sábado, 15 de septiembre de 2007

De la OBSESIÓN por ESCUPIR al CIELO

Manuel Espinosa Apolo
Historiador Cultural

Revista Capital - Quito/septiembre 2007


Denostar del hecho y la experiencia de ser ecuatoriano, desde la misma condición de ecuatoriano, más que un ejercicio de mal gusto es evidencia manifiesta de facilismo reflexivo, resentimiento, pero sobre todo, de poco aprecio y amor propio, y por tanto, de baja autoestima. Esta patología parece haber afectado a muchos de nuestros intelectuales, pues algunos de ellos coinciden en considerar que ser ecuatoriano constituye en sí mismo una deficiencia o un defecto.

Basta citar un ejemplo. Dentro de un círculo de izquierda, escuché en una ocasión, a ciertos compañeros endilgarle a un amigo que su problema era ser “muy ecuatoriano”, a lo que a mi amigo contestó con sorprendente lucidez: “el problema fuera no serlo”.

En el libro “Los Mestizos Ecuatorianos y las señas de identidad Cultural” que publiqué en 1995 proporcioné algunas pistas que nos permiten comprender por qué los ecuatorianos nos queremos tan poco. La principal de ellas tiene que ver con la negación y ocultamiento de nuestro pasado indígena más reciente (no arqueológico) del cual procedemos la mayoría de los autocalificados mestizos. Aquella negación y ocultamiento se llevó a cabo como condición previa para alcanzar mejores condiciones de vida en el marco de una sociedad racista y discriminativa que generó una rígida estratificación de castas en tiempos coloniales y que ha sobrevivido de alguna forma hasta nuestros días. Dicho en otras palabras, los mestizos tuvimos que presentarnos como no indios, convencer y convencernos de ser occidentales. Así nos vimos forzados a despreciar e incluso aborrecer lo que teníamos de indígenas. Esta es la raíz del poco aprecio que nos profesamos como individuos y colectividad.

La empresa del autodescrédito se remonta a dicha problemática. Empresa que se ha reactivado en los últimos años dando lugar a toda una corriente de pensamiento, dentro de la cual algunos escritores valiosos del país compiten por encontrar más y nuevos antivalores en base a los cuales identificar negativamente a los ecuatorianos. Basta recordar libros como: “Ecuador, señas particulares” (1997) de Jorge Enrique Adoum; “Longos” (1998) de un colectivo de jóvenes autores; “Ecuador, identidad o esquizofrenia” (1998) de Miguel Donoso Pareja. Escritos que no constituyen más que espléndidos escupitajos lanzados al cielo.

Sin pensar mayormente en las consecuencias políticas que podían acarrear tales divagaciones, aquellos escritores sugirieron para regocijo de los poderosos extranjerizados y extranjerizantes -que en otras ocasiones y contextos son llamados “dueños del país”- que el problema del Ecuador constituyen únicamente los ecuatorianos. De esta forma, no imaginaron aquellos intelectuales que estaban preparando el terreno, para que alguien más astuto y socarrón, sacase el máximo provecho a tan mala conciencia.

Y esto es lo que precisamente ha sucedido con la publicación del libro “Las costumbres de los ecuatorianos” de Oswaldo Hurtado. Con este trabajo, la autodenigración a nombre de autocrítica, ha llegado a su máximo expresión.

Esforzándose por sonar pedagógico, su autor hábilmente culpabiliza a las víctimas, y hace de las consecuencias causas. Ahora resulta que el atraso, las inequidades e injusticias económicas, sociales y políticas, no son consecuencia de la colonización, la dependencia (como lo explicaba en su libro anterior “La dominación política en el Ecuador”) o de las fracasadas políticas de ajuste neoliberal, sino de las “costumbres de los ecuatorianos”.

No es forzado pensar entonces que estamos frente a otro fruto del resentimiento, probablemente una especie de desquite por la reciente falta de apoyo de los electores. Además resulta un patético y desesperado esfuerzo por justificar la incapacidad e ineficacia de los gobernantes de la vieja y nueva derecha, filas de las que forma parte el mismo Hurtado, ejemplo acabado del mismo, del sometimiento de un presidente a las oligarquías de siempre.

El “gran descubrimiento” que nos entrega aquel autor, quien pretende inaugurar en el país la corriente de reflexión en torno a cultura y desarrollo, se basa nada más ni nada menos que en los prejuicios, estigmas y etiquetas otorgados a los ecuatorianos por un grupo de viajeros europeos y norteamericanos del s. XIX e inicios del s. XX.

Prejuicios que se explican solamente por el eurocentrismo feroz que portaban. Visión que los volvió incapaces de comprender realidades culturalmente distintas a las europeas. Pues, para la mayoría de aquellos ilustres visitantes, los nativos que no se comportaban como empresarios capitalistas debían ser inferiores, razón por la cual procedieron a descalificarlos.

Así, resulta que, sus juicios más que evidencias de nuestra realidad, son testimonios claros de su propia estrechez ideológica y el etnocentrismo recalcitrante que los obnubiló.

De esta manera, Hurtado, con su nuevo libro, contribuye notablemente a la falsificación científica, haciendo pasar como hechos culturales los antivalores, y por verdades irrefutables lo que apenas son prejuicios.

¿Estamos asistiendo, acaso a la construcción de un arquetipo negativo sobre los ecuatorianos, de la misma manera como hizo cierta élite modernizante agraria de inicios del s. XX, con respecto al indio, presentándolo como un ser arcaico y envilecido, y por tanto un obstáculo para el desarrollo y el progreso? En esas circunstancias, -hay que recordar- no faltaron voces que sugirieron como única solución posible la limpieza racial, a través de la importancia de colonos blancos europeos.

¿Estamos los ecuatorianos siendo inducidos a pensar que el único gobernante que nos conviene es aquel líder que no parece ser ecuatoriano, por su apariencia o por sus apellidos; quizá alguien con facha de profesor gringo antes de la revolución hippie al estilo de H. Mata, o mejor aún, alguien como Nebot, que sin ningún empacho, desprecia y se burla del pasado de la humanidad y de nuestra propia historia, cuando pretende ridiculizar el Tawantinsuyo o a la Revolución Rusa, mientras vacaciona en Disneyword?

En fin, el libro de Hurtado, no es más que otra prueba palpable de la ignorancia de las oligarquías y sus corifeos acerca de nuestra realidad cultural, y el desprecio profundo que siempre han sentido por nuestro pueblo y su trayectoria histórica.