Por RAFAEL LARREA INSUASTI
(1942-1995)
O Sobre como el poeta administra sus bienes;
y de lo cotidiano, alma y forro de la literatura.
El ojo rojo de la máscara liego a la aldea.
El ojo rojo de la máscara es un ojo de sol.
El ojo rojo de la máscara es un ojo de fuego.
El ojo rojo de la máscara es un ojo de lanza.
El ojo de la máscara es un ojo de flecha
El ojo de la máscara es un ojo de hacha.
Es rojo.
Introducción para golpear (u oír golpear) en las Mil Puertas
Quien estime obligatorio conocer al menos dos de los lados, como pirámide previa, como regla del mortal juego de pelota azteca, antes de soltar en flauta de pan sus cosas interiores (camisetas, calzoncillos, piernas caminadas, angustia metafísica pura, poemas, ver-sitos, textitos literarios, o cansancio natural y lógico de pie de atleta), anima su espíritu, legítimamente, con un buen poema, como el que da inicio a este texto. Que el ojo rojo de la máscara, resplandeciente en este poema Fogón, antiquísimo discurso nacido en Malí, África, en tiempos en los que la lengua, que sí comunica era respetada, nos sea útil ahora, tanto para golpear (como para oír golpear) y entrar en las Mil Puertas.
Aquí no hay esfinge más interrogativa que tu propio ojo, el del fondo, tu ojo que oye, el que está siempre preparado para condenar y a veces (ave César, los morituri te saludamos) para salvar la vida, pero que jamás perdona la vida horizontal, desperdiciada, la vida confusa, la porca vita.
Yo pasaba por aquí. En mi viaje he sido detenido por tu ojo. Debo responder o verme morir. Y no es solamente por salvar mi vida que estoy listo, sino porque no me resigno a morir de manera tan primitiva sin levantar un juicio argumental en mi propia defensa. Además, porque tú eres yo. Y bajo cierto sol, según cierto calentado cráneo, siendo un caldo de sesos y piedras lo que yo pienso, resulto ser yo mismo el ojo rojo, la necia esfinge interrogante que necesita del agua de una respuesta para mojar sus labios y seguir preguntando al que sigue.
Jamás tuve mil y una noches. Siendo la noche tan bella, aún voy por la primera, aún tengo mil. Cada noche comienzo la cuenta. Y espero que nunca llegue la última de ellas, siempre estaré pendiente de los labios de mi Sherezada, ágil de seso, que dejará otra vez el cuento por terminar, abriéndose como una rosa de muchos otros cuentos. Más no por ello temo menos al diente de la muerte que pende sobre mí con su hacha maldita que corta la cabeza en dos tajos, cabeza y cuello, ojo y murmullo, pestaña y beso desangrado, nariz y sin sabores, dejando un pespunte de pasos desnudos sobre la nuca, pasos como de los dedos de un verdugo (a).
La vida, para la inmensa mayoría, es una travesía insólita, cuyas peripecias y acontecimientos se van sumando de manera geométrica, y uno verdaderamente no sabe como llegará al puerto final, si entero o de huesos o con una gran duda en la palma de la mano. Lo cierto es que emprendemos el viaje, echamos a nadar, y en esto nos encuentra la esfinge y espera preguntas cabalísticas, capciosas, como aquellas de que se le explique de qué materia prima se hace la poesía, la literatura, aunque ella, simplemente, se guarda, para sorprendernos, toda la cabal respuesta, y se ríe calladita, mirando nuestra torpeza, nuestra ingenuidad, nuestra ignorancia.
Así que el viaje por entre ojos de sirena y comentarios mortales,
es algo común a los seres que quien no lo ha realizado no sabe lo mucho que se ha perdido.
En un viaje así fantástico partió, hace ya lunas varias, Aladino, el de la mágica lámpara, llevando bajo el brazo, como salvando de un incendio de una futura biblioteca para adivinos, los legajos sagrados de Jakobson y Goldman, los incunables de Teodoro Adorno y las citas enfebrecidas de Luckacs y tantos otros estetas, individuos cuyos rostros se encuentran pegados a los dedos, tal y como el Pensador de Rodin.
Remaban, el bote que lo llevaba, fornidos marineros semióticos, lingüistas y estructuralistas. De su fuerza, de su saber dependían el feliz desenlace de las argucias y los esfuerzos de Aladino por volver a encontrar la lámpara perdida, aquella maravilla que su joven y bellísima esposa creyó que no vaha un maravedí y simplemente la cambió por una waflera a un charlatán Harekrisna, primo hermano de un masón que, para mala suerte pasó por su casa, un día de verano.
Algunos, claro está, sostienen todavía el argumento de que la esposa de Aladino actúo no solo de buena fe (lo que supuestamente ya es un mérito) sino en los términos de la más alta lucidez conceptual, puesto que la técnica debe reemplazar la técnica, y los del siglo debemos estar con el siglo y no con remembranzas. Pues, como os imagináis esto es un intríngulis, en el que pueden suceder roturas de cabeza, ya que Aladino insiste que si alguna vez hubo un milagro éste provino de la vieja lámpara, y asegura que la sigue buscando. A menos que se dedique a trabajar. Entonces tal vez Aladino descubra finalmente que el genio es él mismo.
Y el problema consistía en que Aladino se interesó de pronto por la literatura y pretendió unir su nombre al de los escritores anónimos que han hecho de la magia literaria árabe un bocado de los dioses. Y quería convertirse en el gran poeta persa de todos los siglos, simplemente frotando la lámpara y haciendo trabajar a otro en su lugar. Error craso que le costó, como todos sabemos, el haber pasado a la historia de la literatura únicamente como el personaje que sale de sus aventuras ligado a la pata de una enorme ave Roe. Pues, de versos. Aladino no llegó a escribir uno. El era la poesía.
Si a Platón o a Aristóteles, a Thales de Mileto o a algún otro colega filósofo les hubieran preguntado respecto de la relación entre lo cotidiano y la literatura, habrían fundado, sin duda, otra Academia. Y más tarde que temprano habrían dado una respuesta abrumadora, clásico griego- europeo- centrista, que siguiendo los trámites normales, hubiera significado cicuta, cárcel, o gloria universal. Tal vez hasta se hubiera perdido la respuesta entre los múltiples legajos coloreados en rojo y azul con que pasaban el tiempo los monjes benedictinos.
Pero no. La Esfinge me ha hecho la pregunta a mí. A mí, Demócrito, de la era del átomo. Y se espera que responda con una docta disertación, que partiendo del tronco de la reflexión personal (de la práctica personal, mejor) busque dar significación al significado de estas categorías en su multilateral interacción. ¡Una respuesta paradigmática!
No hay otra originalidad que ser uno mismo.
Que extrañamente complicado es el ser uno mismo.
No es igual a estar solo en el mundo.
Jamás uno sólo es uno, uno es multitudes.
Soy un contenido y una forma específica de lo cotidiano.
Yo, como vosotros, soy universal.
Pero, particularmente, no soy otro que yo. Soy yo mismo.
Es decir tú.
Restemos un poco. Respetables son todos aquellos estetas, seriamente interesados en desenredar esta madeja. Muchos que empezaron de niños genios están pidiendo ayuda a sus vecinos. Otros han perdido el pelo. Algunos han pasado a la vida del recuerdo. Las obras de algunos de ellos, mientras sostengan una verdad útil para el lector, serán leídas, copiadas a mano o en copiadora eléctrica, repartidas, compartidas. Más si dieran por sentado que todo está dicho, entonces no nos quedará otro recurso que ir a las librerías, y subrayar con un marcador de textos los teoremas finales e incontrovertibles con un lapidario va de retro, y acentuar con rojo la variación constante de los precios, elemento básico demostrativo de que nada permanece fijo.
Ya lo sé. Ya lo sé. Tal barbaridad no será necesaria. Ninguno de nosotros, querido lector, sostiene que todo está dicho. Sin embargo es bueno siempre tener en mientes tal relatividad, gozar viéndonos en posición de filo de navaja, detenidos a medio vuelo para reflexionar, con el dedo del juicio en la otra dimensión, que es como nos sentimos cuando pensamos, imaginamos, inventamos, jugamos y tal y tal. Es un gran estímulo sentirnos creadores. Aunque nuestros productos finales sean a veces tan lamentables. No sacamos nada alentando la impotencia. Queremos enriquecernos descubriendo y entregando nuevos universos, subir peldaños de conciencia, abrir la ventana para apreciar la belleza, pues así como sentimos andamos.
Únicamente de este modo de ver, que es el más generalizado espejismo, podemos aspirar que un rato de esos brote de la jungla espesa de lo ignorado, un puño negro, bien negro, bien puño se estrella vigorosamente sobre la nariz de Tarzán, y el África Mía pueda volver a reír con sus cocodrilos y rinocerontes, con las poéticas gacelas de Malí, Togo, Dahomey, Congo, Sud África, Saharaui, Marruecos, Sudan, Somalia, Etiopía, Costa de Marfil, etc., y que los pueblos canten su cotidianeidad de liberados dátiles en los labios de las mujeres bereberes, que los pigmeos recuperen su tamaño de proverbios, y los verbos swahiles sigan bailando con máscaras su insuperable multivoz.
De este modo y de ningún otro modo, el Illimani peinará su sobrecogedora nieve en el lago Titicaca, millares de zamponas renaci-das florecerán y estremecerán con sus ritmos líquidos la columna de Los Andes, relatando con ansiedad, con sed, con ganas de ser escuchados, su cotidianeidad aymara, quechua, mishu.
Lo cotidiano es todo, todas partes. Y para el hombre de oficio, escritor, albañil, ebanista, pintor de brocha gorda o gordo que pinta, todos, monos contemporáneos, lo cotidiano es magna, savia, leche, carbón, primera piedra, rueda recién descubierta, fuego en cueva, fuelle, espuma, necesidad, destino, lenguaje, símbolo, mito, espíritu, materia, carne, hueso, compromiso, tarea ineludible, para ser, para poder ser, para pretender ser.
Y esto es válido tanto para el oriental que medita sobre las equivocaciones de Buda, como para el occidental conosurista, aquellos que defendemos Galápagos, como para los que dominan la tierra parándose en medio de la línea equinoccial.
Lo cotidiano se vierte adentro desde fuera. En la totuma, tiesto o testa -como se quiera llamar a lo que otros denominan terraza- es donde se resuelven los estímulos de la realidad, de esta y de la otra, de esta que parece tan tangible como inasible, excitante como peligrosa, debutante como la más anciana, extraña conocida, dato anómalo, singular, como aquella otra, de otra dimensión, del juego, del topo, del lobo, de la piel pegada a la piel amada, la realidad sorpresiva, la imaginativa, la que es como cintura de bailarina árabe, la que tiene los dedos sugerentes de largas uñas que pican al cielo como las bailarinas tailandesas, y bien, toda aquella realidad no soñada, dicha, escrita, no constante en el cuaderno de bitácora de ningún navio. Esto y esto otro, como suma un apresurado: Él "pásame la ésta que está dentro del éste", como diría una amada esposa a su marido.
Allí, en ese crucigrama sin solución, es donde se atropellan los proyectos, se hacen y deshacen los mundos íntegros, donde exhala oxígeno vítreo el conjunto de volcanes que encunan terremotos instantáneos, sociales, económicos, políticos, estéticos deslizamientos de masas, de los cuales a veces percibimos su exterior en la forma de un poeta fumando un tabaco, a las seis de la tarde, frente a unas moribundas nubes moradas al filo de la montaña.
Chupemos, Extraigamos con fruición más tuétano, de este huésano.
Lo cotidiano instantáneo
El ojo rojo toma una instantánea, de revelado inmediato, una panorámica con traveling sobre lo de todos los días, la realidad, la vida.
He aquí la primera fotografía móvil, cuatridimensional. Pero, ¿qué es esto?, ¿qué champús de narices, ojos y piernas flacas es esta mezcla? Aquí están ustedes, y no están. Esta foto no miente, al menos no tanto como los presidentes. Están las lágrimas de anteayer, la nariz con que vinieron al mundo, sus palabras de amor prendidas con pinzas en las orejas vírgenes de las muchachas. Los calvos no evitan exponer sus preocupaciones. Desaliñados y furibundos iconoclastas reciben un honoris causa de algún presidente de república sudamericana. ¡Chicha, este ojo! ¡Es un ojo e" chícharo, en su vaina, un fuelle subversivo con lente de contacto a largo alcance!
Y, ¡que tal esta otra¡ Se alcanza a ver -acerqúense, no muerdo-una superposición incesante de paisajes típicos, montañas nevadas, montañitas dormidas, lagunas con patos, patos tristes, tungurahuas, toctiucos, cotopaxis, imbaburas, una sábana blanca sudando pepas, el Chimborazo tomando el sol, calles de subida, de bajada, de retro, de lado, suburbio oculto en basuras, Guayaquil de mis amores, riobam-bas, duranes, un niño nada en una nata verde, los paisajes se mojan, llueve, llueve pájaros, páramos, pasamanos, pensamientos, zancudos, cólera, dengue, paludismo, difteria, regalos sangrientos de los populistas, graniza.
Truena. Hay gente enterrada en un bus.
Ahí vienen los escritores, los literatos. Con supersensibles y profesionales ganzúas -bisturís (que parecen tijeras de hojalata y hojas de afeitar usadas) toman a su cobayo, su guinea- pig, su cuy (depende de la tradición, de la extracción, de la sumisión, de la formación y de otros ción que me abstengo a nombrar, como comi- ,condi-, posi- etc.) e incursionan tras los pensamientos, los comportamientos, las dudas, actitudes, tesis, crisis, recogen sentimientos, sentencias, frases hechas, locos arrebatos, términos absurdos, vocablos vulgaris populorum pro-gresio, pacen in tenis, ternísimos rincones, manos apretadas de amorío, besitos bajo las sábanas, irrefrenables deseos inconfesos, pretextos, pre-textitos, sorpresas, asombros, distancias, ángulos, primera voz, relatos en off, secuencias subsumidas, entrecruzadas historias, el tiempo va de regreso, esguinces, escapes y cuantimás. ¡Los diez rostros de cada yo! ¡Ojala salgamos en verso, en prosa, en texto, en pie de foto, en cuento, en novela, en reportaje de Dinners!
Los hay también, honestos.
Pero, dejemos este ángulo de la postal. Miremos la firma.
Al lado de mi nombre de persona, como diría cualquier siglo-ventino y con el cual, de tarde en tarde, cobro un cheque pálido por mi modestísimo trabajo de maestro, está algo así como mi rostro propio. La barba oculta o resguarda otra preocupación en la imagen del susodicho. Es una preocupación cotidiana: la de comer.
Y al filo tridimensional del órgano que lleva el nombre de nari-zonda, el poeta se ve las manos, tras habérselas lavado, dejando los sonidos, las palabras y otras arcillas sobrantes, en el mismo sagrado sitio donde las descubrió como huaquero. Y levanta la vista para ver si es que pasa -por algún lado- ese dolor de espalda que lo mata. Son los horizontes de anteanoche. Son las nubes de cobre que le pesan en los ojos. Y sensualmente sube por su garganta, inunda con su saliva toda su boca, la loba del hambre. La puta hambre. Aparecen, las palabras chamuscadas, las ermitañas de vino hervido, las heridas de sed, las graves, las esdrújulas, las nuevadas que quedan clavadas en las Zarandas, como decía mi siempre querido y recordado hermano poeta Alfonso Chávez, y con las que nunca ningún imaginador de tropos y metáforas se ha separado de la vida, del universo, del foco del vecino, de todo eso que ni se alquila, ni se presta, ni se vende, sino que se regala riendo, esa que es, en suma, la pata con que se anda y cojea, renguea y corretea, la que da la mano y no pide nada, esa que se llama, conciencia, conciencia crítica.
No hay nada de misterioso en todo esto, nada de esotérico. Es como abrir las conchas de un verbo, o darle respiración artificial al que camina, al pez que nace; son apuros de nácar, rubíes de piedra pómez, que hay que aprender a guardar celosamente, no vaya a venir la Defensa Civil y confisque lo que es de valor para los damnificados del verbo. No me miren así, sorprendidos. Topen con sus dedos esta parte llena de guaguas, de casas de arriendo, de cuentas de luz, de cuentas de aire, y digan no más, ¿a qué puede aspirar uno en estos tiempos que no sea a pájaro? Si comiera bien, seguiría siendo pájaro, pero gordo.
Esas palabras cotidianas
Las palabras cotidianas son muy decidoras. En toda su dialéctica, expresan al máximo de sus opciones las tendencias centrales de la época. Tomemos, por ejemplo, la palabra tortura, o la palabra secuestro. Recuerdo como si fuera ayer cómo unos pulguientos enmascarados a la orden de algún Gobernador de Tungurahua, secuestró a Gabriela, una bella, bellísima niña, bija de un luchador revolucionario, y amordazada la arrojaron horas después, al vuelo de su automóvil blanco, cerca de un viejo puente. Felizmente llegó a los brazos de su padre. Este secuestro, o aquel de los hermanos Restrepo, cuyos cuerpos se perdieron, y por ello no hay supuestamente delito ni delincuentes son, aunque nadie razonable lo imagine, cotidianidades. Y de este tipo de novedades diarias sírvase el interesado preguntar por casos y detalles a Elsie Monge, cuya libreta crece con las anotaciones de desaparecidos, torturados, agredidos, en una larga cuenta que tendrán que pagar sus responsables cuando llegue el día.
¿Otra palabra? Qué tal la palabra chip. Ni siquiera terminaban de nacer los chips, cuando ya los japoneses los estaban produciendo más pequeños, más bonitos y eficientes y hasta más baratos que los chips yanquis o europeos. Los antecesores del chip no son otros que el resorte, el diodo, el bulbo, el transistor. El chip infalible que mueve hasta las mandíbulas del chochogenario presidente.
El lenguaje cotidiano, el de todos los días, inconmensurable, inabarcable, irrepetible, es más, siempre más. Se parece en algo a los supermercados que tienen desde un alfiler hasta un elefante. ¡Que no puede inventar el ser para comunicarse!
La inagotable cantera
Estamos rodeados por la misma realidad, y no todos ni siempre nos damos cuenta de ello. Pero, la realidad es necia, terca, exigente, terminante, piedra de toque.
Los seres humanos pájaros extraemos de esta inagotable cantera todas nuestras referencias vitales, desde los enanos que se enamoran de la Blanca Nieves dormida o despierta, hasta las mínimas nominaciones con las que nos hacemos entender; vemos las cosas y les llamamos: cucarda, morito, ojo de agua, pata seca, zurumba, tumbaíto, alen-tao, abombao, y así y todo nos comprendemos unos a otros.
En esta tierra generosa que es la realidad, cada uno siembra su choclo azul, cada cual sabe como y hacia adonde rema su bote; cada cual se apropia de los bienes de la tierra y los administra a su criterio, actuando como que fuera el primero que viera estos campos, estas selvas, estas costas, y que las inaugurara en sus funciones con cinta de alcalde, tijeras, aplausos y todo. Después de tanto esfuerzo, cualquiera exige un yaguarlocro, un caldo de treinta y uno, un plato de tortillas.
El todo cotidiano no está presente siempre en nuestra conciencia. Existe, claro está, late en las esquinas, silba, llama, respira. La realidad dice como el Hombre Elefante: "I am not an animal. lama man". Por eso, los seres que a veces se enceguecen, deben dejarse crecer la red de la sensibilidad (y no solo ellos, sino todos los seres) e ir al centro, más allá del centro de la ciudad, a pescar. La red es supersensible, recoge todo lo que vibra, lo de acá y acullá, unas cotidianidades caen al fondo, otras quedan al filo de la red, en el rabo del ojo, luego rumiamos, camellamos, dromediamos, movemos la lengua de cantor y, a veces, nos sorprendemos haciendo versos.
Sigamos a Julio Verne hasta el centro de la tierra.
El pasado, cualidad de lo cotidiano
¿La realidad cotidiana incluye el pasado? ¿Tal vez sea posible que miremos a Espartaco desclavándose de la esclavitud a punta de inauditos esfuerzos colectivos? Y, Don Quijote ¿entra en esta historia? ¿A dónde se fue la bella Dulcinea con sus escuálidos besos fantasmales? Tan llena de chanchos y porquerizos, ¿cederá al ultimátum del ardoroso caballero de La Mancha? Y su escudero sazonador de razones, ¿seguirá esperando pacientemente a la puerta de la ínsula? .Véalo mañana -diría un publicista- a la misma hora y por el mismo canal. Mientras tanto le ofrecemos algunas escenas del capítulo siguiente:
En su cuarto aparte, arrendado, Einstein insiste en su loca pretensión de dejarlo todo en estado relativo. En una habitación de hotel de mala muerte. Darwin deshoja margaritas petrificadas, teniendo como fondo a la Isla Isabela con sus inigualables atardeceres prehistóricos. En el primer piso de su casa, tras haber cenado frugalmente, Bolívar llora su delirio otra vez. En un rincón del infierno, Dante se calienta las manos mientras piensa en el amor de Beatriz... y en una buhardilla con arreglos de alquimista, Fausto suspira por su jovencita flor. La telenovela se llama: "el pasado siempre vuelve", subtitulada "La cotidianeidad pervive a pesar de todo", actores venezolanos, músi-ca incidental, fondo natural del Caribe.
¡Ah, la multifacética cotidianeidad! Aún no me extingo, dijo el muerto, y se dio la vuelta en la cama buscando la pierna cálida de su mujer, quien a su vez soñaba con un helado en La Alameda, junto al puente de piedra, donde un timador de la bolita decía muy rápidamente no la ven, aquí está, ¿La ven?, ¡ahora no la ven¡, ¿quien va cien?, ¡levante la tapa y le doy cien¡, pero la bola de nada sirve, porque la cabeza está por otro lote de la realidad.
Seré astronauta, soñaba un soñador, y aunque viaje en pijamas de madera subiré, al cielo azul iré, y al fondo negro y estrellado, dejando vapores de oxígeno quemado, subiré despacio para que no se despierten los niños, los que se quedan abajo en la tierra.. .hasta que el locutor de radio lo volvió a la puta de vida de zapatero remendón y se le clavaron unos chinches en las encías. Enseguida, sintió otro escalofrío en el ombligo, cuando el tiro le dio en plena cara, este cuarto frío, sino me caliento los pies, no llegaré hasta mañana, y apagó la televisión a ver si así podía dormir, pero que va, aquí uno botado, en este espacio, con tanta estrella, tanta galaxia, soles negros, huecos inmensos sin memoria, aullaría si con ello enterneciera a la tierra, soy un lobo para adentro, oyes la noche pelada como se abraza a tu pecho, con sus uñas de diamante se atrinchera en las pestañas, sin piedad, con su run run que no deja en paz. Si al menos se fuera a buscar amor en otra casa, al lado hay enormes distancias, llegaré a viejo, tengo que construirme una chimenea en el alma, ojala pudiera irme a vivir en Esmeraldas, aunque fuera para volver enseguida, ¡Ay, quien pudiera vivir sin quejarse!.. Y apagó la luz del cuarto y se quedó con los ojos abiertos y el silencio nocturno dando vueltas al mundo. En fin de cuentas, soñar no cuesta nada.
Tomar lo cotidiano como materia prima literaria no es cosa del presente. Ha sido la fuente germinal de los mejores cantos.
En el tiempo en que se vive hay estímulos, respondemos a ellos con talento o sin talento, esto es el cuento.
Lo cotidiano es humano, vegetal, animal, mineral
¿Podría argumentarse que los literatos contemporáneos han ganado en fantasía, en imaginación, en profundidad? Hemos ganado otros tiempos.
Lo cotidiano está en todo lo humano, lo animal, lo vegetal, lo mineral. Cuando asesinan a mi hermano negro Moloise, en Johannesburgo, por el delito de pintar las paredes con sus poemas revolucionarios, yo, sangro, tú sangras. Así también como cuando vemos a la ama de casa, doña Lupe, golpeando su olla vacía por las calles, gritándole al uniformado, a través de los gases lacrimógenos, ¡yo te conozco, desgraciado! ¡Te llamas Gonzáles, vives en el barrio La Tebaida!, ¡ya vas a ver, animal!, ¡¿no ves que hay guaguas?! Y las demás mamases pasan limpiando sus lágrimas con las manos cansadas, pero poniéndole gasolina a la llanta del vecino para darle calor a la manifestación contra el gobierno y sus medidas hambreadotas, una llanta, cuyos alambres se levantan y andan, cual Lázaro mecanizado, uno siente el llamado.
Son cosas de este fin de siglo. Todos los días una nueva realidad y aparentemente la misma. Y los literatos buscándole sentidos, altura, significación, significante. Y pensar, que este es todo el tiempo que tenemos. Y luego, chinflún No hay más.
Miro a Pizarro, el pintor impresionista, frente a la Catedral de París, pintando, su cambiante realidad, hora tras hora. Cuántas catedrales, con otras sombras y otra luz. La misma Catedral, pero nunca la misma. Veo a Picasso, descomponiendo la figura en muchos ángulos, y luego una paloma de paz. A Vallejo, arrepentido de haber nacido porque ahora se toma un café que de no existir él lo tomaría otro pobre. A León Felipe, absorto ante la solemne soledad de una piedra como tú. A Kafka, anulado por una puerta que se toca y jamás se abre. Y tantos otros artistas y literatos, cuya impronta se basa en la cotidianeidad, y que nos dejan atónitos, conscientes, lúcidos, comprometidos. Esta es una conquista, una alegría inenarrable. Es la libertad.
Nos corresponde también luchar contra el peso de la roma realidad, de la chata y mentirosa exposición de una supuesta realidad, contra la cara del cinismo, de la demagogia populachera, del robo a lo humano, a mano armada y criminal, todo el mundo de chatarra con que se esconde la verdadera esencia de la cotidianeidad.
Lo más trascendente es su devenir
Lo más trascendente de lo cotidiano es su devenir. Lo que hoy es no será. Que sencilla e inapelable sentencia. Todo lo que nace, merece morir. Cada muerte es vida nueva. Lo nuevo no es totalmente nuevo. El automovimiento es la clave. Nada permanece, todo cambia, de forma, de esencia, de sentido. Como dice Brecht, cuando hayan hablado los que dominan, hablarán los dominados. Lo firme no es firme. Lo débil se hará fuerte. Todo presente tiene historicidad: raíz, causa, fuente, perspectiva.
Nuestros verbos, por ende, tienen que ubicarse en el plano de esta concepción de la realidad, de la cotidianeidad. No pueden ser quejumbrosos, tristes tonos, palabras estáticas, eternas, solemnes con olor a muerto. No pueden podrirse de suspiro, de anonimato, de agonía, de beso lívido. Cada palabra es un mensaje. Un reto. Un ser y su camino. El paso de lo inferior a lo superior.
No podemos quedarnos con lo superficial, pero no podemos quedarnos sin lo superficial. Tocad las piedras, son de vidrio. Tocad al hombre, es mundo nuevo. Toda la capacidad para comunicarnos es insuficiente. Nuestras intimidades son nuestras y son las cotidianeida-des de los otros. Estamos hechos de una trama que demanda contacto, mezcla, relación. Que suenen todos los instrumentos a la vez para que empiece una nueva etapa de lo humano, un capítulo nuevo en la historia de la humanidad.
Me quedo corto, Esfinge cuestionadora, lo sé. No importa. A mis verdades a medias estoy seguro que las estáis completando, querido lector, con sabiduría y originalidad. Con vuestro perdón, sin embargo, me falta entresacar otros elementos.
El poeta inaugura otras cotidianeidades
De lo cotidiano, el poeta hace lo nuevo cotidiano.
Lo cotidiano le toma de la oreja al poeta y le sugiere: oye, ¿por qué no hablas de mí en este tono distinto? Búscame una arista que los otros no ven a simple vista. ¿Por qué tomas de mí tan manido argumento? ¿No soy acaso, compleja, rica, abundante? ¡Búscame las cinco patas! No seas cursi. Guárdate los lugares comunes bajo el sobaco. Yo soy tú. Cada vez que penetras en mí, yo te transformo. Nunca serás el mismo después de hacer el amor conmigo. Soy la realidad. Soy revolucionaria.
Tu verbo vale oro. Tu palabra pesa. Tu argumento es luz. Serás joven tras quinientos años. Cuánta libreta de apuntes sobre mí, se ha perdido. Cuánto libro no se ha escrito. Escribirás con el sudor de tu frente. Y una vez metido en este saco infatigable, estás comprometido con tu pueblo, la historia, el presente, el futuro, con tu tiempo, así como con la literatura. Ya lo dijo Bertold Brecht: "El artista da forma a algo según una imagen de la realidad, o una 'expresión' de lo que la realidad, fuera de él, produce en él".
Bien, esfinge preguntona, ojo multidevorador, tu pregunta, un día, la respondieron Aristófanes, Vallejo, Neruda, Bretón, Mallarmé, Joyce, Gorky, Li Po, Guillén, Arguedas, Pablo Palacio, De la Cuadra, Gallegos Lara, Nazin Hikmet, y todos los que se detuvieron ante ti, antes de ingresar en las Mil Puertas. Ellos pasaron. Otros pasarán. La última respuesta que te doy, lo hago con palabras de un anónimo poeta africano Susu. Lo hago en su nombre.Hay un pozo
Que tiene cinco clases de agua
Hay agua dulce
Y agua salada
Hay un agua insípida
y agua amarga
Es roja la quinta agua
Roja como la sangre
Ese pozo
Es la cabeza.
Y que cada cual levante su testimonio, administre sus bienes, escoja su camino, en bien de la humanidad, de la tierra, del espacio y de todos sus proyectos.
Rafael Larrea Insuasti, Escritos políticos, PCMLE 2005