lunes, 22 de junio de 2009

Jorge Amado o el escritor y la política

por Enrique Semo

Enrique Semo es uno de los intelectuales más destacados del México contemporáneo.

Fue autor de más de 40 novelas que se publicaron en medio centenar de lenguas y dialectos, incluyendo el braille. Cacao, su primer libro, escrito a los 19 años de edad, vendió en sus ediciones iniciales 120 mil ejemplares. Sólo en la Unión Soviética, hasta 1988, las ediciones de sus obras alcanzaban la increíble cifra de 10 millones de ejemplares. Pero también en habla inglesa circulan decenas de ediciones en libro de bolsillo que alcanzan tirajes inverosímiles. Y sin embargo, nada tan lejos del prototipo del best seller que se ajusta a patrones comerciales, que su obra. El escritor que probó uno tras otro el realismo socialista, el realismo crítico y en 1961 anticipó los fundamentos de lo que más tarde sería el realismo mágico, desarrolló un estilo individual inconfundible, que sus asiduos lectores, entre los cuales me cuento, reconocemos a las primeras páginas de cada uno y todos sus libros. A lo largo de sus 88 años de vida, el novelista colaboró activamente en decenas de periódicos y revistas y la edición de sus obras completas, que se está preparando, tendrá más de 30 volúmenes de 700 páginas. Además, tiene libros adaptados para cine, radio, televisión, comics, no sólo en Brasil, sino también en Portugal, Francia, Argentina, Suecia, Alemania, Polonia, Italia y Estados Unidos.

Medido por el número de sus lectores y la universalidad de su aceptación, Jorge Amado es una historia de éxito que cualquier escritor envidiaría. Y sin embargo, toda su vida fue objeto de una tenaz discriminación. Las élites brasileñas jamás le perdonaron su pasado comunista y muchos de sus colegas no podían sufrir la increíble popularidad de su obra y el entrañable lazo que une a los habitantes de Bahía con su autor predilecto. En la academia brasileña se ha estudiado poco la obra del más popular de los novelistas en lengua portuguesa, y la crítica literaria de su país lo cubrió siempre con un manto de silencio, como si hubiera sido un autor superficial de impacto pasajero. Candidato al Premio Nobel año tras año desde hace mucho, nunca lo recibió, quizá porque en 1951 fue laureado con el Premio Stalin de Literatura.

Jorge Amado pertenece a la generación de Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Bertold Brecht, Ana Seghers y Louis Aragón, escritores animados por un ideal cívico socialista o revolucionario, inseparable de sus ideas estéticas. Autores de la era de la Guerra Fría que no quisieron evadir la toma de posición frente al fascismo y el imperialismo estadounidense. A veces, el elemento ideológico dañaba la calidad estética de la obra y muchos autores cayeron en el panfletismo. Pero como Neruda, Asturias o Brecht, Amado se salvó gracias a su talento. En su caso, por la fuerza de su intuición y la fusión absoluta con su mundo particular, mestizo, mágico y ardiente.

Igual que el otro gran escritor de habla portuguesa, José Saramago, Jorge Amado fue fiel, toda su vida, a su ideal socialista. En los términos de Saramago, su posición es la de un comunista humanista. Miembro del Partido Comunista Brasileño desde la década de los treinta, hasta el año de 1954, el escritor de Bahía lo abandonó a finales de ese año. Durante los cerca de 20 años que permaneció en sus filas, publicó Cacao, En el país del carnaval y Los subterráneos de la libertad, así como una biografía del legendario Prestes, dirigente de ese partido, El caballero de la esperanza. En esos años, los temas de la lucha social dominaron su obra.

Abandonó su militancia para, como él dice, "pensar por mí mismo". Pero su compromiso social lo acompañó hasta el final de sus días. La novela que estaba escribiendo cuando lo alcanzó la muerte se llamaría Boris el rojo. No hubo golpes de pecho ni mea culpa públicos, sino fidelidad a la utopía y rechazo de los excesos de la realidad, como José Revueltas, quien por salud mental combinaba las cárceles de los gobiernos priistas con las expulsiones de las filas de su partido.

En su obra de esos años aparece tanto la ilusión de la revolución socialista como la decepción con su partido. Pero lo que siguió siendo toda su vida, es un escritor visionario atento a la voz de la política. Prevé la caída del "socialismo realmente existente" y en 1988 la inevitable derrota de la perestroika de Gorbachov, demasiado bella para triunfar en un mundo arrasado por el ascenso del neoliberalismo.

A partir de entonces, su obra cambia. Se vuelve más exuberante, más localista, más personal, y el héroe cede el lugar al diálogo grotesco, tierno y a veces desesperado entre los personajes. Sus figuras femeninas, Teresa Batista, Doña Flor, Tieta, son tratadas con la ternura de un hombre cuya vida estuvo marcada por un gran amor hacia su compañera, Zelia Gattai. Pero nos hablan también del poder de la mujer y su picardía innata. Otros personajes se mueven en el mundo de los marginales que lo atrae irresistiblemente. El "autor de las prostitutas" lo llamó uno de sus críticos, cosa que el bahiano tomó como un elogio.

Eduardo Assis Duarte, en un estimulante estudio de su obra sostiene que la fusión entre política y estética se mantuvo siempre. El proyecto de Amado nos dice, "está fundado ante todo en la búsqueda de la aceptación popular. Su objetivo es desde temprano escribir para un gran número de lectores y liberar así la literatura del dominio de las élites. Para eso se impone un programa estético preciso anclado en la tradición popular nordestina —la literatura de cordel, los cantadores— y, después, en el realismo crítico y la denuncia.

Él va a combinar ese realismo social con todo el arsenal heroico creado por la tradición novelesca del siglo XIX, esto es, el folletín y también con la estética teatral del melodrama que representaba en el escenario el mismo papel que el folletín desempeñaba en los periódicos. Esta estrategia, en la televisión, desembocó en las telenovelas".

Amado murió fiel a ese proyecto político-estético sin otorgar concesiones a los gustos dominantes de su tiempo. Pero a final de cuentas, lo más probable es que esos gustos dominantes sean menos duraderos que el impacto de la obra de Jorge Amado.

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