuando las tasas de interés volaban como palomas; tomaron el dinero de la gente para descarados autopases; y el “atracaje” bancario como gran “finale”. Pero ni así se moralizaron un poco, siguieron cobrando hasta por el oxígeno de sus sucursales y con sus “sistemas” yéndoseles a cada rato a no se sabe donde, como sus escrúpulos.

Por eso, a mi siempre me pareció que debíamos planificar el flujo de ganancias y controlar un poco nuestra inherente anarquía, pero me dijeron que cada quien se arregle como pueda y se esfuerce por sacar la tajada más grande “¿Sin importar las consecuencias?”, pregunté. Todos se hicieron los suizos.

Hace tres años me arriesgué en la operación financiera de mi vida. “No te preocupes…” me dijeron fuentes bien instaladas en los círculos políticos, “…nosotros garantizamos unos veinte años más de bonanza; el modelo se mantiene a las malas o a las peores”. Entonces organicé una gran farra en mi quinta de toros bravos, con levita y sombrero de hongo en Quito y otra en Guayaquil, con todos los caballeros vestidos de frac en el club más exclusivo. ¿Lo recuerdas amor? ¿Ya me perdonaste por los restos de “rouge” que olvidé limpiar hasta el otro día en mi corbata?

Con esas estimaciones como garantías y tantos entusiasmados inversionistas que se nos sumaron, no perdimos tiempo. Una cadena de hoteles y hospitales de lujo se construyeron con gran rapidez. Al mismo tiempo se ampliaron y mejoraron los edificios y la infraestructura de numerosas universidades exclusivas a las que no había prestado atención. No es cierto que el mejor negocio sean las comidas. ¡Ja! ¿Y donde se sana y se educa nuestra gente? Si el modelo me lo garantizan veinte años, viviremos entre Miami, Quito y Paris y voy a tener más millones que “Avarito”, me dije.

Ya lo están viendo. Debí conservar la prudencia y el buen juicio. Las cosas cambian, y aunque duren cien años, siempre cambian, yo lo sabía pero me negué a reconocerlo. Yo, que siempre estaba tres y hasta cuatro movimientos por delante de las cosas, me enceguecí por la excesiva confianza en el poder que teníamos.

Con las reformas que se harán, mis inversiones ya no tienen futuro. Mis socios ya no tienen acceso a Carondelet; el modelo económico como un derruido edificio lo demolieron. Con nuestros propios millones, decenas de hospitales públicos se levantarán en todo el país; la educación y las universidades estatales recibirán el apoyo económico que tanto esperaban por parte del Estado.

El análisis de José Estiglits en “The Wall Street Journal” de este sábado fue contundente. “Se prevé una recesión fulminante en los índices de retorno de las inversiones privadas, durante al menos veinte años en la región, el socialismo regresa como el gran olvidado fantasma, América Latina quiere ser otra”.

Apenas si pude sentarme en mi poltrona favorita y medio terminar aquel cóctel de camarones cuyo más grande ejemplar se me atascó en la garganta…Sí, ya me había dicho el doctor, “Sr. Goldbaum, tenga cuidado con su colesterol y las noticias de finanzas”.

Tonto de mí, debí diversificar mi portafolios y poner mis huevos en varias canastas; debí leer con más atención las previsiones económicas y quien sabe invertir en el cultivo de maíz, palma africana o tal vez caña de azúcar. Pude hacer una gran fortuna en la rentable área de los bío combustibles o fundar un banco solidario para los pobres, hoy que son un gran negocio. Pude superarle al más rico del país si solo el neoliberalismo hubiese durado más tiempo…si solo hubiese estado vigente unos años más.

En fin. La señora ya terminó su trabajo y puedo ver que se aprestan a colocarme dentro del austero cajón de madera, como señala mi religión. Esto que les cuento lo veo claramente, como pude ver siempre todas mis jugadas financieras con varios movimientos adelante”.

– Señorita, joven y señora Goldbaum; les agradezco haber acudido hasta mi buffet, para cumplir con el deseo del señor Goldbaum. Les confieso mi asombro acerca de cómo su padre y esposo logró a grandes rasgos, describir su vida y su casi apacible muerte con antelación. Según su voluntad, mañana espero volver a verlos para que sepan en cuanto finalmente se fijó su fortuna y como hacer para lo de los impuestos.

Julio C. Enríquez Cevallos
Redacción e ilustraciones