lunes, 19 de noviembre de 2007

EL PODER DE LO IRREVERENTE


Rafael Larrea*

Testimonio

"Desde el primer grito, insulto o patada que dio nuestro

movimiento, estuvimos contra los consagradotes los que

se dejaron consangrar, contra las consagraciones".

Tzánzicos Revista Pucuna No. 8

Esporádicas incursiones seudocríticas, libelos de articulistas de segunda, especuladores y tergiversadores de contenidos y de hechos, que relatan fábulas anecdóticas sobre un grupo de barbudos anarco nihilistas, rebeldes sin causa dedicados a las guayusas, proba­dores de estupefacientes que se cruzaban sus mujeres en un bodevil intelectualoide, y que asustaban a las buenas gentes con unos dizque versos, abruptos y desaliñados, empanizando la tranquila melcocha de los años sesenta, es todo cuando han pretendido trasladar a las nuevas generaciones acerca de los Tzántzicos.

Estos nada encomiables esfuerzos reaccionarios, el hosco y lapidario silencio oficial se han dado, sin embargo, con la piedra en la boca.

Tocando su violín de fino pelo blanco sobre su locomotora de árboles que pasan, el tiempo corre por entre los seres y los aconteci­mientos, dictaminando el valor de cada cosa.

Contradictoriamente a sus esperanzas, es siempre más vivo el interés de intelectuales y no, jóvenes y no, por conocer acerca del movimiento tzántzico. Es tal la estimación real, que hay escritores que reclaman el reconocimiento público de haber formado parte de él, o de haber estado por sus alrededores; que lo ponen, en primer lugar de su curriculum vitae. Otros, jóvenes, habrían querido nacer antes para integrarse a él. Para los más, es un aliento vivificante entre tanta ari­dez, mediocridad y oportunismo. Para algunos de nosotros sigue sien­do vida viva. Los lineamientos estéticos fundamentales, su espíritu irreverente, esencia, básica del arte revolucionario, son ahora correc­tamente utilizados y desarrollados por las nuevas generaciones. Definitivamente, el movimiento tzántzico es un hecho ineludible y trascendente, digno de reflexión y apropiación.

Sí, el movimiento tzántzico dio una respuesta auténtica, creati­va, movilizadora a la demanda ideológico-estética de nuestra literatu­ra en un momento histórico concreto; una propuesta estimulante y multiplicadora cuando la producción poética había entrado en un esta­dio de estancamiento y retroceso.

Se había abandonado el terreno ganado por los escritores de los años treinta, que develaron una de las grandes cortinas de nuestra rea­lidad. Lo hicieron sin detenerse a pensar en sus limitaciones histórico-estilísticas, con la irreverente actitud y la urgencia del encargo social silente pero conminatorio; como verdaderos creadores, de libre pensa­miento comprometido con su pueblo; sin miramientos, contemplacio­nes, academicismos, repudiando los cánones establecidos y apropián­dose con pasión de lo que constituía su esencia vital, su tiempo, sus seres, su paisaje, sus problemas, angustias existenciales y metafísica, para mostramos -y al mundo- un algo desconocido en la literatura hasta ese entonces, un rostro de lo que éramos, brindándonos más con­ciencia de nuestro ser como pueblo, y un tipo de expresión estética sor­prendente.

Maestros del uso del poder de lo irreverente, generaron un nuevo lenguaje con incomprensibles signos y símbolos para algunos, incorporando el vocablo popular ennoblecido a la literatura ecuatoria­na, por lo que fueron negados y silenciados largo tiempo por los deten­tadores del sistema.

De esta tradición se nutre nuestro movimiento, de sus grandes lecciones que aún perviven, todavía no plenamente asimilados por la

gran mayoría de nuestra gente: valioso material humano y estético para quienes estamos interesados en hablar con voz propia.

Un poco de "¡qué tiempos aquellos!"

No siendo historiador, sociólogo, economista ni fotógrafo de parque, no tengo intención de aburrir a nadie con una larga enumera­ción de datos sobre la situación que nos tocó vivir. Tampoco les diré que en aquél tiempo las gallinas costaban veinte sucres, porque los jóvenes pueden imaginarse que los Tzántzicos aparecimos a principio de siglo. Pero sí les recordaré, estimados contemporáneos, que nos tocó vivir la época de los Pareja- Shoes, Marilyn, Elvis, Nixon, Kennedy, El Tío Ho, etc. Hubo una cadena de golpes de Estado, pero del gobernante que más se recuerda era de aquel alto y flaco caballero andante, que tenía pinta de sastre sin trabajo y un dedo descomunal para frenar a las multitudes, y cuyo nombre no me llega a la memoria. Lo pintoresco de este personaje era su constante juramento de que tenía el corazón en la izquierda y a la izquierda en la cárcel. Su más notable declaración fue aquella en la que prohibía la lucha de clases en el Ecuador. Era el tiempo en que URJE encendía los corazones con escenas de montañas y boinas. El petróleo era un mito y, en síntesis, una típica Banana Republic semifeudal, con un pueblo pobre, analfa­beto, enfermo y oprimido, pero siempre rebelde.

Pequeña, intrascendente vida literaria había por aquellos tiem­pos. El criterio aristocratizante del estilo del Conde Jijón y Caamaño, el espíritu feudal de amplias expresiones oscurantistas, junto a la des­interesada información del diario "independiente" y un hálito de auto-conmiseración, conformismo, derrota frente a la vida; la vista al cielo y las rodillas al suelo, formaban a grandes rasgos la sofocante atmós­fera, muy parecida a la cortina de humo que dejan los escapes de los buses en la actualidad:

Como instrucción oficial, se enseñaba la pasta y el nombre, el lugar natal de pocos autores nacionales, particularmente se exigía la lectura de Cumandá y una referencia a las artes marciales de doña Dolores Veintimilla de Galindo. Para los Ministros de Educación del tiempo aquel, la literatura y la poesía ecuatoriana simplemente no exis­tían. Aunque había maestros que se esforzaban por dar a conocer a Jorge Icaza y cuantos más pudieran, como el caso del ilustre profesor don Atanasio Viteri.

Contados escritores podían publicar su obra, y la cola en la Casa de la Cultura crecía tanto que aún en nuestros días no ha terminado de satisfacer la demanda. Los tirajes eran mínimos y el escritor era muy conocido por sus familiares.

Los "poetas" habían convertido a sus declamaciones en telón de fondo de la elección de reinas, en diversión durante las fiestas privadas de algún aburrido mecenas, de condumio para las auto alabanzas y mariposa muerta en las torres de marfil. Como pasas amargas, los ver­sos eran construidos con el lenguaje más académico posible, con la rima consonante en boga. Abismal abismo se había establecido con el ritmo, el color y la cotidianeidad de la vida del pueblo. Un envaneci­miento delirante, homenajes, medallas, títulos, reconocimientos públi­cos, seminarios exclusivos, honoris causa, premios y embajadas para los vates, llenaban el irrespirable reino de la mediocridad. Ya podrán imaginarse; cómo eran aquellos tiempos!

Salvo, claro está, excepcionales excepciones como la del poeta César Dávila Andrade y su verbo catedral.

Tal era el medio que exigía con urgencia el aparecimiento del grupo de poetas de la palabra dura.


Las ideas que encendieron el fuego

¿Cuáles eran las ideas iniciales, las que encendieron el fuego que alimentábamos con impaciencia, noche tras noche, pegando los oídos al canto del acordeón ciegamente enamorado de su nuncajamás?

Evidentemente la nuestra fue, inicialmente, una respuesta bási­ca de sobrevivencia, una oposición vital a lo caduco y atrasado; ideas trasformadoras, radicales y bien orientadas que aparecieran más tarde en el primer Manifiesto publicado en la revista Pucuna:

"Como llegando a los restos de un gran naufragio, llegamos a esto. Llegamos y vimos que, por el contrario, el barco recién se estaba estructurando y que la escoria que existía se debía tan sólo a la falta de conciencia de los constructores.

Mientras pensábamos, nuestra vista topó a todo lado de ese pedazo de tierra con bocas hambrientas, dividido necia y ambiciosa­mente por alambres. Llantos y desolación, y a la vez, fertilidad y rique­za había.

Decidimos hacer algo...

Hoy, simplemente, acudimos -y con nuestro arte- lucharnos. Hemos sentido la necesidad de reducir muchas cabezas.

No decimos que encima de estos restos nos alzaremos nosotros. No. Se alzará por primera vez una conciencia de pueblo, una concien­cia nacida al vislumbre magnífico del arte.

Nuestro paso sobre la tierra no será inútil mientras amanezca­mos al otro lado de la podredumbre, con verdadera decisión de ser hombres aquí y ahora.

Nuestro planteamiento es de ruptura, porque creemos que sola­mente ella se puede apartar y sepultar a la blanda literatura y al arte 'artificio', dejando paso y dando paso robusto a la auténtica expresión poética que busca recuperar este mundo, mostrándolo tal cual es: des­nudo, trágico y, a la vez, alegre y esperanzado.

Sabemos que existe sólo una posibilidad para lograr una buena obra y una verdadera actitud: la rebeldía.

Sin plantear una norma estética, reclamamos una actitud del creador. No tenemos más que esta vida para vivir y tenemos que hacerlo en medio de esta revolución y por este mundo.

No teníamos legajos de noble origen ni apellidos altisonantes. Solo nombres. No teníamos posesiones, excepto la mente clara y las manos limpias. Pero teníamos todo. No había antecedentes, teníamos sed propia. No nos dieron haciendo ni pensando. No esperamos a que otros caminaran, caminamos. No había experiencia, la creamos. Ardientes de conocimientos, asumimos la responsabilidad de una for­mación ideo-estética severa; ubicamos y resolvimos problemas esen­ciales mientras avanzábamos. Partimos de nuestro propio impulso, frente a una realidad viscosa y difícil, atormentada de ídolos y menti­ras históricas, de miseria vergonzante y balas de los opresores.

No surgió nuestro movimiento al calor o influjo de movimien­tos literarios similares, a algunos de ellos los llegamos a conocer años más tarde. Tampoco nuestra presencia se debió al reflejo de la revolu­ción cubana. Cuando esta revolución hubo entrado en órbita signifi­có, por supuesto, un gran sacudimiento general para todo el continen­te. Nos identificamos rápida y correctamente con la suerte de todo ese maravilloso pueblo, con sus carlos pueblas, guillenes, wilfrido lams, barnets y el desfilar de montañas encendidas. Nos sentimos más ani­mados para seguir adelante. Se había quebrado, y para siempre, el mito del fatalismo geográfico. Asumimos esa nueva conciencia.

El movimiento tzántzico fue encontrando los elementos de su ideología y de su estética, en un proceso vital de cuestionamiento y revaloración de lo nuestro, del pasado, de la cultura universal. Desarrollamos el pensamiento crítico, adoptamos una actitud conse­cuente con las necesidades históricas de nuestro pueblo en marcha a su futuro de libertad, y pusimos todo empeño por dinamizar nuestra creatividad.

Ubicados dentro de una corriente ideológica y estética de izquier­da, sostuvimos la necesidad de una asimilación sustancial del Marxismo, así como la imprescindible asunción de una estética cohe­rente, para lo cual penetramos en la textura del naturalismo, el realismo socialista, del surrealismo, el dadaísmo y más corrientes renovadoras.

El estudio crítico de Nietzche, Kierkegaard, del existencialismo sartreano, la teoría de la enajenación de André Gorz, la experiencia de la premonición de los cambios evidenciada por Frantz Fannon en la revolución argelina, etc., también nos fueron útiles.

La tesis sartreana de que los pueblos colonizados y oprimidos "No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación ínti­ma y radical de lo que han hecho de nosotros", tuvo un gran valor para el encuentro de la autenticidad de la palabra. Este ser que dicen que somos es sólo una apariencia, una imagen falsa de nosotros mismos. Pero de las propias cenizas a las que fuera reducido nuestro ser, emer­gemos, negándonos. En nuestra historicidad como pueblo, en todo el proceso de lucha de clases y antiimperialista, está nuestro verbo, cada palabra golpeada, vilipendiada, acallada por el oscurantismo, es nues­tra, es el yo. Reconocer lo que somos, asumir esa conciencia, mirar en proceso y avanzar negando las "verdades eternas", irreverentes con­tra la opresión establecida, nos dará la fuerza para crear una literatura y una poesía verdaderas.

El nuestro fue un arte militante, conciente y claro de sus come­tidos. Esto marca una gran diferencia con movimientos, aparentemen­te similares, como el Nadaísmo colombiano. Trabajamos con espíritu de cuerpo, desplegada nuestra sensibilidad y creatividad vivimos, actuamos, sentimos, produjimos, polemizamos, argumentamos, removimos y potenciamos. Pasamos de la etapa de la denuncia a la protesta y de ella a la propuesta; al esto-bello que concebíamos en una estética probablemente no plenamente resuelta, pero nuestra.

Todo esto representó un peligro para la estabilidad de los dog­mas. Fuimos atacados con la lápida oficial del silencio, por cada reac­cionario, como pudo. Pero nunca esperamos otra cosa del enemigo. Recordamos al Quijote: "Ladran, Sancho, luego, cabalgamos".

Fuimos y somos enemigos de los opresores, de los falsos estetas, de los falsos poetas, de la mediocridad y el servilismo. No pedimos ni esperamos su respeto, su solidaridad, su consentimiento. Todo ello, y en abundancia, lo encontramos en los ánimos, el calor, la fraternidad sencilla y directa, en el cuestionamiento y apasionado interés por todos aquellos para quienes nuestro verso era una agua esencial, por todos los que tienen sed de grandes cambios.

Romper los esquemas para que surja lo nuevo. Quebrar el dogma para que brote la vida. Enriquecernos para enriquecer. Comprender y asimilar el mundo para llegar al individuo. El es arte un medio de inagotable complejidad, un medio para la comunicación ineludible, buscada. Encontrarnos en los otros. Proponer, inaugurar, crear. Mirar hacia adelante. Escritores populares porque presentamos la causalidad y la alternativa, y no populistas. No a los recursos de los vocingleros demagogos, sí a la espectacularidad necesaria para rom­per la inercia. Cuestionadores, irreverentes, revolucionarios en todo cuanto el inmenso ser que somos y anhelamos pueda expresarse. Esas son algunas de las ideas motrices.

Sobre algunos aportes formales

Dejando de lado la decadente consonancia sin esencia, la des­gastada y cursi imagen que nada aportaba, la concepción académica de la metáfora, el tímido tropo, las conjugaciones verbales arcaicas, las voces elegantes pero vacuas, marcadas por un uso de clase tan eviden­te como rechazado, quebrantamos a las reglas de la concordancia con una sintaxis figurada diferente, rompimos la monotonía, recuperamos múltiples otras voces provenientes de varios ambientes nuevos: del pueblo y sus distintos estratos, de la nueva teoría estética, de la cien­cia, de la cultura mundial, las nuevas palabras creadas y recreadas a propósito, dejamos de lado los viejos e inútiles recursos literarios en boga, batallamos contra el lugar común, contra sus apariencias más visibles y contra toda una expresión global; contra frases enteras, con­ceptos enteros, ideas enteras, imágenes, concepciones, series complejas del mismo lugar común; cuestionamos cada palabra útil, medimos su sonoridad, su trascendencia, sus facetas, sus aristas, sus posibilidades expresivas, trabajamos en el lado oculto de la luna; pasamos del adjeti­vo y lo adjetival, a lo sustantivo, hasta dar con el verdadero motor de un poeta que canta: el verbo que acciona, se apasiona y está; buscamos la síntesis y la claridad, recuperamos un nuevo color, otro paisaje urbano, otros ritmos, un referente ambicioso, universal, un contexto vital.

La recuperación de lo cotidiano popular, así como nuestro pro­ceso ascendente de comprensión de los fenómenos nos condujo, claro está, a toda una temática diferente: desarrollamos nuestros sentidos corporales y humanos, afinando y extendiendo nuestra sensibilidad para que todo encuentro alcanzara, conciente e inconcientemente, una valoración poética; buscamos conocer al hombre en todas sus conexio­nes, estímulos y respuestas, aquellas básicas y naturales y las más pro­fundas y desconocidas: las fuentes de las costumbres, los hábitos, los pensamientos y reflexiones cuya expresión, para otros, era tan insóli­ta, desenfocada, irreverente, despectiva, de una crítica sin tapujos ni amaneramientos; asumimos el castellano-quechua, fruto de la fusión de las culturas y los aportes de la riqueza espiritual negra. Cada una de las relaciones y contactos directos, vivenciales, estéticos con los dife­rentes públicos de intelectuales, de estudiantes universitarios, de la juventud secundaria, de la población barrial semiproletaria, de los obreros industriales, de los trabajadores de servicios, de los empleados públicos, de los campesinos indígenas y no, de los maestros, de las variantes regionales, etc., nos brindó nuevo y rico material de análisis y reflexión y una posibilidad expresiva más rica y compleja, más exi­gente, que nos obligó la dirección de nuestra poética, y junto a ello, a variar el tono, la ubicación, la experimentación, el juego, la utilización de los nuevos sonidos, ritmos, la vida y el aliento diferentes. Esta tarea, claro está, aún no termina.

Por la necesidad de la comunicación como un fin, desarrollamos una poética oral, coloquial, no vertical exclusivamente; nos apoyamos en recursos humorísticos, en el sarcasmo, la farsa, el humor negro, la caricatura. Incorporamos expresiones de la sabiduría popular acumulada en siglos, en los refranes, proverbios, dichos; utilizamos elemen­tos didácticos complejos, teniendo siempre en cuenta la necesidad de la elevación conciencial, vital, de los valores espirituales, y a un públi­co que quiere y sabe pensar y sentir.

La ruptura, la violencia, formaron parte de nuestro trabajo poé­tico. Lo caduco no cae, hay que echarlo abajo. Lo nuevo debe impo­nerse sobre lo viejo. El verso, libre en tantos sentidos, lo trasladamos a otras formas: al grito, al carácter ofensivo, a los elementos teatrales novedosos y estimulantes de la imaginación, al collage propagandísti­co, trabajamos la voz para la entrega oral de la poesía, la escenografía, con elementos esenciales y significantes para la multilateralidad, el movimiento, la puesta en escena, la gestualidad, los textos político-lite­rarios, etc., que dieron a los ACTOS TZANTZICOS su forma concre­ta y particular.

No se puede separar unos y otros elementos, pues todos ellos conformaron el lenguaje nuevo con que enfrentamos la cursilería, la mediocridad, la superficialidad, los prejuicios y la ignorancia; así como fue útil para entregar conciencia crítica, irreverencia, espíritu trasformador; amor por lo nuevo, por la verdad, por lo auténtico, en descargas y mutua relación con el público, de alta calidad estética, de aquella que fuimos capaces.

Ello nos exigía una actitud creadora permanente, una acumula­ción minuciosa de recursos muy variados, un estudio específico del detalle, de la particularidad, una vida audaz, de ruptura contra toda ten­dencia a la comodidad y al conformismo, la búsqueda de lo nuevo, la delicada pero no siempre paciente elaboración del hecho poético.

El método de trabajo colectivo que intervenía antes, con la refle­xión, en el proceso de la resolución y creatividad individual, con la consulta, en la conjugación, unidad y diversidad para la construcción de los actos, en la valoración, con el sondeo de opiniones sobre los resultados. El afianzamiento de un agudo sentido autocrítico y de una crítica sin miramientos pero creativa, positiva, potenciadora, exigente

en la búsqueda de siempre más, más profunda, más altura, más auda­cia. Este método sumamente útil nos permitía aplastar la vanidad en nosotros mismos, superficialidad, autoelogio, conformismo, y no dar paso a la conmiseración y otros rezagos. Cada descubrimiento indivi­dual se convertía en propiedad colectiva, en afirmación, apertura y aplicación múltiple.

Parricidas. Sí. No reconocíamos padre ni madre. No éramos hijos de nadie. Éramos nosotros mismos. Los descubridores que abar­cábamos todo el universo, no los epígonos que se satisfacen con las hojas de los árboles que quedan por el piso. Quemamos las naves para no volver, para tener siempre ante nosotros el camino que había que hacer. Porque así lo quisimos, aprovechamos las lecciones de Bertold Brecht y su distanciamiento que nos permitió llegar directamente a la conciencia; de Maiacowsky, su verbo duro, intransigente, cortante, conminativo; la ternura y la sencillez expositiva de Nazim Hikmet; la angustia metafísica, el humanísimo mundo y los recursos poéticos de César Vallejo; la cadencia, el ritmo, la melodía de Guillen; el valor uni­versal del hombre de Walt Withman, y lo que cada uno pudo y supo encontrar en Cortázar, Carpentier, Asturias, Neruda, etc.

Sí. Fuimos apropiándonos de todo: de Pío Jaramillo Alvarado, Peralta, Benjamín Camón, César Dávila y Gallegos Lara y del resto del mundo. La pasión de Vang Gogh, su color inigualmente sol, de lo clásico europeo y norteamericano, de lo nuevo latinoamericano, del arte y la poética orientales, de la música más elaborada, de Piazola, del jazz, de la samba argentina y la demás música y riqueza poética popular de América Latina. En cada cosa y ser, un encuentro, un apoyo, más horizonte, más solidaridad humana, un punto nuevo. Todo ello junto al esto que somos, estimuló nuestra imaginación, creativi­dad, en un proceso infatigable, particulares y universales. Todo ello no para establecer otra normatividad, que fuera a terminar en códigos dogmáticos, no; si alguna tesis quisiéramos que fuera asumida es la del poder de lo irreverente, de lo revolucionario, esencia de todo tra­bajo creativo, para nombrar lo innombrado, para derrotar la enajena­ción, para unir los espíritus para las grandes batallas hacia el mundo nuevo y el hombre nuevo, hacia el socialismo.

Bien. He aquí que cuando uno se pone muy solemne, hasta los pájaros dejan de cantar y se aburren. Lo bueno de lo que comienza es que alguna vez termina.

No quiero dejar de decir que el nuestro fue un verdadero movi­miento, crecimos vertical y horizontalmente, y al inaugurar otra forma de pensar, actuar y concebir la creación artística, al romper el estatis­mo mental y cuestionar los supuestos eternos, este aliento renovador influyó positivamente en el trabajo de numerosos artistas, poetas, escritores, músicos y teatreros. La lucha ideológica estética fue más profunda; organizamos la Asociación de Artistas y Escritores del Ecuador: revaloramos el sentido y la función de la Casa de la Cultura; actuamos para cambiarle junto a muchos otros intelectuales, pero no con la suficiente fuerza y entereza; nos regamos por América Latina y volvimos siempre más conscientes de que formábamos parte del inmenso pueblo que cubre la faz de la tierra.

No he pretendido hacer la historia del Movimiento Tzántzico, ni justificar lo que, posteriormente, haya sucedido con sus componentes y adláteres, así como tampoco ocultar nuestros errores y limitaciones, pues este no es el juicio final. He revelado algunos puntos de lo que ha sido negado, aquello que ocupó nuestro tiempo más importante. En la poca obra publicada se encuentran partes de estos esfuerzos, pero nuestra producción no se circunscribe sólo a libros, sino a un hecho literario colectivo, vivido con toda pasión poética y revolucionaria.

*Conferencia dictada durante el encuentro “Cultura entre dos crisis”, Municipio de Quito, 1988.- Revista Diablo Huma, 1981 (primera parte)