Sus vestidos, cuando subía, caminante de marfil.
Bajando, desenvoltura roja, preñada en cristal
Se enciende la lujuria de la hoguera central.
Mi historia,
escrita con estas manos marcadas con sangre y miel,
hoy te salpicará.
Relucientes maderos crepitan en medio de los almibarados gritos de dolor. Cuánto desearían callarla para disfrutar de las suaves inflamaciones que se forman en apenas segundos. Excoriaciones que se hinchan hasta lograr el abombamiento final de la piel, y gozarían con los ruidos de las ampollas sibilantes y sus suaves explosiones.
¡Silencio!
Ahora una, luego otra. Un instante, otra más.
¿pero si en la plaza no hay ninguna hoguera?.
- ¿No...?
- Sí...!
La hoguera lleva interna, es una estaca en su mente, una daga en su corazón; era apenas una llamarada, ahora ya es una flama ventral.
Si ella tuviera certeza de lo involuntario de todas y cada una de vuestras acciones, sería posible agitar el aire desde fuera, donde por azares de la vida, se encuentre con el mesiánico soplo que detenga el reloj fatal, o por lo menos, arrojarle palanganas llenas de brea, para sacarle ese anhelo que desdibuja su rostro con estridentes sonrisas; demostración palpable de la ignorancia que cubre la pestilente mortandad que se construye a vista y paciencia de los corifeos de vuestro señor.
Ladrones de anquilosados sueños,
depredadores de vidas ajenas.
Usurpadores de ilusiones inasequibles.
No sólo ella. Tú mismo, y todos tienen el derecho de sumergirse
en la límpida inmundicia de los terrenos vedados para la razón y la verdad,
su verdad.
Pero su voluntad, no es esa.
Atizan el recuerdo, alimentan la vergüenza, resurgen la pena.
Solo el complot y la intriga atraen esta basta presencia.
Una silente actitud no te librará de tu cruel complicidad.
Ponte de bruces. Levanta la espalda desnuda y muerde el suelo,
que ahora el incandescente hierro, dulcificado en la misma hoguera,
se dispone a marcar.
Jhon Herrera
Bajando, desenvoltura roja, preñada en cristal
Se enciende la lujuria de la hoguera central.
Mi historia,
escrita con estas manos marcadas con sangre y miel,
hoy te salpicará.
Relucientes maderos crepitan en medio de los almibarados gritos de dolor. Cuánto desearían callarla para disfrutar de las suaves inflamaciones que se forman en apenas segundos. Excoriaciones que se hinchan hasta lograr el abombamiento final de la piel, y gozarían con los ruidos de las ampollas sibilantes y sus suaves explosiones.
¡Silencio!
Ahora una, luego otra. Un instante, otra más.
¿pero si en la plaza no hay ninguna hoguera?.
- ¿No...?
- Sí...!
La hoguera lleva interna, es una estaca en su mente, una daga en su corazón; era apenas una llamarada, ahora ya es una flama ventral.
Si ella tuviera certeza de lo involuntario de todas y cada una de vuestras acciones, sería posible agitar el aire desde fuera, donde por azares de la vida, se encuentre con el mesiánico soplo que detenga el reloj fatal, o por lo menos, arrojarle palanganas llenas de brea, para sacarle ese anhelo que desdibuja su rostro con estridentes sonrisas; demostración palpable de la ignorancia que cubre la pestilente mortandad que se construye a vista y paciencia de los corifeos de vuestro señor.
Ladrones de anquilosados sueños,
depredadores de vidas ajenas.
Usurpadores de ilusiones inasequibles.
No sólo ella. Tú mismo, y todos tienen el derecho de sumergirse
en la límpida inmundicia de los terrenos vedados para la razón y la verdad,
su verdad.
Pero su voluntad, no es esa.
Atizan el recuerdo, alimentan la vergüenza, resurgen la pena.
Solo el complot y la intriga atraen esta basta presencia.
Una silente actitud no te librará de tu cruel complicidad.
Ponte de bruces. Levanta la espalda desnuda y muerde el suelo,
que ahora el incandescente hierro, dulcificado en la misma hoguera,
se dispone a marcar.
Jhon Herrera